Por HERMANN TERTSCH
El País Jueves,
25.04.96
TRIBUNA
Está claro que muchos políticos debieran estudiar cómo basar
su gestión sobre el silencio más profundo. Porque cada vez que hablan, esa
mezcla de perversión y majadería que expresan, hace un flaquísimo favor a
quienes aún creen en ellos o a quienes siguen considerando que hay males
peores, por ejemplo, que un insensato en la jefatura del Estado. Cuando el
presidente croata Franjo Tudjman puso una guardia ante la sede y aposentos
presidenciales en la bellísima parte antigua y alta de Zagreb que parecía
directamente extraída de una enfermiza rememoración de los dibujos del Cetro de
Ottokar de Tintín y Milú, los croatas urbanos no hicieron sino sonreír con
grandes dosis de conmiseración y condescendencia harto generosa. Era la época en
que el compromiso con una patria asediada ya no era suficiente para aguantar
las excentricidades y los sinsentidos del jefe. Los asesores inteligentes de
Tudjman huyeron. La deserción de los lúcidos era obligada. Desde Letica a
Bekic, todos entonaron el sálvese quien pueda. Eran aquellos que le podían
haber dicho que sus planes eran un disparate anacrónico, y además no sólo una
idiotez en términos generales, sino también un insulto, a serbios, gitanos,
judíos, antifascistas y gentes de bien vivir.
Tudjman quiere construir ahora una especie de Valle de los
Caídos (dixit) para enterrar allí a quien le venga en gana. Encima intenta
venderlo como gran gesto de reconciliación de cadáveres. Dice ahora que allí estarán Ante Pavelic y Tito y otros muchos que dieron su vida por la patria. Si
no habláramos de un desafuero de tal tamaño, podríamos regalarle a Tudjman un
matasuegras en el que, al inflarse, se vieran los nombres de todas las víctimas
que causaron los asesinos a los que quiere dar cobijo póstumo.
Tudjman sacó los pies del tiesto democrático hace tiempo. Y
le animaron en ello todas aquellas democracias que no le ayudaron a repeler la
agresión que comenzó en 1991. Hoy es tarde. Las pocas cuestiones que le han
salido bien han convertido a Tudjman en una mezcla de Pavelic, Mussolini y
Buster Keaton con un ramalazo titoísta. Nada de monje ni alférez. Mitad
verdugo, mitad payaso. Sus asesores inteligentes han desaparecido. Están dando
clases en universidades norteamericanas o europeas y no quieren ni oír de un
fantoche que ha hecho realmente todo lo posible por dar la razón a la verbena
de criminales que Milosevic mandó en su día a Croacia para organizar la guerra.
Franjo Tudjman. Cara de tensión y reflejo de complejo
abismal del alma. En él conviven el partisano y el historiador, el político, el
mitómano y el nacionalista, el alma campesina y la vocación de eternidad, la
posteridad y la guirnalda, la necesidad de ser querido y la obsesión por odiar
y verle los huesos secos al odiado.
Es, sin duda, una mezcla terrible para un hombre que quiere
meter a Croacia en la Europa civilizada, un incapaz arrogante ante la evolución
internacional de las cosas, un hombre con menos escrúpulos que Millán Astray
cuando se trata de conjugar intereses propios con derechos ajenos. Tudjman no
grita "viva la muerte", pero se cree capaz de hacer pulsos con el más
hábil e inteligente político de los Balcanes que es Slobodan Milosevic, líder
de Serbia, maestro de los ritmos. Éste serbio que chorrea sangre es feliz con
un máximo rival en la región tan patético y dogmático, disciplinado de esos que
mezclan patriotismo con bucolismo y cree en los ejercicios de casquería con
quienes no le complacen.
Tudjman, con su orgulloso aspecto de guardacoches de
lupanar, construirá un mausoleo fantástico para enterrar allí junto a los
huesos de algunos fascistas, las esperanzas de una inmensa mayoría de croatas
de construir un país normal, democrático, justo y pacífico. O los croatas lo
entierran pronto a él o aún puede hacer, con traje de almirante o sin él, un
inmenso daño a un país que, de veras, no se lo merece.
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