Por HERMANN TERTSCH
El País Miércoles,
11.07.01
COLUMNA
El ex canciller federal alemán Helmut Kohl ha recibido
ayuda, quizás paradójica pero no inesperada, del actual ministro federal del
Interior, Otto Schilly, en su pugna procesal por impedir que la opinión pública
sepa algunos secretos de su pasado. Dos personajes muy distintos unidos en la
causa. Kohl fue siempre un cristianodemócrata muy celoso de sus secretos. Según
se sabe, eran más de lo imaginado. Y muchos amenazan con fugarse. Tendría
efectos. Schilly no tiene mayores secretos en su evolución que le llevó desde
ser abogado defensor de los militantes de la Fracción del Ejército Rojo (RAF) a
ministro del Interior, previa travesía por el Partido de los Verdes. Pero ambos
quieren poner coto al acceso público a los millones de fichas de la policía
política de Alemania Oriental, la Staatssicherheit o, familiarmente, la Stasi.
Y han recibido ahora apoyo en una sentencia, recurrible, en el Tribunal
Administrativo de Berlín.
Para Kohl es una cuestión personal. Muchos sospechan que la
Stasi sabía mucho más de la financiación ilegal de los cristianodemócratas
alemanes que la opinión pública y la fiscalía de la RFA. La ficha de Kohl
incluye centenares de conversaciones telefónicas intervenidas al canciller. Son
privadas pero que al parecer tratan de cuestiones muy públicas y muchas de
espinosas cuestiones aún en los tribunales. Schilly dice que es una cuestión de
Estado debido al enorme potencial de intoxicación y calumnia que emana de unas
fichas muchas veces mentirosas, chapuceras e interesadas, cuando no ficticias,
escritas por unos agentes sicarios que sólo se querían poner galones, o
modificadas en todos aquellos meses de transición en los que la Stasi siguió
trabajando tras la caída del Muro. Las acusaciones que puedan emerger pueden
dañar gravemente a individuos incapaces de defenderse.
La encargada federal de los archivos, Birthler, piensa todo
lo contrario. Cree que, al margen del derecho a acceso de los ciudadanos a su
propia ficha, por nadie discutido, la apertura de muchas fichas a historiadores
y público puede traer transparencia a lagunas negras de nuestra historia
reciente. Muchas fichas personales han sido una auténtica decepción para los
espiados. Revelan que los chivatos profesionales se enteraban de poco y les
interesaba menos. Otras eran jugosas y han dado pie a magníficos libros como el
de Timothy Garton Ash, El expediente. Y algunas han sido trágicas
para los afectados, al revelar traiciones inequívocas de familiares o amigos
íntimos.
El debate es muy duro y comienza a tener coste político para
el Gobierno, ya que gran parte del SPD y todo el Partido de los Verdes apoyan a
Birthler en contra de Schilly. Este dilema entre protección de datos y
transparencia para abordar el pasado, no es sino un efecto más del fenómeno del
'desolvido' que ha recorrido el mundo, como un cruel fantasma para unos, como
una brisa refrescante para otros.
Sin hacer comparaciones imposibles y ofensivas para Kohl, a
él también le ha cogido la ola que ha arrastrado a tantos últimamente. Al
enfermo algo real y mucho imaginario que es el general Pinochet le han hecho un
favor ahora al sobreseer su caso. En su caso había documentos, pero también
puede uno consolarse con que estos dos años pasados han dejado claro, hasta al
supuesto demente, que sus actos no le salieron gratis del todo. Éste ya no
morirá en la cama convencido de la gratitud de sus compatriotas.
A Slobodan Milosevic, por el contrario, nadie va a
sobreseerle nada. Ni al célebre general croata Ante Gotovina al que Zagreb
entrega ahora al Tribunal Penal de La Haya anteponiendo esta obligación con la
comunidad internacional a su estabilidad gubernamental. Fichas y testigos son
los lazos que el presente público tiene con el pasado personal para contrastar
la veracidad de las pretensiones de individuos que niegan acusaciones o aspiran
a un papel social, pese a un turbio currículo. Kohl no quiere que otros sepan
lo que pone en su gruesa ficha de la Stasi. Parece que lo va a conseguir. Son
muchos los que no quieren acordarse de lo que hacían o escribían. Pero la
memoria está ya en todas partes, cada vez menores los huecos de escape para
criminales, pero también para los mentirosos.
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