Por HERMANN TERTSCH
El País Martes,
02.12.97
TRIBUNA
Es imprescindible escribir, ahora y siempre, sobre el
Holocausto, un crimen único en la historia que ha cambiado -y debe cambiar aún
más- la percepción de la humanidad sobre su capacidad de crueldad y, más grave
si cabe, sobre la banalidad del mal. Todo lo publicado al respecto es
bienvenido. Milita contra el olvido y en favor de la memoria, un bien máximo
del alma y la mente. Pero no todo lo publicado actúa contra la trivialización,
independientemente de las intenciones de su autor. En los últimos años, sobre
todo en EE UU, se ha generado una industria editorial sobre el Holocausto que
satisface más a la ambición de los autores que al análisis sincero que
corresponde a quienes no fueron víctimas. Suelen ser historiadores jóvenes,
dispuestos a asumir teorías que garanticen un eco para mayor gloria
universitaria y editorial. Son justicieros que sentencian sobre épocas de las
que algo saben pero poco entienden.
Me temo que Goldhagen pertenece a este grupo. Su libro ahora
traducido al español, Los verdugos voluntarios de Hitler, y publicado
por Taurus, sostiene que los alemanes en su conjunto fueron verdugos
entusiastas de los judíos. Más aún, que esperaban cualquier excusa, véase un
régimen como el nazi, para acabar con todo judío a su alcance.
Me temo también que la vida en Harvard es demasiado fácil
como para hacer entender en los pocos años que tiene Goldhagen toda la
complejidad de la sociedad alemana de los años treinta. Y que pretender que los
alemanes, o los austriacos incluso -mucho más antisemitas ellos-, tenían mas
odio a los judíos que los polacos, los eslovacos, los croatas, los lituanos o
los rusos, es un disparate o una clave comercial para el escándalo y el éxito
del libro.
Muchos cristianos, sindicalistas e izquierdistas alemanes
fueron a la muerte bajo el nazismo. Por resistir. Y gitanos y homosexuales. Y
muchos colaboracionistas de todas las naciones ocupadas destacaron en los
campos como verdugos fervorosos. Historiadores como Ruth Bettina Birn, Norman
Finkelstein o Christopher Browning han acusado a Goldhagen de simplificar y
comercializar esta trágica historia. Las respuestas descalificadoras de
Goldhagen no hacen sino avalar tales críticas. Una mayoría de los alemanes toleraron
-por convicción, por indiferencia, por miedo- los crímenes de los nazis. No es
poca culpa. Decir que les movía el entusiasmo en la liquidación de la raza
judía que, aún después de la Conferencia del Wannsee en 1942, Hitler insistió en
mantener oculta, es hacer populismo comerc¡al con la muerte ajena.
Goldhagen ha vendido muchos libros. Lo merece por su labor
recopiladora. Pero su análisis es simple. La simplificación trivializa. Y
trivializar el Holocausto es una frivolidad. Aunque le haga a uno famoso y bestseller.
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