Por HERMANN TERTSCH
El País Viernes,
04.11.94
TRIBUNA
Resulta conmovedora la conversión del señor Fini a la
democracia y la libertad tras su larga militancia fascista. Aunque diga que la
libertad no es siempre una prioridad. Hay tiempos, asegura, en los que debe
pasar a un segundo plano, como sucedió durante la dictadura de Mussolini. Tiene
esperanzas de que no vuelva a ser necesario. Yo también. Y especialmente,
espero que no sea él quien dictamine las prioridades de cada momento. Y respecto
a la democracia, ya sabemos que cada cual la interpreta como quiere. Véase, sin
ir más lejos, el peculiar concepto que tiene de ella Julio Anguita. En un
telegrama del Comité Central del PCE que dirige, expresa su profundo pesar por
la muerte de Kim Il Sung que "lideró luchas heroicas" llevado por
"el permanente afán de reunificación nacional pacífica y democrática de
Corea" (Mundo Obrero, No 37, Septiembre de 1994). Si la satrapía personal
y familiar, el exterminio de la disidencia y la liquidación de toda libertad
individual hasta límites tan inconcebibles como los alcanzados por el añorado
Kim suponen para Anguita una gesta heroica y ejemplar en favor de la
democracia, puede que realmente debamos tener más miedo al coordinador general
de Izquierda Unida que a Fin¡.
Y sin embargo, me preocupa más Fini. No es un fascista de
viejo cuño, al igual que el austríaco Jörg Haider no es un nazi clásico y
Anguita no es Beria por mucho que se emocione recordando el asalto al Palacio
de Invierno. Pero mientras los dos últimos aún no están en disposición de regenerar a
sus pueblos -quizá por los muy probados métodos Berchtesgaden y Kim Il Sung
respectivarriente-, el joven e inteligente Fini ya está en el Gobierno italiano
y lleva camino de convertirse en el hombre fuerte del mismo.
Y su Gobierno está adquiriendo ademanes de matón, aunque
Fin¡ vaya de fino. Los matones -lo sabemos del cole- siempre se meten con
el más débil. Y en el terreno internacional, el tándem Berlusconi-Fini ha
elegido a un vecino pequeño para saciar sus ínfulas patrióticas. No podía ser
Suiza, por solvente y porque es la segunda patria de la clase política
italiana, o al menos de sus cuentas corrientes. Ha elegido a Eslovenia. Ha
vetado en dos ocasiones su acuerdo de asociación con la UE exigiendo al joven
Estado ex yugoslavo la devolución o compra en condiciones de privilegio de los
bienes incautados a los italianos después de la guerra. Resulta que ya no le
complacen el Tratado de Osimo de 1975 y el Acuerdo de Roma de 1983 que habían
zanjado la cuestión por medio de indemnizaciones.
Estos capones diplomáticos a Eslovenia, -y en parte a
Croacia- son la primera manifestación seria de que las ambiciones de Fini y sus
correligionarios de "recuperar las sagradas tierras italianas" en la
costa oriental del Adriático han pasado de la algarabía callejera fascista en
Trieste a los solemnes salones de Roma. Los camisas negras no van a
invadir Eslovenia ni Dalmacia. Se trata más que nada de demostrar que es Roma
quien manda en la región y vaciar las soberanías de los vecinos débiles.
Después serán el tiempo y el dinero quienes dibujen las nuevas fronteras.
Un tratamiento parecido le otorga Atenas a Albania con su
veto a las ayudas comunitarias para este paupérrimo país. Los matones en Grecia
-los que hablan del sur de Albania como el Épiro norte que acabará volviendo a
no se sabe bien qué "unidad griega" que jamás existió- se encuentran
en todo el espectro político. En 1946, Grecia ya exigió la anexión de esta
región. Sin éxito entonces. Ahora vuelve a las andadas. Y sin embargo, los
matones en Atenas y Roma deberían saber que es mejor respetar las fronteras
del pequeño porque éste puede tener un primo mayor. Que sus unidades
territoriales y nacionales son tan ficticias como las de los demás. Que los
derechos históricos allende las fronteras actuales de cada uno no existen. Y
que es mejor para ellos que sea así. Porque la historia tiene muchos siglos y
sus Estados apenas décadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario