Por HERMANN TERTSCH
El País, Zagreb,
03.09.91
Las posibilidades de éxito del acuerdo firmado ayer en
Belgrado no son mucho mayores que las de anteriores compromisos entre las
partes contendientes en la guerra en Croacia. Es difícil que las fuerzas
serbias y algunos sectores del Ejército se dejen arrebatar en la mesa de
negociaciones sus conquistas en el campo de batalla. El acuerdo, tal como es
interpretado, en Zagreb, vuelve a situar la crisis donde estaba hace tres meses. Para
que el acuerdo cuaje plenamente, la presencia de los observadores
internacionales debería impedir la cooperación armada de Ejército y guerrilla,
garantizar los derechos de la población serbia y encauzar el regreso del
Ejército a los cuarteles, el desarme de los grupos rebeldes serbios y la
desmovilización de la reserva de la Guardia Nacional croata.
Croacia puede aceptar estos puntos, que restituirían su
control sobre el territorio perdido, que identifican como únicas bandas
paramilitares a desarmar a la guerrilla serbia y sólo obligan a desmovilizar su
reserva de la Guardia Nacional según se vaya cumpliendo la retirada del
Ejército.
Es improbable, sin embargo, que Serbia y sus fuerzas
rebeldes vayan a acatarlo. La masiva presión comunitaria les ha hecho ceder
mucho. Durante meses se habían negado a toda observación extranjera,
insistiendo en que se trataba de un asunto interno. Ahora no sólo se resignan a
la internacionalización del conflicto sino que aceptan que entre los
observadores haya militares aunque vayan vestidos de civil.
Con la firma del documento, Serbia reconoce ser parte del
conflicto en Croacia, y así su responsabilidad directa al menos sobre parte de
las Fuerzas Armadas que combaten allí.
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