Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
26.04.97
TRIBUNA
Las reacciones al asalto militar de la Embajada japonesa en
Lima no dejan de ser curiosas. Sobre todo, una vez más, aquí en España. Resulta
que Fujimori es un nazi para muchos. "Ha sucedido lo peor", han
llegado a decir algunos comentaristas. ¡Hombre, pues no. Lo peor no! Han sido
liberados todos los secuestrados menos uno. El Ejército ha tenido sólo dos
bajas, pocas en una operación tan compleja. Y sí, es cierto, murieron los 14
secuestradores. Todo indica que existía orden de no dejar vivo a ninguno. Pero
a la vista de dichas reacciones, parece que las víctimas del drama no eran los
rehenes amenazados de muerte, más de 400 inicialmente, 72 al final, sino los 14
terroristas. Vaya por delante el rechazo que provocan muchas de las actuaciones
protagonizadas por el presidente Fujimori en los años que lleva en el poder en
Lima. Y la repugnancia que produce la lógica expresada por uno de sus
portavoces cuando aseguró que en estas operaciones militares no se hacen
prisioneros. Se equivoca. Y revela además la catadura moral propia y de su
presidente. Porque en las guerras sí se hacen prisioneros. Y lo que distingue a
quien tiene la razón de quien no la tiene, al margen de todos los intereses que
se diriman en los conflictos, es precisamente el hecho de que el primero hace
prisioneros y los trata humanamente. Fujimori no trata con un mínimo de
humanidad a los presos de la guerra contra el terrorismo en Perú. Las cárceles
subterráneas, los juicios secretos, los desaparecidos y las torturas lo
evidencian.
La solución violenta del secuestro era una opción abierta y
legítima porque un Estado tiene el derecho a recurrir a ella cuando la
violencia ilegítima, el secuestro del 17 de diciembre, lo desafía de tal modo.
Aquellos que se rasgan las vestiduras ahora por la lamentable muerte de los
terroristas deberían haber centrado sus esfuerzos en convencer al jefe
del comando, Néstor Cerpa, de que pusiera fin a esta acción criminal y
aceptara la oferta de salvoconducto hacia Cuba o la República Dominicana.
Pero no. Aquí se ha vuelto a imponer esa épica del buen
guerrillero. Se entienden los crímenes que comete porque "en el fondo
tiene razón". Es decir, se perdonan los malos medios porque se aplauden
los buenos fines. Mientras no aceptemos que no existen buenos fines alcanzables
con malos modos estaremos sometidos a esta confusión moral que lleva a algunos
a considerar malo el secuestro de Ortega Lara y menos malo el de los 72 rehenes
de Lima. Nada la representa mejor que esa sibilina distinción entre
guerrilleros (los que acosan a quienes nos son antipáticos) y terroristas (los
que nos acosan a nosotros).
El Ejército ha matado a miembros del MRTA que podía haber
detenido. Es otra prueba del desprecio de Fujimori a las consideraciones
humanitarias que diferencian a una autoridad civilizada de una que no lo es.
Pero no hay motivo para reevaluar al personaje. Nada le caracteriza mejor que
el detestable gesto de posar junto a los cadáveres del MRTA como si fueran
trofeos de caza.
Pero constatar que Fujimori es una mala persona y que en
Perú existe el crimen de Estado no resta legitimidad a la operación. Los que
ahora le llaman nazi deberían haber calificado así a los que retuvieron y se
decían dispuestos a matar a decenas de personas por el mero hecho de asistir a
una recepción. Algunos parecen lamentar que este caso de épica guerrillera no
acabara con "final feliz", es decir, la derrota del Estado. Y en
algún comentario se advierte incluso el pesar por que la operación no se
saldara con muchos rehenes muertos para poder equiparar de nuevo a víctimas
inocentes con quienes han sido víctimas finalmente, pero responsables máximos
de la tragedia y desde un principio se habían declarado dispuestos a ser verdugos.
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