lunes, 24 de abril de 2017

¿TODOS IGUALES?

Por HERMANN TERTSCH
El País  Domingo, 14.07.96

TRIBUNA

Finalmente ha quedado probado. Eso sí, tarde para unos 250.000 seres humanos que se pudren en suelo balcánico, para decenas de miles de tullidos, desplazados y un ejército de desposeídos. Cinco años después de comenzar la guerra, un año después de lo que posiblemente fue la mayor matanza durante la misma, se ha establecido ante el Tribunal de La Haya, sin mayores márgenes de duda, que las fuerzas serbias dirigidas por Radovan Karadzic y Ratko Mladic han practicado el genocidio sistemático como instrumento y como objetivo bélico. Karadzic y Mladic son ya proscritos en todo el mundo, acusados de los mayores crímenes habidos en Europa desde la caída del nazismo alemán. Pero el Tribunal de La Haya no sólo ha llegado a esta evidencia cuestionada por aquellos que han intentado ayudar a los intereses de los ahora acusados y su antiguo mentor, el presidente de Serbia, Slobodan Milosevic. También está haciendo acopio de informaciones que prueban la implicación directa de Milosevic en la campaña en Bosnia y en la planificación y ejecución de las atrocidades allí cometidas por sus secuaces.
Difícil se les ponen ahora las cosas a los partidarios de reconvertir a Milosevic en el adalid de la pacificación de los Balcanes y premiarle sus supuestos esfuerzos en este sentido, tan numerosos ellos en ciertos Gobiernos europeos y entre los mediadores internacionales. Porque les va a resultar imposible seguir ocultando una obviedad como es el hecho de que Karadzic y Mladic jamás hubieran osado una campaña semejante en Bosnia-Herzegovina con los métodos criminales ya probados sin el permiso, el estímulo y el apoyo de todo tipo por parte de la dirección del régimen de Belgrado. Y de poco les servirá el argumento de que, cuando los miles de víctimas de la matanza de Srebrenica caen en las fosas comunes ahora investigadas, las relaciones entre Milosevic y Karadzic han sufrido un serio deterioro. Primero, porque este distanciamiento se produce debido al cambio de actitud de Milosevic, que, bajo la presión de las sanciones internacionales, ve llegado el momento de mostrar una cara más amable. Karadzic ha sido en este sentido mucho más consecuente y fiel al programa criminal común para cuya ejecución fue elegido por el presidente de Serbia. Además, la matanza de Srebrenica no es sino el trágico epílogo a una cadena de atrocidades que se iniciaron en Bosnia oriental, en Foca, Zvornik, Bijelina y muchas otras ciudades en la primavera de 1992, y que se organizan y perpetran por fuerzas que proceden directamente de territorio de la República de Serbia. También en estas ciudades fueron ejecutadas miles de personas inocentes e inermes, y era el ejército yugoslavo el que rodeaba las ciudades para que las bandas paramilitares pudieran perpetrar sus orgías de sangre.
Vengan por tanto ahora algunos escritores y políticos occidentales a pasearse por el Sava y el Drina y a pedir justicia para Serbia. La justicia que ese país necesita es precisamente la de verse liberados de los criminales que han cometido tales atrocidades en su nombre y que mantienen a los serbios de Bosnia y de la propia Serbia en un régimen de satrapía.

Habrán de pasar generaciones para que el tejido de la convivencia pueda recuperarse de la tragedia instigada por Milosevic y ejecutada por Karadzic y Mladic. Y habrá de pasar mucho tiempo también para que aquellos que equipararon a víctimas y verdugos puedan recuperar algo de su credibilidad perdida por tanto maniqueísmo culpable.

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