Por HERMANN TERTSCH
El País Miércoles,
26.11.97
ENTREVISTA
El ensayista alemán desmitifica en su último libro el miedo
de los niños a los números
Hans Magnus Enzensberger es uno de los grandes intelectuales
alemanes de este siglo. Nunca le ha importado sorprender con nuevos enfoques.
Ahora presenta en España El demonio de los números (Siruela), un libro en el
que juega con las matemáticas con sus interlocutores, que son siempre niños. Su
hija tiene 10 años. Dice que el libro es más adecuado para niños de 13. Pero
asegura que también es para adultos. "Es absurdo que se tenga a los niños
por imbéciles". Considera que las matemáticas son en cierta forma poesía.
Y él se ve como poeta. Y hombre libre.
Pregunta. Usted es ante todo poeta y ensayista. ¿Cómo
se ha aventurado en esta historia de las matemáticas? ¿Tiene algo que ver su
hija de 10 años con esto?
Respuesta. Quizás para mi hija sea un poco
pronto. Tiene, como ha dicho, 10 años. Este libro es más para niños de 12 o 13
años. En Alemania también se han asombrado. Sobre todo en el ambiente
literario. Pero yo no pienso someterme a las previsiones de mis compatriotas.
Cada intelectual tiene, al parecer, unas cosas que hacer y no debe salirse de
ello. Parece que todos tenemos en una gran cómoda un cajón que nos ha sido
otorgado. Pues yo jamás me he adjudicado un cajón y nunca lo haré.
P. ¿Por qué es tan rígido ese marco que rompe usted en
Alemania?
R. En todo caso, yo no me adapto a esas reglas según las
cuales un poeta sólo debe hacer poesía, un narrador sólo narraciones. ¿Por qué
no se puede hacer otra cosa? Yo soy un aficionado a las matemáticas desde que
tenía 16 años. Y esto es una incursión más como otras tantas que he hecho y voy
a hacer.
P. Pero las matemáticas tienen ese aspecto, llamémoslo frío
o técnico, en principio tan alejado de la poesía, de un poeta. ¿No son el
horror del poeta?
R. Posiblemente esto sea un error de los poetas. Porque las
matemáticas no son una cuestión puramente técnica y mucho menos manual, en todo
caso han de ser comparadas con la composición, con la música. Las matemáticas
tienen, yo creo, muchas analogías con las artes, con la música y la poesía. Las
matemáticas tienen mucho que ver con la poesía. Con el sentido del infinito y
los conceptos de lo eterno, por tanto. Con lo trascendental. En las
matemáticas, el hombre da un salto por encima de lo que considera sus límites
naturales y consigue imaginar lo que habitualmente está más allá de sus
conceptos habituales.
Bloqueo
P. Insisto, ¿por qué esta incursión en campo tan ajeno?
R. Y
yo insisto en que siempre me ha molestado cómo se ha confrontado a los niños
con esta materia, con las matemáticas. Estoy convencido de que, exceptuando a
unos pocos seres especialmente limitados, la mayoría de los niños puede
perfectamente enfrentarse a las matemáticas y gozarlas. Lo que pasa es que tal
como se les presenta parecen una cuestión de unos pocos, además de
terriblemente aburridas. Y hay un momento en que tal presentación produce un
bloqueo en los niños y a partir de ahí ellos quedan convencidos de que no
sirven para eso. Y no es así. Es lo mismo que forzar a un niño a tocar el
violín. Por supuesto que al principio hay tonos espantosos. Pero esto no es
una cuestión de estar dotado en la mayoría de los casos. En las matemáticas o
la música la mayoría de la gente puede tener acceso a ciertos niveles, y se
frustra por la forma de enfrentar a los niños con estos retos.
P. En realidad, este libro tiene algo de esa moda más o
menos pedagógica, o quizás debiéramos decir instructiva, que ha abierto El
mundo de Sofía.
R. No creo que sea así. Creo en todo caso que Gaarder
es un gran profesor. Enormemente dotado para explicar cuestiones difíciles de
forma accesible. Yo lo he vivido en una clase y realmente es magnífico haciendo
accesibles los temas más o menos complejos para los jóvenes. Pero creo que en
cuanto a método este libro es muy distinto a lo que él ha hecho.
El papel del intelectual
P. Alejémonos un poco de su incursión en las
matemáticas. Usted siempre ha sido un intelectual comprometido. Su última
colección de ensayos, Zickzack, o su libro de hace unos años Europa,
Europa son intentos de explicar lo que nos sucede. ¿Cuál cree que es el
papel del intelectual en este nuevo mundo? ¿Y cómo ve el papel que han jugado
los intelectuales en las últimas tragedias que ha sufrido este continente, por
ejemplo en los Balcanes?
R. Una condición de los intelectuales debe ser de
alguna forma que mantengan una posición crítica no sólo hacia los demás y sus
posiciones sino hacia sí mismos y las propias. La reflexión sobre uno mismo es
una condición ineludible. Y esta reflexión es muchas veces muy deficiente. Y
por eso se dan esas consideraciones sobre su propio papel por parte de algunos
que son megalomaníacas. Muchos intelectuales tienden a exigir del mundo una
especie de papel especial. Y cuando se mira el papel de los intelectuales en
este siglo no es precisamente esto algo que debiera enorgullecer a nadie. Unos
se tiraron a los brazos de los nazis y muchos más a los brazos de Stalin y el
comunismo. Y si miramos hoy a lo que ha pasado en los Balcanes, en gran medida
todas esas matanzas han sido preparadas por los intelectuales. Y, por otro lado,
están esos intelectuales que siempre van con los buenos. Que desde su cómoda
vivienda de seis habitaciones o su chalet están en favor de esas cosas tan
perfectamente aceptables como la paz, la razón, la justicia o la convivencia,
sin reflexión sobre su propia situación en relación con ese Tercer Mundo del
que hablan. En Francia, por ejemplo, tenemos unos intelectuales que se quieren
arrogar un papel de padres de la patria que no corresponde a los tiempos. El
pluralismo puede tener sus partes malas, pero está claro que entre las buenas está
el que la sociedad no necesita ya a esos intelectuales que hagan de
conductores. Y tanto allí como en Alemania y otros sitios hay quienes no
quieren verlo e insisten en asumir papeles del intelectual del siglo XIX. Y
asumen una supuesta autoridad moral que no deja de ser una ilusión.
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