Por HERMANN TERTSCH
El País Domingo,
02.06.96
TRIBUNA
Radovan Karadzic hace un mutis. Desaparece del escenario
político balcánico para dejar de irritar con su presencia a la opinión pública
internacional. Se lo ha prometido a los negociadores occidentales dirigidos por
el sueco Carl Bildt. La melena blanca de Karadzic es un permanente recordatorio
de todos esos crímenes que nuestros mediadores quieren olvidar en aras de no se
sabe que supuesta armonía en aquellas tierras. Por eso han aceptado este
proyecto de trueque de discreción por impunidad. Es un favor más que vende
Slobodan Milosevic, máximo responsable de la guerra y los desmanes contra la
población bosnia, a los mediadores occidentales. Como muchos anteriores, es un favor
que en realidad se hace a sí mismo. Porque sus esfuerzos por socavar los apoyos
con que cuenta su otrora secuaz y hoy desafiante rival no han tenido el efecto
apetecido. Karadzic ha demostrado ser mucho más difícil de liquidar que sus
colegas Babic y Martic, los líderes de los serbios de Croacia. Y el humor en
Serbia no es hoy -con centenares de miles de serbios de Croacia y Bosnia
malviviendo y profundamente resentidos por lo que consideran una traición de
Milosevic- propicio a gestos como la entrega de Karadzic, Mladic u otros
criminales de guerra al tribunal de la Haya.
Por su parte, el montenegrino Karadzic, designado en su día
por Milosevic como líder tribal para dirigir el asalto contra el estado de
Bosnia, no habrá tenido mucho problema para asumir la nueva situación. Sus
febriles ansias de protagonismo de principios de la guerra han sido saciadas
por la siniestra popularidad adquirida desde entonces. Además, seguirá
dirigiendo desde la sombra esa satrapía militar llamada República Srpska que
forjó en territorio bosnio por medio del crimen y el terror. Los mediadores
occidentales no le ven inconveniente al parecer. Lo que por supuesto convierte
en una farsa el compromiso de celebrar elecciones sancionado en los acuerdos de
Dayton.
Si Karadzic y sus secuaces mantienen el control militar
policial y político en la fantasmal república, habrá que ver cuantos de sus
habitantes tienen el valor o la insensatez de concurrir abiertamente en contra
de ellos en unos comicios. Así, los hombres de paja del caudillo serbio podrán
legitimar en las urnas el régimen militar nacional-socialista que impuso por la
fuerza de las armas a los serbios de Bosnia. Por lo demás, tiene con que
consolarse por las incomodidades que se desprenden de que exista una orden
internacional de busca y captura contra su persona. Podrá disfrutar de su
ingente botín de guerra particular. La guerra le ha sido muy rentable. Y con
seguridad habrá, cuando se hayan calmado algo las cosas, países a los que
convencer -con la solvencia que otorga el usufructo de las matanzas- de la
honorabilidad del caudillo perseguido.
Y, sin embargo, aún puede ser que los planes de todos los
partidarios de la amnesia, con el propio Karadzic, Milosevic y Bildt a la
cabeza, se vean frustrados. Porque en el tribunal de La Haya y gracias
fundamentalmente a la decisión de su presidente, el juez australiano Richard
Goldstone, se están moviendo las cosas mucho más de lo que quisieran aquéllos.
Algún verdugo ha comenzado a hablar, como Drazen Erdemovic, soldado de Karadzic
en Srebrenica. Acaba de confirmar lo que todos sabían: la ejecución sumaria de
miles de civiles musulmanes indefensos que las tropas de la ONU entregaron sin
mayor aspaviento al general Mladic. A ver qué mediador europeo se vuelve a
hacer una foto sonriente con el campechano general. Incluso el Consejo de
Seguridad de la ONU ha llegado a la conclusión de que no puede permitirse
seguir siendo puesto en ridículo por Milosevic, Karadzic y Mladic y amenaza a
Serbia con nuevas sanciones si no entrega a los criminales. Cuando la ONU
muestra más resolución política y firmeza moral que la OTAN habrá que comenzar
a preocuparse por el estado de la alianza occidental de democracias.
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