Por HERMANN TERTSCH
El País, Ankara,
06.06.97
El Estado turco es grande, omnipresente, poderoso, lento,
temido y corrupto como sólo lo eran en Europa los Estados comunistas.
Paradójicamente, mientras aquellos cayeron uno tras otro con la ideología que
los sustentaba a partir de 1989, el turco se mantiene esencialmente intacto
cuando ya es historia la guerra fría que influyó decisivamente en formarlo tal
como es. Como el pluripartidismo, el parlamentarismo, la libertad de movimiento
y una cierta libertad de prensa ya existían cuando se produce el terremoto
político en Europa oriental, los partidos políticos en Turquía pudieron seguir
hasta hoy postergando todo cambio sustancial en el Estado y con la pretensión
de representar una democracia occidental. Y sin embargo, la clase política turca
sigue siendo hoy sin excepción, en izquierda y derecha, un conglomerado de
políticos surgidos durante la guerra fría, volcados únicamente en la lucha por
el poder, ávidos de disputarse y repartirse escaños, influencias y negocios. Se
hallan totalmente al margen de una sociedad civil de gran dinamismo que ha
surgido en las ciudades y en la costa, cada vez más desarraigada de sus
orígenes rurales. Pero también ha ignorado totalmente a los sectores más
desfavorecidos por este rápido desarrollo que viven en el campo y se agolpan en
los suburbios de las grandes ciudades.
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