Por HERMANN TERTSCH
El País, Madrid,
22.11.01
El primer ministro de Serbia es reconocido como un hombre
inteligente, ambicioso y maquiavélico
Es carismático, tiene más y mejor formación que sus rivales,
es muy inteligente y es un ambicioso obsesivo. Es, además, uno de los líderes
políticos balcánicos más vanidosos. Para lograr esto último hay que esforzarse
mucho o tener el carácter de Zoran Djindjic, el primer ministro de Serbia, que
decidió el pasado miércoles entregar al Tribunal Penal Internacional de La Haya
al ex presidente y aún presunto megacriminal de guerra Slobodan Milosevic. El
hecho de que Djindjic despreciara el dictamen del Tribunal Constitucional que
frenaba la extradición del sátrapa derrocado ha sido aplaudido por todos los
que quieren ver a Milosevic en el banquillo para responsabilizarse de las
atrocidades cometidas en la última década en los Balcanes.
Pero en los Balcanes el reino de las apariencias es
infinito. Djindjic no es, ni mucho menos, ese impecable adalid de unos
fulgurantes valores democráticos triunfantes tras la entrega del dictador y el
muy considerable agravio al presidente de la República, Vojislav Kostunica, que
se enteró del hecho por la radio. Djindjic es, para los Gobiernos occidentales,
la mejor opción en el triste marasmo del escenario político serbio que ha
emergido tras los 14 años del régimen de Milosevic. Su currículum, el
académico, no es malo. Ha estudiado filosofía con Jürgen Habermas, habla
idiomas y ha viajado. No tiene miedos a esas supuestas pérdidas de sustancia
nacional que, según otros políticos de Belgrado, llevan implícitas todas las
reformas radicales hacia una sociedad abierta, laica y democrática occidental.
Está muy lejos de ese academicismo rigorista de naftalina y escrúpulos
ortodoxos más o menos oscurantistas y piadosos de Kostunica.
Pero también es cierto que Djindjic no ha sido inmune a la
intoxicación nacionalista en sus peores versiones, que en 1995 comía con gozo y
sonriente en Bosnia un hermoso cordero con el asesino Radovan Karadzic y se
fotografiaba con un Kaláshnikov y la gorra tradicional de los serbios en la
mejor postura chetnik. Nadie olvide que Djindjic mantuvo durante casi una
década abiertos de par en par sus canales de contacto con Milosevic. Y él, al
contrario que la inmensa mayoría de los serbios, sabía perfectamente lo que
pasaba en Croacia, Bosnia y Kosovo. Djindjic es un buen político que sabe lo
que tiene que hacer en cada momento, pero no puede decirse que su vida política
hasta ahora haya sido un alarde de ética. Le puede perder la arrogancia, pero
no la modestia y la indecisión. Su pulso con Kostunica lo ha demostrado.
El primer ministro de Serbia, Zoran Djindjic. EPA
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