Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
05.08.95
TRIBUNA
Cuatro años hace ahora desde que corrió la primera sangre de
la posguerra en la Krajina, la Vojska Krajina, es decir, la frontera militar
siempre en agitación durante siglos en lo que era el limes entre el
imperio austro-húngaro y el otomano. Allí hizo radicarse la Viena imperial a
las últimas oleadas de serbios que huían ante el poderío militar turco, en
expansión imparable después de su victoria sobre el zar Lazar de los serbios en
Kosovo Polje, el campo de los mirlos, en 1389. Allí cultivó el imperio a estos
guerreros, cuyo servicio recompensaba con privilegios fiscales. Funcionarios en
armas bajo Viena, bajo la monarquía Karadjorjevic y bajo el titoísmo. De ahí su
amor a las armas y su orgullo de invictos que hoy redobla su estupor ante el
revés militar.
Los serbios de la Krajina fueron las principales víctimas
del frenesí criminal del régimen filonazi ustacha de Ante Pavelic
entre 1941 y 1945. Y por eso, al presidente serbio, Slobodan Milosevic, y a los
arquitectos políticos y militares del hegemonismo serbio les fue fácil
convencerles de que la nueva Croacia -que huía por la secesión del
etnohegemonismo centralista serbio- les preparaba la misma trágica suerte que el
Estado ustacha. Ya en 1990 habían comenzado, agitados por Belgrado, a cortar
las carreteras y el tráfico ferroviario, que en Knin tiene su principal nudo
entre la Croacia interior y su región costera de Dalmacia.
En el verano de 1991, dos meses después de la proclamación
de independencia de Croacia, ya estaban suficientemente armados para ir más
lejos. Con las unidades del entonces aún Ejército Federal Yugoslavo (JNA) bajo
control serbio ya, sus irregulares asaltaron a la policía y comenzaron una
expulsión masiva y matanzas de croatas. Poco después tenían el pleno control
sobre la Krajina.
Fue la primera función de la conquista que habría de colmar
el sueño decimonónico de la Gran Serbia, que, con la disolución de
Yugoslavia, Milosevic presentó como la oportunidad histórica de crear por las
armas, en el umbral del siglo XXI, el Estado unitario. Muchos serbios se vieron
tan forzados a romper con sus vecinos croatas como éstos a abandonar sus casas.
Pero las bandas de irregulares fanáticos o motivados por los botines de los
saqueos en casas no serbias tenían medios de persuasión suficientes.
Así, la Krajina quedó bajo el poder de Milan Martic, un ex
policía que con sus secuaces, los marticevski, inauguró la carrera
del crimen y la barbarie que después se extendió a Bosnia. Con Babic y el
general Mrksic, llegado desde Belgrado para reorganizar la defensa, forma el
triunvirato de caudillos con poder total sobre vidas y haciendas. Cuatro años
ha esperado Croacia a que la ONU hiciera algo para aplicar el acuerdo que
exigía la restitución de Krajina a la soberanía de Zagreb. Tras el papel de la
ONU en Bosnia, y ante el peligro de que Bihac, al sur de Krajina, cayera en
manos serbias y reforzara a Knin, Croacia ha decidido hacer las cosas de la única
forma en que funcionan ya en esta región.
Y ahora los que sufren la implacable lógica de la guerra que
se ha impuesto son aquellos que, engañados por Milosevic y sus emisarios, se
lanzaron hace cuatro años a la insurrección que provocó los primeros muertos y
odios de esta guerra.
Ahora, los serbios de Krajina, utilizados primero como
pretexto para el crimen organizado desde Belgrado, son las víctimas que se ven
obligados a abandonar los hogares que habitaron durante cinco siglos.
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