Por HERMANN TERTSCH
El País Miércoles,
22.03.95
TRIBUNA
Los responsables de la seguridad europea siguen sin resistir
a las tentaciones de la grandilocuencia. Sólo así se explica que no les
asaltara cierto pudor al reunirse en París para firmar nada menos que un pacto
de estabilidad para Europa. A 52 pares de manos, que tantos son los ministros
de Exteriores de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa
(OSCE). Con tan solemne denominación, tanto participante y consenso semejante,
podría pensarse que los males europeos han encontrado remedio. Pues no. Se trata
de un espejismo, digamos que inducido. Los ministros de Asuntos Exteriores
reunidos en París no saben qué hacer para evitar que las relaciones en el Viejo
Continente sigan pudriéndose. Lo intentan disimular repitiendo ceremonias de
antaño. Con candidez los más sonrientes y poco advertidos, con cierto cinismo
los menos ilusos, han acudido a la capital gala a conjurar fantasmas. Y a París
siempre le ha encantado ser sede de "acuerdos históricos", incluso
cuando éstos corren peligro de tener menos valor que una promesa en los
Balcanes. Pero lo malo no es que la reunión de los 51 ministros sea inútil en
sí. Lo han sido varias en este último lustro. Ni que el anfitrión se dedicara
en su discurso a autofelicitarse y a lanzar como gran idea de estadista en
campaña electoral a la presidencia de Francia la necesidad de una defensa común
europea. ¡Solución imaginativa, vive Dios!
Lo malo y peligroso es que los intentos de compensar con
imágenes televisivas -de banderas, mesas redondas y ministros llegando a las
salas de plenos- la ausencia de pasos concretos y una política de seguridad
definida amenazan con dinamitar la poca fe que los ciudadanos europeos aún
puedan tener en la diplomacia multilateral. E impiden las medidas reales
necesarias para hacer frente a los muchos peligros y enemigos que la sociedad
libre tiene en Europa y, por cierto, no del todo ausentes éstos de París.
¿Se acuerdan de la magna conferencia de la Conferencia de
Seguridad y Cooperación en Europa, con los jefes de Estado y Gobierno en gran
foto de familia europea unida por los mismos valores? Corría el año 1990.
Firmaron todos la Carta de París para una nueva Europa. Queda recomendada su
lectura tanto para quien quiera reír como para el que desee llorar. Se
congratulaban de todo entonces los líderes de este continente y se comprometían
a la armonía y el escrúpulo en la defensa de todos los derechos habidos.
"Afirmarnos que la identidad étnica, cultural, lingüística y religiosa de
las minorías nacionales será protegida". "Garantizaremos que todo el
mundo pueda interponer recursos efectivos contra la violación de sus
derechos".
Se comprende que los organizadores de esta traca de
optimismo europeo hayan preferido no invitar a una delegación de
Bosnia-Herzegovina. Porque en París se ha vuelto a hablar mucho de la necesidad
de respetar a las minorías y de defender las fronteras. Que no se preocupe
Kozirev, nadie tratará en los países bálticos a la minoría rusa como si fueran
chechenos. Pero nadie ha dicho cómo se van a hacer respetar y defender en caso
de que alguien, por un motivo u otro, los ataque. Y dado que ahora, aquí, en
Europa, hay casos en que han sido violados todos los derechos de individuos, de
minorías y mayorías y de fronteras, territorios, etnias, Estados y religiones,
alguien quizá todavía esperaba que alguien clamara contra la impunidad del
crimen. Pero no.
Se supone que la OSCE se enfadará con los agresores. Si son
pequeños. Como no lo sean, nadie se engañe, nuestros ministros conseguirán
culpar al agredido de su suerte. Porque no hay voluntad para defender los
principios cuya apología en salones parisienses es gratis. Y mientras eso sea
así y exista un vigoroso precedente de violación impune y culminada en éxito de
todos estos principios de la convivencia entre Estados libres y civilizados,
todos los acuerdos sobre minorías y fronteras desde el Rin a los Urales son y
serán papel mojado.
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