Por HERMANN TERTSCH
El País Domingo,
24.06.01
COLUMNA
El Parlamento de Budapest ha decidido por una aterradora
mayoría (92% de los votos) que el Estado húngaro tiene cierta jurisdicción
sobre los húngaros que viven en los países vecinos. Y no son pocos. Casi 3,5
millones de húngaros étnicos son ciudadanos de Rumanía, Eslovaquia, Ucrania,
Serbia y Croacia. Es sin duda una mala noticia para Europa, por mucho que la
celebren quienes puedan para entrar, residir y trabajar en este país, uno de
los candidatos a la primera ampliación al este de la UE.
Pese a todos los acuerdos sobre respeto a las fronteras
existentes -en aquella región siempre discutibles- y la manifiesta voluntad de
los Gobiernos de Budapest, Bucarest, Kiev, Bratislava y Belgrado, de no
ponerlas en duda, la decisión del Parlamento húngaro dinamita el concepto que
con más empeño quiere imponer la UE en su ámbito, que es el de la ciudadanía
frente al supuesto derecho racial de sangre. Suena una vez más la alarma, no
por limpiezas étnicas ni violencia, sino por resoluciones parlamentarias que
socavan los principios de la Unión sobre los que construir una Europa
democrática y abierta. Quien tenga sangre húngara, ciudadano de otros países no
miembros de la UE, podrá gozar de permisos de trabajo durante tres meses
renovables, formación universitaria gratuita y derechos como la asistencia
médica.
Si eres de una ciudad de Transilvania como la llamada Cluj
en rumano, Kolozsvar en húngaro y Kronstadt en alemán, desde el martes pasado y
por decisión de un Parlamento extranjero, has de saber que tienes otros
derechos que tu vecino según te llames. Son muchos los que han abandonado esta
milenaria ciudad multiétnica en las últimas décadas. Los Maier, alemanes, se
fueron en su mayoría aún bajo Ceausescu. Los Radulescu (rumanos) se han de
quedar o emigrar ilegalmente. Pero los Szabo (húngaros) tienen a partir de
ahora un trato preferencial en la vecina Hungría. De ahí a pedirte un análisis
de sangre en la frontera estamos a un paso.
Blut und Boden (sangre y tierra) es un concepto muy
poco correcto en la política actual, y aún menos en las instituciones, en
países de la UE o candidatos a serlo. Desde el romanticismo alemán del siglo
XIX, desde Fichte, también desde el revolucionario alemán judío Heine -a quien
le dolía Alemania (a otros también)- y por supuesto desde Herder, el lema que
glorificaba una cohesión suprasocial y cuasi mística de un pueblo en torno a
características genéticas, sanguíneas, de lengua y vínculo sagrado a una tierra,
es un mensaje no ya sospechoso sino comprobadamente peligroso. Desde entonces,
el legado de aquellos poetas idealistas germanos no ha generado más que cierto
placer literario y muchos ríos de sangre derramada en nombre del Rh.
Blut (sangre), Boden (suelo,
territorio), Lebensraum (espacio vital). Son términos que hoy
debieran repugnar a cualquier ciudadano que, consciente o inconscientemente,
sea un seguidor del magnífico término de 'patriota constitucional', que en su
día forjó en Francfort el filósofo Jürgen Habermas y que es la bandera de la
sociedad civil frente a los nacionalismos oscurantistas, carlismos redivivos y
mitologías raciales victimistas. En Budapest, en Bratislava o en Lasarte.
Por eso, no debe extrañar que haya escandalizado la decisión
del Parlamento de Budapest. Cierto es que Hungría es un país en el que el
trauma de sus compatriotas expulsados de la patria tiene un especial peso. El
disparate del presidente norteamericano Wilson y las potencias vencedoras de la
I Guerra Mundial en los Acuerdos de Trianon en 1920 sigue produciendo
monstruos. Dos tercios de Hungría fueron arrebatados a la metrópoli en un acto
de venganza implacable y entregados a supuestos o reales vencedores de la
guerra contra las 'potencias centrales', Alemania y Austria-Hungría.
Pero el trasfondo histórico, de mucho calado, de este nuevo
traspiés en la construcción de la Europa de los ciudadanos no debe hacer
olvidar que los móviles de los nuevos desatinos son actuales. El Gobierno de
Viktor Orban, del inicialmente liberal Fidesz en Hungría, ha pasado a ser un
movimiento derechista que ha asumido muchos de los postulados de los más
montaraces entre los nacionalistas magiares. Dice el Gobierno, a través de
Janos Martonyi, ministro de Asuntos Exteriores, que la ley aprobada sólo
intenta frenar la previsible afluencia de inmigrantes ante el ingreso de
Hungría en la UE. Puede ser.
Pero ahora que Alemania está debatiendo por primera vez con
seriedad desmantelar leyes anacrónicas que permiten a un supuesto alemán de
Kazajstan con muy supuestos antecedentes alemanes adquirir la nacionalidad que
se le niega a un turco cuya familia lleva tres generaciones en Alemania,
resulta que Hungría, a punto de ingresar en la UE, acuerda el beneficio de la
'sangre magiar'. Aunque también hay que señalar que también España, por
ejemplo, recurre a soluciones similares en la perplejidad que genera el
terremoto demográfico que sacude al mundo desarrollado. Porque no es algo muy
distinto el privilegiar a un ecuatoriano o argentino en el acceso a las Fuerzas
Armadas o a la nacionalidad por 'afinidad de cultura'. Más afinidad hay sin
duda entre los húngaros al norte y al sur de las fronteras artificiales y
brutales creadas en 1920 entre la actual Hungría y Eslovaquia y Rumanía.
Hungría sufrió una amputación comparable a la que soportó España a lo largo del
siglo XIX. Pero la sufrió en París en cuestión de semanas. Si España se
deprimió con su última pérdida en 1918, Hungría quedó desgarrada tras 1929. En
todo caso, la nueva reactivación de los derechos de sangre en Europa no augura
nada bueno y da argumentos a quienes en distintos lugares del continente
preguntan a un individuo nombre, religión, cultura y etnia para decidir en
consecuencia el trato y los derechos a otorgarle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario