Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
22.11.97
TRIBUNA
El líder serbobosnio Radovan Karadzic no es sólo uno de los
mayores asesinos que circulan en libertad hoy en día en Europa. Es, además, uno
de los criminales más activos, bien encauzados y competitivos. Gana dinero a
mansalva. Lo invierte bien. Y lo hace con toda impunidad. Es algo así como si
Himmler se dedicara a tomar el té con alguna viuda en el centro de Madrid, en
Embassy por ejemplo, después de haber firmado el último encargo de Zyklon B, el
gas utilizado en Auschwitz para lanzar por la chimenea a la disidencia de
opinión y raza. Y por supuesto, después de haber ingresado un par de millones
de dólares en algún banco con conexiones exteriores. Presunto asesino. Pero el
gran señor del flequillo y pelo canoso, el gran líder de la irredencia del
santuario de Pale, es un simpatiquísimo personaje al que todos adoran en la
zona independientemente de su religión. Rebosan sus cuentas corrientes e
inversiones en Malta, en Grecia y en Chipre, mientras los serbios de Bosnia
intentan distraer sus hambrunas y escaseces.
Fue él, el vanidoso lacayo del presidente serbio, Slobodan
Milosevic, quien los lanzó a esa guerra tan sangrienta como absurda. Fue él,
Karadzic, quien los sumió en el odio y en el miedo, en la penuria cotidiana, en
la angustia diaria de quien ve enemigos en todo lo ajeno. Hoy, los serbios de
Bosnia, que iban a ganar el mundo de la gloria, la unidad de la nación para la
eternidad, el honor y el poder racial, viven en la miseria, en la continua
sospecha y bajo la permanente amenaza de un ataque de los mil enemigos ganados,
de sus mil víctimas que claman venganza.
Pero los que no están ciegos no dejan de ver las mansiones
en Ginebra, los apartamentos y las lonjas en Salónica y las cuentas corrientes
en todo el Mediterráneo oriental que nuestro querido patriota ha podido
cosechar de la copiosa sangre que ha derramado su pueblo y los otros de la
región. Estos beneficios y riquezas son el botín de guerra de nuestro héroe y
patriota, Karadzic.
El poeta eternamente agraviado, siempre humillado por sus
compañeros en la universidad, ninguneado por sus profesores, ignorado por la
comunidad académica en general y por esa alegre jauría de intelectuales que
alegraba Sarajevo antes de la guerra, orquestó la destrucción de esa ciudad que
nunca lo homenajeó como él creía merecer.
La última vez que Karadzic habló con quien esto suscribe,
estaba en Ginebra engañando a todos aquellos que estaban desesperados por
dejarse engañar. Los representantes de la Unión Europea estaban deseosos de que
la fuerza de la realidad, de las armas, dejara a los Balcanes en una situación
incontrovertible.
Era para muchos países europeos una cuestión extremadamente
atractiva la victoria de Milosevic y Karadzic. Los supuestos separatismos, que
en realidad no eran sino la revuelta contra una ofensiva de la hegemonía racial
serbia, se veían castigados por una terrible y sangrienta represión. El Estado
yugoslavo, una falacia de los pactos de los vencedores de la I Guerra Mundial,
era preservado a toda costa. Ahora, 300.000 muertos después, destrozada aquella
quimera, los europeos quieren que los serbios voten a Biljana Plavsic como gran
baluarte del occidentalismo y la moderación. Plavsic fue una cómplice sanguinaria
de Karadzic en su día. Hoy es la menos mala de las opciones. Los serbios de
Bosnia votan ahora, pero esta elección bajo un sistema de poder encanallado
nunca será una legitimación para los vencedores. Gane Plavsic o los sicarios de
Karadzic, la Bosnia serbia seguirá siendo una mísera región, gobernada por unos
miserables sin escrúpulos, cuya única virtud es dejar al descubierto las
miserias de esta Europa moderna, supuestamente unida y nuestra.
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