Por HERMANN TERTSCH
El País Martes,
31.12.96
TRIBUNA
Comienza a haber indicios serios de que Slobodan Milosevic
ha agotado sus otrora tan numerosos recursos para capear tormentas políticas,
humillar, perseguir o matar a sus adversarios y emerger después como el gran
campeón de la causa del pueblo serbio. Por primera vez en 10 años este virtuoso
de la intriga parece haber perdido los nervios ante la escalada de las
manifestaciones de protesta contra el fraude de las elecciones del pasado 17 de
noviembre. En realidad no era difícil de prever que Milosevic habría de enfrentarse tarde o temprano con su propio pueblo después de haber sembrado en su
nombre el caos y la muerte por los Balcanes. Su habilidad para valerse del
fanatismo nacionalista y tribal le sirvió para mantenerse en el poder cuando
todos los líderes comunistas de la región caían como fichas de dominó en el
otoño de 1989. Su larga marcha por el hegemonismo serbio en Yugoslavia concluyó
en la destrucción de la federación plurinacional. Su posterior asalto militar
a las repúblicas vecinas para imponer al mundo una Gran Serbia hizo correr ríos
de sangre. La comunidad internacional, a su cabeza los europeos, le ayudó
mucho. Primero apoyando su supuesto yugoslavismo, que no era sino hegemonismo
serbio; después equiparando al asaltante en la reyerta balcánica con el
asaltado, y finalmente otorgándole al propio Milosevic el papel de pacificador
en una guerra que él había diseñado, financiado y dirigido.
Después de tanta borrachera de sangre, sueños de
renacimiento de imperios medievales y mitología ortodoxa y paneslavista, la muy
prosaica realidad retorna para reclamar a Milosevic una caída que de haberse
producido cuando correspondía, en 1989, hubiera ahorrado al mundo un horror al
final de un siglo repleto de horrores. A la realidad ha vuelto Serbia por las
sanciones y por la intervención militar de la OTAN en Bosnia que frustró los
planes de Milosevic de compensar a sus súbditos por los sinsabores de la
miseria con conquistas territoriales.
Sin conquistas y con miseria, la oposición urbana al
régimen, muy débil durante la guerra, de Milosevic se ha visto reforzada y ha
obligado al final permitirá a Milosevic a trampear violando sus
reconciliación propias reglas de juego al falsificar las elecciones.
Milosevic se enfrenta así a la realidad pero también a la
paz que le ha privado de sus enemigos externos y ésta es mucho más amenazante
que los reveses militares de los últimos meses de la guerra. Quienes le conocen
saben que Milosevic está tan dispuesto a matar serbios como lo ha estado a
matar bosnios y como lo estaría a matar españoles o chinos si fuera necesario
para sus fines. A diferencia de algunos de sus adversarios que se creen su
propia propaganda, él nunca ha sido más nacionalista que comunista o fascista o
las tres cosas a la vez.
La comunidad internacional no puede cometer ya más errores
en el trato con quien, una vez despojado del poder, es el justo candidato a
sentarse en el banquillo ante un tribunal internacional o de una Serbia libre,
europea y democrática, como principal responsable de graves crímenes contra la
humanidad de los que han sido víctimas los países vecinos y su propio pueblo.
La misión de la OSCE presidida por Felipe González ha marcado en este sentido
el camino a seguir que debe rechazar todo compromiso político con la mafia
dirigida por Milosevic, impulsar con decisión una transición democrática real
y advertir contra cualquier tentación del aparato del régimen de ahogar en
sangre las protestas y buscar enemigos internos en su huida hacia adelante. Y
aquellos que aún apuestan por la supervivencia de Milosevic como garante de la
paz de los acuerdos de Dayton para Bosnia deberían entender que mientras
Milosevic tenga poder, no habrá estabilidad real en los Balcanes. La caída de
Milosevic brindará una oportunidad histórica para la reconciliación de Serbia
con Europa, para la recuperación de la autoestima europea en aquella región en
la que ha sido Estados Unidos la principal fuerza en los últimos tiempos y para
la activación real de un organismo como la OSCE, único foro de seguridad
paneuropeo actual.
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