Por HERMANN TERTSCH
El País Miércoles,
01.11.95
TRIBUNA
Se rieron mucho Clinton y Yeltsin en su último encuentro en
los idílicos aledaños de Nueva York. Y a Yeltsin le sentó mal tanta hilaridad.
Ingresado en un hospital en Moscú, estamos de nuevo preguntándonos si en el
Kremlin manda un dipsómano, un moribundo o una momia. Solo sabemos que los
partes médicos sobre su estado mienten. Mal andamos, por tanto, de información
para establecer una estrategia realista cuando falta menos de un mes para una
fecha, el 17 de noviembre, en que vence el plazo en que debía cumplirse el
compromiso de destrucción de armas convencionales según lo acordado en Viena en
1992. Los rusos dicen que romperán el compromiso. En Rusia se ha abolido la política.
No hay sino caos y carreras por el poder entre más o menos mediocres mejor o
peor pertrechados con armas, dólares y sicarios. Y Occidente sufre un grave
problema de apreciación sobre lo que sucede allí, en sus núcleos de poder, en
su Ejército y en su sociedad. Lo que está pasando en Rusia es grave. La falta
de información y previsión occidental es peor.
Consideran algunos en Occidente que el asalto de las mafias
a las instituciones, la tensión étnica, el desmoronamiento del orden público y
la descomposición de las estructuras de poder son fenómenos coyunturales o
enfermedades infantiles del capitalismo. Cuando el mercado y las instituciones
cuajen, Rusia se convertirá, dicen, en un país normal, un Estado de
derecho y una sociedad abierta con la que Occidente hará una alianza para
frenar a la cada vez más amenazante potencia emergente, China. Este
peligroso wishful thinking (crasa confusión entre deseo y realidad)
sobre el desarrollo de Rusia lo alimenta un poderoso lobby que va
desde el rusófilo Strobe Talbott en Washington hasta el Gobierno alemán.
Tienen razones para defender una política de guante blanco y
comprensión hacia las preocupaciones, reales o fingidas, de Moscú y los
meandros políticos y geoestratégicos del Kremlin. Unos creen en serio en este
Ave Fénix rusa que se alzará hacia la modernidad e ilustración. Otros agradecen
favores o cobran por creer en el rápido desarrollo de una Rusia abierta y lanzada hacia la modernidad. Pero mientras Clinton y Yeltsin se ríen, la
sociedad rusa no les sigue la gracia. El humor es malo, y todo hace indicar que
votarán a quienes peor humor muestren y más agravios prometan vengar. Decenas
de millones se sienten humillados por el exterior, aterrorizados por
compatriotas mafiosos y sumidos en una indigencia que no recuerdan en el Estado
soviético. Resentimientos nacionales, rencores, falta de perspectivas, miseria
y desesperación son la mezcla para una reacción agresiva. Y lo peor es el
miedo. Y Rusia tiene miedo a verse postrada ante Occidente.
La añoranza por la URSS es irrelevante. No lo es la de la
gran Rusia, cuya fuerza se sienta allende sus fronteras. Su vocación imperial
será siempre una amenaza para sus vecinos, mayor o menor según quién dirija el
Kremlin. Y puede ser pronto alguien que no acepte la realidad creada tras 1989.
Por eso es imprescindible la contención.
Occidente debe entender los miedos históricos rusos, pero no
aceptar las conclusiones de los mismos. Es peligroso permitir que rompa
tratados como el de Viena sin pagar un alto precio. Y es lo que parece que
Occidente está a punto de aceptar. El precio para permitir que destruyan menos
armas que las acordadas puede ser una fórmula de integración paulatina pero
irreversible en la OTAN de sus vecinos. Rusia se niega. Que se negocie más. Hay
mucho que ofrecer a Moscú para que no trate los acuerdos con la OTAN como papel
mojado. Puede contar con un acuerdo de no agresión. Pero ceder ahora a la
violación del Tratado de Viena y aceptar el veto sobre la voluntad de los
países centroeuropeos de ingresar en la Alianza sería un precedente gravísimo.
Occidente ha tenido suerte con sus dos últimos
interlocutores en el Kremlin. Pero la suerte no es eterna. Por el contrario,
suele ser efímera. Es probable que el próximo no sea un alcohólico razonable,
sino un panruso iluminado, un demagogo o un bonapartista. Gente que se ríe
poco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario