Por HERMANN TERTSCH
El País Miércoles,
26.06.96
TRIBUNA
El presidente chino, Jiang Zemin, no tiene los modales de
lord Byron. Se sabía y se ha vuelto a comprobar. Nadie debe sorprenderse. Ojalá
se limitaran sus salidas de tono a peinarse delante de su anfitrión real
español. El mundo es consciente de que los chinos son, ante todo, muchos, y de
que aquel inmenso país es una gran potencia emergente, cuya influencia en el
siglo XXI será ingente, y no sólo en Asia y el Pacífico. Hacen, por tanto, bien
todos, incluida España, en cortejar a tan atractivo socio. Y sin embargo, sí
convendría que esta carrera por la conquista de aquel mercado ansioso no
hiciera olvidar tercas realidades. No porque puedan afectar a nuestra
maltratada autoestima occidental como demócratas y valedores de los derechos
humanos universales. Más bien porque ignorarlas alimenta tendencias
preocupantes en China. No sólo, para disidentes o prisioneros de campos de
trabajo en régimen de esclavitud.
Las amenazas a Alemania porque su Parlamento acuerda
condenar la sistemática violación de los derechos humanos por parte del régimen
de Pekín o la muy poco educada forma de intimidar a los chinos de Taiwan, las
ejecuciones o las detenciones de periodistas críticos, son algo más que una
lata. Son gestos de una prepotencia que debiera molestarnos más de lo que lo
hace.
El renacer del orgullo chino es saludable para esa nación
milenaria. Ha sufrido mucho. Y está claro que sus intereses habrán de ser
tenidos muy en cuenta en el futuro. Pero el matonismo del que hace ahora gala
ese híbrido de nuevo rico, tradicionalista asiático y comunista irredento que
es el régimen de Jiang Zemin debe preocuparnos a todos. Una cosa es presumir de
mercado y otra hacer gala de que no se respeta nada de lo que el mundo
democrático aprecia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario