Por HERMANN TERTSCH
El País Viernes,
21.04.95
NECROLÓGICAS
Ayer murió en su casa de Belgrado uno de los últimos grandes
testigos y protagonistas de la gran historia europea de este siglo. El corazón
le falló finalmente a Milovan Djilas después de 83 años de insólita fortaleza
sólo comparable a la entereza moral e intelectual demostrada en una vida que ya
es leyenda. Comunista feroz y dogmático en su juventud, encarcelado ya como
estudiante bajo la monarquía, fue un guerrero implacable en la lucha partisana
contra la ocupación nazi y los colaboracionistas serbios y croatas. Mano
derecha del líder natural de la nueva Yugoslavia comunista que emergió de la
Segunda Guerra Mundial, Djilas fue uno de los artífices de la ruptura entre
Tito y Stalin en 1948, el primer gran cisma en la historia del movimiento
comunista internacional. Su honradez y compromiso con la verdad eran tales que
pronto tuvo que entrar en conflicto con la perversión de sus ideales, que veía
avanzar en el socialismo autogestionario del titismo. Así, renunció a su
carrera política y al bienestar como hasta entonces indiscutido segundo hombre
del régimen al criticar en la prensa abiertamente la dictadura impuesta por
Tito y la Liga de los Comunistas de Yugoslavia. Sus continuos llamamientos a la
liberalización económica y política le costaron primero todos los cargos
políticos en 1954, la marginación y la calumnia oficial y pronto también la
cárcel cuando, en 1956, apoyó el levantamiento popular en Hungría.
Pero fueron sus libros publicados en Occidente, La
Nueva Clase, (1957) y Conversaciones con Stalin (1962), los que
le consagran como uno de los más valientes críticos del sistema y punto de
referencia de la disidencia de todo el mundo comunista. Tras salir de la cárcel
en 1966 fue ignorado oficialmente, pero trabajó para dejar escritos varios
libros, entre ellos su apasionante trilogía autobiográfica sobre la Segunda
Guerra Mundial en los Balcanes.
Vivió para ver morir tanto a su ex camarada y amigo Tito
como al Estado que ellos dos marcaron desde su fundación como nadie. Con
sabiduría y lucidez pronosticó en los últimos años todos los acontecimientos
que trágicamente se fueron sucediendo. La última vez que le vi se despidió
augurando una larga guerra que él ya no vería. No lamentaba perdérsela.
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