Por HERMANN TERTSCH
El País Miércoles,
12.04.95
TRIBUNA
"A las 6.20 -la hora me la dijeron los guardias-
comenzaron a prepararme en serio para la ejecución. Lo hizo un grupo de gente
enferma. Al parecer se habían ofrecido voluntarios. Me trataron como a un
animal, como un cordero al que se prepara para la matanza". "Me
afeitaron la cabeza con unas tijeras eléctricas, pero como el pelo no quedaba
suficientemente corto, recurrieron a una maquinilla. Me afeitaron especialmente
bien la sien derecha. Para el electrodo. Conocía a algunos, al teniente Stewart
y al oficial Kelly. Y resultaba evidente que no era la primera vez que hacían
todo aquello. Me dijeron que para ellos era un trabajo como cualquier
otro".
"Allí estaban también los capellanes, incluso cuando,
yo ya completamente desnudo, un guardia me metió un dedo por el ano para el
examen médico. Observaban impasibles. Sólo intentaron obligarme a aceptar sus
creencias. Yo soy religioso. Pero no tenía ganas de debates filosóficos".
"Me preguntaron qué deseaba comer por última vez. Les
dije que no quería comida, sino unos cigarrillos. Me contestaron que no podían
darme cigarrillos porque las nuevas reglas prohíben fumar".
Transcripción libre pero fiel del relato hecho por Nicholas
Ingram a su abogado de los preparativos para su ejecución en la silla eléctrica
en Jackson, Georgia, Estados Unidos de América. Quien aquí la hace no siente
ninguna simpatía por el asesino. Mató a un hombre para robarle 80 dólares.
Entre los agravantes que lo condenaron estaba "su falta de piedad"
cuando, hace ya 12 años', cometió aquel crimen.
Piedad le exigían a Ingram quienes le negaron el pitillo al
condenado antes de freírlo a voltios. ¿Dónde la hay? Pena infinita y miedo es
lo que producen algunas leyes que roban el alma a los hombres.
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