Por HERMANN TERTSCH
El País Martes,
15.04.97
TRIBUNA
La operación militar europea, auspiciada por el Consejo de
Seguridad de la ONU, para intervenir en Albania ya está en marcha. Es de
saludar que los europeos no hayan pasado meses debatiendo la necesidad del
despliegue de fuerzas en aquel país. Se han rendido a la evidencia de la
necesidad de esta operación hasta los insensatos que predican la obsolescencia
de los ejércitos. Que en Italia haya sido mayor la polémica es lógico, ya que
la catástrofe albanesa es, por motivos obvios, un problema italiano. Y fácil
por tanto de utilizar en querellas internas. Pero en el resto de los países
participantes -y muy especialmente aquí en España- la opinión pública ha
aceptado con naturalidad este nuevo envío de tropas a los Balcanes. Es bueno que
esto sea así. Facilita la agilidad necesaria y ratifica la solidaridad de los
países participantes con Albania y con Italia. También porque los europeos
pueden ahora demostrar que tienen capacidad de emprender una operación de este
tipo sin mando norteamericano. Si lo logran, quedará claro que han aprendido
del fiasco político sufrido durante meses y años de indecisión e impotencia en
Croacia y Bosnia.
El primer objetivo de la operación es suministrar alimentos
y medicinas para que la tragedia no se agrave. Pero la presencia de tropas debe
también ayudar a restaurar el orden. Y tiene que ir acompañada de una masiva
intervención política. Porque la presencia militar será sólo un remedo si
cuando concluya, el país no está encauzado hacia unas elecciones que ni Berisha
ni ningún otro caudillo o mafioso pueda manipular y exista en Tirana un
gobierno con cierta legitimidad y control sobre su territorio.
La operación alberga considerables riesgos. Primero porque
la situación es caótica. No encontrarán los oficiales al mando de las tropas
nada definido, ni frentes, ni combatientes, ni partes políticas en litigio ni
interlocutores. Habrán de proteger la ayuda, pero con seguridad a veces también
a la población, de las bandas de forajidos de todo tipo que se reparten hoy el
país, unas pagadas por el presidente, Sali Berisha, otras enemigos de éste y
otras muchas que sólo quieren controlar una región para establecer su dictado
de terror y expolio permanente de la población.
Pero las tropas se encontrarán además a una población
desesperada, asustada y embrutecida, que un día puede recibirlos como
salvadores y al siguiente dispararles para robarles la ayuda alimentaria y
médica, el dinero y las armas. En sus bellas memorias, Edith Durham, una
valiente excéntrica británica que pasó muchos años como pionera de la ayuda
humanitaria en Albania a principios del siglo, cuenta los muchos disgustos que
sobrevivió en aquel país plagado de miseria, superstición, luchas de clanes y crueldades
gratuitas. Hoy Albania tiene, además de esas calamidades, centenares de miles
de fusiles Kaláshnikov y otras armas en manos inconvenientes, la estructura
familiar destrozada, generaciones enteras sin más principio que el afán de
supervivencia, ciudades y la misérrima industria en ruinas, rabia infinita,
rencor contra toda autoridad y el crimen como lo único organizado.
En 1991, Peter Kemp, un británico que fue enlace entre el
Gobierno británico y la guerrilla albanesa durante la guerra, me acompañó,
octogenario y poco antes de morir, a Shkodra. Entre las ruinas humeantes de la
sede del partido comunista comentó: "Veo que los albaneses no han perdido
su proverbial capacidad de destruir para protestar por su suerte". La
suerte de los albaneses no ha mejorado. Y siguen considerando que pueden
vengarla sobre las espaldas de cualquiera. Harán bien las tropas europeas en
demostrar que nadie puede hacerlo impunemente sobre las suyas. Habrán de
demostrar ecuanimidad, pero ante todo firmeza. Cualquier signo de debilidad
puede poner en grave peligro a los soldados y a toda la operación. Convendría
que lo supieran tanto ellos como los políticos que los envían.
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