Por HERMANN TERTSCH
El País, Ondarroa,
13.05.01
REPORTAJE
En muchas partes de Euskadi convive el miedo a ETA con un
nuevo miedo, quizás sin motivo pero real, sembrado por el nacionalismo, a una
España vindicativa
Bar Gaztedi, en la alameda de Ondarroa (Vizcaya), bien
entrada la tarde, en pleno final de campaña. El dueño del local ve una bolsa
redonda junto a una pared, no lejos de la barra. '¿Qué es eso?', pregunta
nervioso y se apresura a examinarla de cerca. La bolsa es semitransparente, por
lo que pronto pasa el sobresalto. El camarero sonríe aliviado. Era un balón de
fútbol. No es muy explicable la reacción de susto. En el municipio de Ondarroa,
todos conviven con un poder absoluto de Euskal Herritarrok. Y quien se lleva bien
con esta fuerza no ha de temer bombas desde hace más de tres lustros. Pero los
nervios están crispados. Juegan malas pasadas.
Markina, un día antes. Un amigo desde la infancia saluda con
gesto adusto al periodista y le espeta: 'No sé cómo te atreves a venir por aquí
después de lo que has escrito y dicho'. Ahí acaba la conversación. Otros son
menos hoscos en este pueblo, que siempre ha sido tranquilo y amable. Hablan, en
voz baja, para criticar el Pacto de Estella, lo que alguno llama los 'errores'
de Arzalluz y Egibar al frente del PNV, fuerza mayoritaria en el pueblo. Pero
todos hablan con temor de la inminente amenaza de una 'reconquista' por parte
de las fuerzas de Jaime Mayor Oreja, a quien alguno parece confundir con el
general Mola y los tercios de requetés.
Lekeitio, dos días después. Las pescaderas venden cabrachos,
salmonetes, rodaballos y merluzas magníficas en su mercado diario junto al
puerto. Hace un día estupendo. Pero hay muy poca gente en los bares y
restaurantes de este delicioso puerto de mar. Unos arrantzales (pescadores)
jubilados hace tiempo chiquitean por los bares del puerto. Hablan, como
casi todos los mayores en este triángulo vizcaíno, un vascuence que mezclan con
perfecta naturalidad con frases en castellano. Y hablan mucho más de Mayor
Oreja que de Arzalluz, presidente del 'partido de toda la vida', o de Arnaldo
Otegi, el etarra 'reconvertido' a la política que, con EH, ostenta también su
dominio total en el escenario político del pueblo.
Bandas amarillas
La única propaganda electoral visible en Lekeitio es la de
EH. En Ondarroa y Markina, la situación no es muy diferente. Y la propaganda
electoral del PNV se ha ido incorporando al discurso de EH según pasaban las
jornadas. Nadie se atreve a retirar pancartas y carteles de unos. Las largas
bandas plásticas amarillas con el lema de 'EH, EH, EH, EH' son omnipresentes.
Pero nadie hace nada por impedir que se retiren, manchen o cubran los carteles
que quizás, en algún momento de militancia suprema, han pegado o colocado otras
fuerzas democráticas. La calle aquí sigue siendo de unos.
El Partido Popular y el Partido Socialista se las verán y
desearán incluso para mantener un mínimo control de los procedimientos de voto
hoy, domingo, día histórico para Euskadi como las fechas clave que llevaron a
la aprobación del Estatuto de Gernika. Los partidos constitucionalistas no han
intentado siquiera pegar carteles en estos pueblos, en los que su propaganda es
dinero tirado a la basura porque no aguanta ni minutos en las paredes antes de
ser arrancada. Por no hablar de organizar un mitin, que sería un riesgo para la
seguridad de los oradores de forma inmediata y de los asistentes al mismo a
largo plazo si residen en dichas localidades.
Pero también el PNV ha tenido que ver cómo en todos los
carteles pegados por sus militantes han sido colocadas posteriormente pegatinas
acusando a Ibarretxe, al antiguo aliado en Estella, de decir 'sí' a todos los
males que se ciernen, según los chicos de Otegi, sobre una Euskadi asediada por
esos extraños foráneos que, sin embargo, son de allí.
No hay igualdad de oportunidades para los diversos partidos
en esta esquina de Euskadi como no la hay en muchas otras. Pero sí se ha
producido un gran cambio en los últimos meses en el País Vasco, también en
estas zonas en las que defender la Constitución española y el Estatuto de
Gernika es algo no ya mal visto, sino casi siempre peligroso. Los que se
consideraban dueños eternos del batzoki por designación cuasi divina
dudan y temen que les fallen por primera vez las garantías eternas de
hegemonía. Es muy significativo, y sus efectos pueden ser muchos y muy
contradictorios sobre los resultados que esta noche habrán de producirse tras
el recuento de votos. El miedo, esa gran arma utilizada desde hace años por los
violentos y sus jefes en ETA -con gran éxito, por cierto- contra los que
abominan de Estella es ya un sentimiento, una emoción, que afecta a todos.
Por primera vez en décadas son muchos los abertzales que
tienen miedo. Por supuesto que no a que los mate ETA, que concentra su atención
en objetivos menos afines. Ni tampoco a batallones vasco-españoles o gales que
actuaron en su día por esta zona, pero que todos saben que no existen desde
hace casi una generación. Pero sí se percibe ya un temor real, consistente y
creíble a que hoy se produzca un seísmo político que resquebraje un sistema en
el que una inmensa mayoría de la región se había acomodado y que aquí muy pocos
percibían como un peligro físico real.
Por primera vez existe el miedo a que caiga un régimen que
había creado unos privilegios ciertos, el de la seguridad personal el primero,
pero también otros muchos, como el de la impunidad para actuaciones que son
delictivas en el resto del mundo, o el de los puestos de trabajo por
clientelismo y las omnipresentes subvenciones que tanto 'fidelizan', como se
dice ahora en el mundo empresarial. Como en todas partes del mundo, y a pesar
de las insistencias en las certezas inmutables del nacionalismo como son el
agravio y el victimismo, también en zonas de Euskadi con la presión ideológica,
social y económica como ésta existen los cínicos y los lúcidos. No son ya uno
ni dos, ni sólo intelectuales ni constitucionalistas de toda la vida, los que
ponen en duda que muchos nacionalistas consideren la derrota del PNV como la
única salida de una espiral del absurdo, y que otros muden de lealtades si el
partido de 'los vascos de toda la vida' pierde la mayoría y así también el
control del Gobierno y de la financiación, precisamente de esas lealtades que
algunos consideran eternas y que, según se vio en Álava tras la pérdida por
parte del PNV de la Diputación, no lo suelen ser.
Dicen algunos viejos en Ondarroa y Lekeitio que la llegada
de Mayor Oreja al poder sería como la invasión de tropas moras y la entrada de
los requetés en pueblos 'separatistas'. Si ha habido algún mensaje de Ibarretxe
que ha cuajado aquí es el de la amenaza revanchista de Mayor Oreja, unido al
'traidor' de Nicolás Redondo -'su partido, al fin y al cabo, luchó con nosotros
en la guerra'-, según contaba uno. La memoria selectiva, una vez más. Lucharon
juntos en la guerra durante un breve periodo, ya que los nacionalistas se
entregaron con manifiesta docilidad a unos fascistas, ésos sí realmente
extranjeros, italianos para más señas.
Pedigrí
En esta parte de Euskadi no hay dudas de identidad más que
entre aquellos que acudieron a la llamada de la industrialización y la pesca y
han tenido hijos que han multiplicado su voluntad y militancia antiespañola
para lograr pergeñarse no ya un carné de identidad vasco, sino un pedigrí
de euskaldún puro al estilo del líder de EH, Joseba Permach, un
ilustre zamorano que da lecciones de abertzalismo a los ciudadanos de
Zarautz. Por no citar a muchos otros que multiplican las k y tx en
apellidos castellanos, andaluces o extremeños en su esfuerzo por lograr
participar en el concurso de exclusión ideológica y racista que los desprecia.
Aquí, los vascos son, en su mayoría, vascos, si esto significa algo después de
muchos siglos de navegar y combatir a favor de la Corona española. No como en Rentería
o partes del Goiherri, donde hay que jurar fidelidad al 'águila negra' de Herri
Batasuna para entrar en la tabla redonda del fanatismo y del etnicismo tan puro
como falso.
Bilbao, miércoles antes de las elecciones, cerca del museo
cosmopolita del Guggenheim, lejos de los bares baserritarras de los
valles de Lea Artibai o el Alto Deba y de los falsos idilios del vasco puro y
fiel, melómano con la txalaparta y sólo obediente a Jaungoikoa (Dios)
y a su identidad milenaria.
Dos viejos discuten acaloradamente. Uno se defiende de quien
dice que los dos últimos años de pacto fracasado entre el PNV, EH y ETA han
sido un fracaso. 'Mira, del PNV no se discute. Es como el Athletic [de Bilbao].
De aquí de siempre'. El otro responde: 'Es cierto. El PNV está como el
Athletic, y eso es motivo suficiente para que pague sus culpas'. Unos piensan
que ha de hacerlo en Segunda. En la oposición. Otros creen que por no bajar a
Segunda serían capaces de firmar un acuerdo con el mismo diablo. Arzalluz
pensaba lo segundo. Incluso así, quizás baje a Segunda.
¿FIN DE RÉGIMEN?
Dos trabajadores portan una bolsa ante un cartel de Euskal
Herritarrok. TXETXU BERRUEZ
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