Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
28.01.95
TRIBUNA
Violeta Friedman, la madre coraje de la memoria de Auschwitz
en España, estaba indignada. Un periódico de Madrid le había pedido un artículo
sobre su trágica experiencia en aquel campo de exterminio, donde Violeta
estuvo cautiva y donde perdió a su familia. Cuando lo había escrito se enteró
de que iba a ser publicado junto a otro de uno de esos historiadores revisionistas
que niegan que el holocausto se produjera. "Es increíble", protestó.
¿En aras de qué ecuanimidad quieren equiparar el testimonio de la víctima al
del representante de los verdugos? Enfadada, retiró su escrito. Violeta ya fue
humillada en Auschwitz más allá de lo humanamente soportable. Nadie debe
esperar que ahora comparta siquiera página con quien niega su dolor y hasta la
muerte de sus seres queridos. Ese mismo día, un joven nazi encapuchado mataba de
un tiro a Gregorio Ordóñez en San Sebastián. El móvil del asesino viene a ser
idéntico al de los guardianes de las SS que llevaron a las cámaras de gas a la
familia de Violeta. Un ambiente bajo exposición constante a mentiras
históricas, mitos antropológicos y burdas majaderías seudopolíticas en
conjunción con atrofias emocionales, ignorancia, alienación e ínfima calidad de
vida generan ese sustrato lumpen político-criminal del que hoy
reclutan a sus activistas ETA y sus peñas anejas. Descerebrados politizados.
En una foto publicada el día después de su muerte, se veía a
Ordóñez sentado en la sesión de apertura del Parlamento vasco junto a una
parlamentaria de HB, Begoña Arrondo, y rodeado de otros beneméritos miembros de
dicha cofradía. La ilegalización de HB sería un grave error, se dice. Es muy
probable. Pero no deja de ser irritante que Ordóñez tenga, después de muerto,
que compartir foto con los cómplices de su verdugo. Son excesos de cortesía,
porque crean una impresión de normalidad donde no la hay y de respetabilidad en
quien no la tiene.
Ya hemos visto adónde lleva esa equiparación de víctimas y
verdugos y los intentos de reconvertir al asesino en buen comensal. El criminal Karadzic ha compaginado brillantemente sus opíparas cenas oficiales
con vistas al lago Lemans en lujosos restaurantes de Ginebra con sus labores
como gran matarife de mujeres y niños en Bosnia. La ONU le ha exhortado a hacer
el favor de no seguir matando. Como el obispo Setién a ETA. Los criminales
no hacen favores ni a la ONU ni a la Iglesia. Quien siga creyendo lo contrario
se confunde o nos quiere confundir.
A aquellos que han hecho bandera de su ínfima catadura y
sus aficiones asesinas -sea un Estado, una organización o una persona- no se
les trata, no se les saluda, no se les pide favores. Tampoco creo que deba
brindárseles acceso a los micrófonos de radio para difundir mentiras y calumnias
a muertos y vivos. Cierto que se desenmascaran con su soez lenguaje. Pero se
reafirman difundiendo su apología del crimen como opción política y se
benefician de la respetabilidad que confiere el medio.
Quien tenga propósito de enmienda, bienvenido a la sociedad
abierta. Que deserte y reniegue de la asociación de malhechores en la que
milita, sea ésta una banda de fascistas serbios, neonazis berlineses o protonazis con kaiku. Pero, mientras, son inaceptables las conversiones
parciales. Saludar educadamente antes de entrar en el Ayuntamiento para
llenar después de sangre el salón de plenos. Conferencia de prensa con txikitos
y tortilla a las once y tiro en la nuca a las tres y media. O mostrar, en
un alarde de sensibilidad, malestar por el error político de una
muerte mientras las otras siguen siendo aplaudidas o comprendidas.
Igual que no invito a Anglés ni a Jack el Destripador al
cumpleaños de mi hija, me niego al compadreo con Himmler, Karadzic o Floren Aoiz
si no proclaman previa y fiablemente su desnazificación. Como Violeta, tendré
que soportar la existencia de nazis 50 años después de Auschwitz. Pero no su
presencia en mi mesa.
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