Por HERMANN TERTSCH
El País Domingo,
14.07.96
TRIBUNA
Finalmente ha quedado probado. Eso sí, tarde para unos
250.000 seres humanos que se pudren en suelo balcánico, para decenas de miles
de tullidos, desplazados y un ejército de desposeídos. Cinco años después
de comenzar la guerra, un año después de lo que posiblemente fue la mayor
matanza durante la misma, se ha establecido ante el Tribunal de La Haya, sin
mayores márgenes de duda, que las fuerzas serbias dirigidas por Radovan Karadzic
y Ratko Mladic han practicado el genocidio sistemático como instrumento y como
objetivo bélico. Karadzic y Mladic son ya proscritos en todo el mundo, acusados
de los mayores crímenes habidos en Europa desde la caída del nazismo
alemán. Pero el Tribunal de La Haya no sólo ha llegado a esta evidencia
cuestionada por aquellos que han intentado ayudar a los intereses de los ahora
acusados y su antiguo mentor, el presidente de Serbia, Slobodan Milosevic.
También está haciendo acopio de informaciones que prueban la implicación
directa de Milosevic en la campaña en Bosnia y en la planificación y ejecución
de las atrocidades allí cometidas por sus secuaces.
Difícil se les ponen ahora las cosas a los partidarios de
reconvertir a Milosevic en el adalid de la pacificación de los Balcanes y
premiarle sus supuestos esfuerzos en este sentido, tan numerosos ellos en
ciertos Gobiernos europeos y entre los mediadores internacionales. Porque les
va a resultar imposible seguir ocultando una obviedad como es el hecho de que
Karadzic y Mladic jamás hubieran osado una campaña semejante en
Bosnia-Herzegovina con los métodos criminales ya probados sin el permiso, el
estímulo y el apoyo de todo tipo por parte de la dirección del régimen de
Belgrado. Y de poco les servirá el argumento de que, cuando los miles de
víctimas de la matanza de Srebrenica caen en las fosas comunes ahora
investigadas, las relaciones entre Milosevic y Karadzic han sufrido un serio
deterioro. Primero, porque este distanciamiento se produce debido al cambio de
actitud de Milosevic, que, bajo la presión de las sanciones internacionales, ve
llegado el momento de mostrar una cara más amable. Karadzic ha sido en este
sentido mucho más consecuente y fiel al programa criminal común para cuya
ejecución fue elegido por el presidente de Serbia. Además, la matanza de
Srebrenica no es sino el trágico epílogo a una cadena de atrocidades que se
iniciaron en Bosnia oriental, en Foca, Zvornik, Bijelina y muchas otras
ciudades en la primavera de 1992, y que se organizan y perpetran por fuerzas
que proceden directamente de territorio de la República de Serbia. También en
estas ciudades fueron ejecutadas miles de personas inocentes e inermes, y era
el ejército yugoslavo el que rodeaba las ciudades para que las bandas paramilitares
pudieran perpetrar sus orgías de sangre.
Vengan por tanto ahora algunos escritores y políticos
occidentales a pasearse por el Sava y el Drina y a pedir justicia para Serbia.
La justicia que ese país necesita es precisamente la de verse liberados de los
criminales que han cometido tales atrocidades en su nombre y que mantienen a
los serbios de Bosnia y de la propia Serbia en un régimen de satrapía.
Habrán de pasar generaciones para que el tejido de la
convivencia pueda recuperarse de la tragedia instigada por Milosevic y
ejecutada por Karadzic y Mladic. Y habrá de pasar mucho tiempo también para que
aquellos que equipararon a víctimas y verdugos puedan recuperar algo de su
credibilidad perdida por tanto maniqueísmo culpable.
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