Por HERMANN TERTSCH
El País, Tánger,
05.12.01
LOS PROBLEMAS DE LOS INMIGRANTES
La corrupción de la policía favorece la actuación de las
mafias que dirigen la salida de las pateras
Poco o nada ha cambiado con la llegada al poder del nuevo
rey marroquí respecto al trasiego de inmigrantes ilegales. La industria de
moda, junto al sempiterno tráfico de hachís, es la emigración. Y las
autoridades no sólo no la impiden, sino que la auspician. Según algunos
mafiosos, de las hasta 300.000 pesetas por persona que cobraban en Ksar es
Seghir por cruzar en patera, cerca de 200.000 se les iban en pagar a las
diferentes autoridades policiales o militares para que les dejaran trabajar en
paz. Las pateras ya se construyen en pueblos del interior y son transportadas a
las playas cuando van a ser usadas. Los jovencitos de Tánger se van, engañados
por todos, hacia la patera que los lleva a la explotación o la muerte.
El miércoles pasado, el rey de Marruecos, Mohammed VI,
visitaba Tánger, ciudad que a su padre no gustaba nada, ya que había sufrido
allí uno de los muchos atentados que sobrevivió hasta su muerte natural hace
poco más de un año. Las gentes de esta antigua ciudad rezumaban esta semana
devoción por su nuevo rey que, según muchos esperan, traerá algo de
prosperidad, democracia real y derechos civiles y humanos a su maltratada
población. Pero el entusiasmo por la presencia del monarca alauí no era
completo en la ciudad. Grupos de jóvenes marroquíes, cargados con bolsas de
plástico, cruzaban las calles de la capital -repletas éstas de policía política
y secreta, de paisano y uniformada-, con rumbo seguro hacia las playas
cercanas o aguardaban expectantes junto a la vieja plaza de toros española,
cerca de la plaza de la Universidad. Ninguno pensaba en el rey ni en sus
promesas. Todos pensaban en España, algunos aún más allá, 'en Italia, donde
tengo familia'. Todos estaban decididos a dar la espalda al reino alauí. 'Antes
de quedarnos, preferimos que nos coman los peces'. Todos saben que alguna vez
se ha ahogado alguno de los que los precedieron en la aventura de cruzar el
Estrecho, desafiando a las corrientes marinas y a la vigilancia española. Pero
todos están convencidos, a estas horas de la noche, de que ellos conseguirán
superar todas las dificultades y de que muy pronto tendrán trabajo y 'papeles'
y de que volverán a sus pueblos como triunfadores algún día, de visita en casa
de sus padres y a pagar la deuda que han contraído para pagar la travesía, hoy
algo más de 100.000 pesetas, menos que hace un año. Ninguno sabe -no lo sabe
nadie, en realidad- cuántos se han ahogado, pero no pueden ni soñar que hayan
sido tantos por lo cerca que, una vez llegados a las playas de cabo Espartel,
cabo Malabata o Ksar es Seghir, ven las luces de Tarifa, allá en España.
Ninguno duda, nadie tiene miedo, aún. Aunque quizás alguno intuya, ya que la
mar está muy brava y teme que el patrón los vuelva a mandar a la pensión o a
los garajes llenos de literas en espera de alguna noche con mejor tiempo para la
travesía.
'¿Quiénes los engañan?'
Todos llegan del interior de Marruecos, pocos habían visto
el mar hasta ahora, casi ninguno sabe nadar. 'La única agua que éstos han visto
es la de algún manantial junto a un risco', dice Amil, un tangerino trilingüe
que oye las noticias de España, conoce las aguas del Estrecho y sabe lo poco
que saben estos chicos y lo muy engañados que van en esa formación que se
antoja solemne y que promete cumplir sus mejores añoranzas. '¿Quiénes los
engañan?'. Todos los engañan. Y los desesperan. Lo hacen las televisiones
occidentales por satélite con sus mundos mentirosos, el zafio inmovilismo
antidemocrático medieval del régimen marroquí, cuya modernización bajo el nuevo
rey no ha pasado de algún retoque cosmético, los emigrantes que llegan en
verano presumiendo de lo bien que viven en Europa.
Pero aparte de la miseria y el hastío de una juventud sin
derechos ni oportunidades en Marruecos y más abajo, allá donde en el África
subsahariana se unen a aquellas plagas la de las guerras, hay un gran
responsable -y beneficiario- de esta situación que lleva a muchos jóvenes a la
muerte. Se muestra perfectamente arrogante, ostentoso y seguro en las suntuosas
casas en la costa entre Tánger y Ceuta, que son las de los jefes y cerebros de
las mafias y también en sus subordinados, en los coches que conducen policías y
oficiales del ejército y la Gendarmería Real, en la vida que llevan
funcionarios que oficialmente cobran menos de lo que vale llenar un tanque de
gasolina de su Mercedes.
Hamid tiene amigos policías que han pagado grandes sumas por
ser trasladados al norte desde sus destinos anteriores en Fez o Casablanca. Las
han amortizado. 'Aquí en el norte, policías, los armados (ejército) y
gendarmería cobran por todo. Es como una mina de oro. Exigen dinero por dejar
salir hachís y por dejar pasar personas. Viven como reyes'. La población sabe
desde hace siglos lo que es la corrupción y cómo han de pagar en cuatro o cinco
aduanas diferentes, creadas por la policía para aumentar su sueldo, peajes o
aranceles por los productos que llevan a casa desde Ceuta u otros mercados. Los
salteadores de caminos eran más considerados. Ahora la industria de moda, junto
al sempiterno tráfico de hachís, es la de la inmigración. Y quienes pueden no dudan
en exprimirlo. Hasta los mafiosos se quejan. Dicen que de las 300.000 pesetas
por persona que cobraban en Ksar es Seghir por cruzar en patera, cerca de
200.000 se les iban en pagar a autoridades policiales o militares para que les
dejaran trabajar en paz.
Algún gesto ha tenido Rabat para paliar la evidencia de que
tiene a gran parte de su funcionariado viviendo de la delincuencia. Hace unos
años detuvo a una docena de grandes traficantes de la costa tangerina entre
ellos a Dib, El Lobo. Por supuesto entre los detenidos no hay ningún
cómplice miembro de la policía o gendarmería. Dib es el hombre más querido en
Ksar es Seghir. 'Cuando alguien no tiene dinero para matar un borrego o para
curar una enfermedad, Dib siempre da dinero, no importa cuánto'. A un cómplice
de Dib lo mataron en la cárcel de una paliza. 'Le dieron demasiado'. La orden
llegó de Rabat, aseguran. Aquí nadie se atrevería a arrestar a Dib o a matar a
su amigo.
Porque El Lobo era todopoderoso. Incluso compró un
espléndido chalé de un saudí en la costa para que no le molestara en sus
cotidianos trasiegos con hachís y hombres que organizaba desde un embarcadero
particular. 'Nunca lo utilizó, sólo quería que el saudí se fuera'. Dib está en
la cárcel pero no le va mal, dicen quienes le conocen. Fuera, todos le quieren.
Y son muchos los funcionarios que saben que con él en la calle viven mejor.
Las pateras ya se construyen en pueblos del interior y son
transportadas a las playas cuando van a ser usadas. Sólo algunos ingenuos
intentan hacer negocio hoy como antaño desde el puerto de Ceuta, ante los ojos
de la Guardia Civil. Lo fantástico es que a los omnipresentes controles de la
policía marroquí que esquilma a un padre de familia por llevar una caja de
botellas de champú, se le pasen dichos transportes sin sospechar siquiera. Los
uniformes ponen la mano y cogen sobres, los más osados empresarios del
escrúpulo inexistente la llenan, y los jovencitos de Tánger se van, engañados
por todos, hacia la barquita que los lleva a la explotación o la muerte.
UN NEGOCIO MUY RENTABLE
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