Por HERMANN TERTSCH
El País, Copenhague,
29.09.2000
Los daneses son un pueblo apacible, pero a lo largo de su
historia han demostrado en innumerables ocasiones, ayer la última hasta ahora,
que esto no significa en absoluto ser dóciles, ni ante otros países ni ante sus
propios gobernantes. Son muchas las razones que impulsaron ayer a una mayoría
de los daneses, que suponen sólo el 2% de la población de la Unión Europea, a
dar una bofetada al resto de los miembros de la misma, negándose a adoptar la
moneda común. La moneda en sí ha sido probablemente la que menos ha pesado. La
mayor está en el miedo a perder la identidad en un inmenso Estado europeo en el
que los daneses ya no serían dueños de su futuro sino títeres a merced de
Alemania, Francia y "los grandes". Este pequeño país con menos de
seis millones de habitantes fue otrora un gran reino, cuya bandera ondeaba
sobre territorios que hoy son de Islandia y noruegos, suecos y alemanes.
Siempre ha tenido una firme conciencia nacional, en derecha e izquierda,
agudizada por tantas pérdidas territoriales.
Ayer, una mayoría rechazó urgencias que considera impuestas.
Contra la opinión de su clase política, empresarial, sindical y periodística.
Casi la mitad de los daneses piensan hoy que se han equivocado. Pero eran más
los que creían que la equivocación era el votar sí.
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