Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
11.10.97
TRIBUNA
La historia de los regímenes totalitarios de nuestro siglo
es la historia de la selección negativa. Todos los Estados, democráticos o no,
cuentan con gentes mediocres, miserables, sin escrúpulos o simplemente
imbéciles en sus filas. Son inevitables y, en ocasiones puntuales, incluso
útiles. Pero es característico de los regímenes totalitarios que estos
individuos sean sistemáticamente catapultados a sus cúpulas. Es norma que sean
promocionados a puestos dirigentes aquellos que compensan su falta de
cualidades positivas con la obediente disposición a liquidar a otros más
escrupulosos en conciencia. La piedad, la dignidad y el pudor son lastres
insoportables en este ascenso. La sumisión ante la superioridad y el dogma, la
ferocidad hacia el subordinado y discrepante son imprescindibles para escalar
en la jerarquía de un aparato de tal calaña. Sucedió en el régimen nazi. El
almirante Canaris o el general Rommel tenían que caer ante carniceros y
ladrones como Göring o Himmler. En los regímenes comunistas pasó lo mismo,
ampliado en espacio y tiempo. Aquellos con capacidades para haber servido bajo
un régimen más humano fueron liquidados por quienes sólo servían para gobernar
por medio del terror. No todas las víctimas eran inocentes. Muchas se habían
cargado de culpa en la liquidación de otros camaradas o rivales. Pero la regla
se cumplía. De cada purga emergía una dirección peor, más cruel, más
encanallada, mas deshumanizada, menos culta. Siempre bajo la atenta mirada
del padrecito que se erigía por encima del bien y del mal, en
Alemania Hitler y en Rusia Stalin. En la URSS cayeron primero los veteranos
bolcheviques y los generales del Ejército Rojo. Después, los verdugos de los
anteriores. Hasta hacer interminable la lista.
Ahora, en la llamada nueva Yugoslavia serbio-montenegrina
estamos asistiendo a un proceso muy similar. El nuevo triunfador, Vojislav
Seselj, es el peor de toda la camada negra de políticos que emergieron a la
sombra de Slobodan Milosevic. En su día, Milosevic accedió al poder liquidando
a su mentor Ivan Stambolic. Y muchos pensaron que con Slobo, desmostrado lo que
era capaz de hacer, la selección negativa había llegado a su culminación.
Pero todo es susceptible de empeorar. Bajo el ala protectora
de Slobodan Milosevic han surgido cuervos que lo hacen aparecer a él como una
paloma de la paz. Éste era uno de sus objetivos al fomentar a gentes como
Radovan Karadzic en Bosnia o Vojislav Seselj en Serbia. Además, por supuesto,
de la realización de los trabajos más sucios.
Ahora, a Milosevic parece habérsele ido la mano. Ya se le
fue con Karadzic, aunque hoy éste haya vuelto al redil de la obediencia
-disimulada hacia afuera, por supuesto-. Ahora es Seselj quien, con su ventaja
en las elecciones presidenciales serbias sobre el candidato de Milosevic, Zoran
Lilic, amenaza con crear nuevas molestias a su antiguo protector. Seselj, que
pidió en su día cucharas oxidadas para arrancar los ojos a los croatas, no es
aún presidente serbio porque en esta ronda electoral no acudió a votar el 50%
del censo.
Es posible que Slobodan Milosevic tenga aún alguna carta
para imponer a su candidato Lilic. Milosevic sigue desempeñando las
competencias claves como son el mando de fuerzas armadas y policía. Si Seselj
se aviene a un acuerdo, se seguirán repartiendo los papeles de malo y bueno
ante Occidente. Pero si osa el pulso, Milosevic le demostrará quién manda. Por
la fuerza o con la información de que dispone sobre las correrías de Seselj. En
todo caso, ya casi tenemos a otro criminal en la cúpula institucional serbia.
Uno más. Mientras, los líderes de la oposición juegan al divismo y condenan a
la mitad de la población serbia -la que se niega a votar a criminales- al
silencio, a la resignación o a la emigración. Otro efecto de la selección
negativa.
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