Por HERMANN TERTSCH
Enviado Especial a Estambul
El País Domingo,
13.04.97
La muerte de un joven periodista turco en una comisaría
ilustra los numerosos casos de tortura policial
Metin Götkepe era un periodista anónimo, un aprendiz de 23
años. Trabajaba para un pequeño diario izquierdista de Estambul llamado Evrensel, con
tan pocos lectores y ventas que ya no existe, asfixiado por el orden que el
mercado va imponiendo, lenta pero implacablemente, en el caótico escenario de
la prensa de Turquía.
Habría seguido siendo un desconocido de no haber tenido la
mala fortuna de acudir al mediodía del 11 de enero de 1996 a cubrir la
información de una manifestación en Estambul, convocada en protesta por la
muerte, violenta por supuesto, de unos presos en una cárcel cercana. Al día
siguiente saltó a la fama, a la triste, cuando de madrugada lo encontraban unos
transeúntes en un parque de la ciudad. La autopsia determinó que el joven Metin
estaba destrozado por dentro, con un sinfín de hemorragias internas en la
cabeza y el cuerpo.
La primera versión oficial sobre su muerte fue realmente
poco imaginativa. Según rezaba, Götkepe se había caído de un muro de apenas un
metro de altura en el parque donde fue hallado. De inmediato surgieron testigos
de cómo la policía había detenido al joven durante los violentos incidentes que
se produjeron en la manifestación. La policía reconoció que así había sido,
pero insistió en que había puesto en libertad al joven poco después.
Otros testigos desmontaron de inmediato la nueva versión. El
reportero Götkepe fue visto aquella noche en los sótanos del pabellón de
deportes Eyup, en el que la policía había concentrado a decenas de detenidos y
golpeado a muchos de ellos.
Las sucesivas versiones oficiales sobre la muerte de Götkepe
eran, por supuesto, mentira. Ni siquiera aspiraban a cierta verosimilitud. Eran
poco más que un perezoso intento de mantener las formalidades. Porque la
policía turca no se esfuerza ya por negar las torturas, ni en éste ni en ningún
otro caso. Lo que pide, exige ahora, es el apoyo para seguir practicándolas.
En Afion, la policía recibió a amigos y familiares de la
víctima con pancartas en las calles. "La policía es la defensa del
Estado" y "la policía es la primera puerta de la justicia",
rezaban. Y los que en discusiones en la calle defendían a la policía no decían
que la policía no tortura, sino que lo hace por el bien de todos.
Fue sin duda un error de uno, varios o todos los 48 policías
encausados, el que Götkepe muriera a causa de las torturas. Se les fue la mano.
En realidad, son muchos los activistas en la defensa de los derechos humanos en
Turquía que se asombran de que no sean muchos más los que mueren bajo torturas
ante la generalización de esta práctica. Entre el 1 de enero de 1991 y el 12
de septiembre de 1995 han documentado 124 casos en los que, al igual que con
Götkepe, se les "fue la mano". Hay muchos otros casos de muertos
irreconocibles o desaparecidos sin rastro en los que parece evidente que pasó
algo similar.
Todos saben en Turquía -Gobierno, oposición, jueces y
fiscales, militares y policía y la sociedad entera- que en las comisarías se
tortura. Y no a veces, por abusos de algún interrogador cruel o de policías
cargados de odio y ganas de vengar a alguno de sus muchos compañeros que han
muerto y siguen muriendo a manos de terroristas kurdos o de algún grupúsculo
ultraizquierdista armado que aún quiere conquistar el paraíso mediante el
crimen.
No. En las comisarías turcas no se tortura a veces y por
ira. Se tortura casi siempre y por sistema. A los detenidos por delitos
comunes y a los sometidos a las leyes especiales de la lucha antiterrorista y
de seguridad del Estado.
Lo dicen el Comité contra la tortura de la ONU, el Consejo
de Europa, la valiente Fundación por los Derechos Humanos de Turquía, miembros
del Gobierno turco y las víctimas que se atreven a denunciarlo. Y cada vez más
la prensa y las muchas televisiones privadas que llevan información hasta
hogares en las zonas más remotas de Turquía en los que jamás se ha leído un
periódico. Lo sabe ya todo el mundo. La sociedad turca sólo está dividida entre
los que lo condenan por principio y los que lo aceptan, como mal menor en la
lucha antiterrorista o como método perfectamente aceptable para este fin. La
correlación de fuerzas está cambiando en los últimos tiempos en favor de los
primeros, pese a toda la propaganda oficial. Se tortura, entre otras cosas,
porque la mayoría de los policías no sabrían interrogar a un detenido sin
infligir daño o terror a sufrirlo. Esto es sin duda grave para una nación que
es aliada de los países democráticos occidentales en la OTAN y que aspira a
lazos estrechos con todas las organizaciones europeas, incluido su ingreso en
la Unión Europea. Pero podría considerarse un lamentable remanente de la larga
historia de represión política, de la que dan fe los tres golpes de Estado
habidos entre 1960 y nuestros días.
Sin embargo, son muchos los indicios de que la situación en
las comisarías turcas se ha agravado en los últimos años. Y de que los
oficiales comprometidos con la larga historia de represión policial exigen
trabajos sucios a los jóvenes para asegurarse su solidaridad. 0 más bien su
complicidad y su silencio. En los últimos años han aumentado los casos de
desapariciones y de muertes no explicadas.
Guerrilla kurda
Especialmente en el sureste del país, la actividad
terrorista de la guerrilla kurda del Partido de los Trabajadores del Kurdistán
(PKK) y la represión de la misma han hecho añicos todos los intentos de dotar
de mayores garantías reales a los detenidos. La guerra contra los kurdos es una
cuestión clave para el Gobierno, y su prolongación resulta absolutamente
necesaria para aquellos que necesitan un núcleo del Estado que esté al margen
de todas las leyes. Es así en el caso de la tortura, pero también en el del
tráfico de heroína, que ha encontrado en aquella región un santuario tan ideal
que se han instalado allí gran parte de los laboratorios existentes en otros
países para la transformación de la materia prima del opiáceo. Bajo el estado de
emergencia declarado en noviembre pasado por las autoridades turcas, en ocho
provincias de la región, los detenidos podían estar hasta 30 días
incomunicados. Después, y bajo presión internacional, se ha reducido el plazo a
diez días. También así da tiempo a que desaparezcan las quemaduras provocadas
por los electrodos en penes, vaginas o pechos, hematomas en las plantas de los
pies y el cuerpo en general o desgarros anales por violaciones con porras y
otros objetos. Como indica el doctor Sükran Akin, de la oficina de Estambul de
la Fundación de Derechos Humanos de Turquía, la mayor parte de las torturas se
producen en los primeros días de la incomunicación. Después hay tiempo para
recuperarse. Normalmente sí. No lo hubo para Metin Götkepe.
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