Por HERMANN TERTSCH
El País Jueves,
22.11.01
GUERRA CONTRA EL TERRORISMO
Eclipsadas por el fulgor de la guerra de Afganistán, el
pasado sábado se celebraron elecciones legislativas en Kosovo. Las ha ganado la
Liga Democrática (LDK), el partido del moderado Ibrahim Rugova. La
participación ha sido alta, incluida la de la minoría serbia. No se produjeron
irregularidades ni incidente alguno. En Macedonia, la mayoría eslava en el
Parlamento ha aprobado la reforma constitucional que da amplios derechos a la
minoría albanesa. Buenas noticias inadvertidas se suceden en los Balcanes,
donde hace poco morían a miles sus pobladores.
En Afganistán, el español Francesc Vendrell, comisionado de
la ONU para aquel país, ha logrado convencer a un amplio espectro de
representantes de todas las fuerzas y etnias a una conferencia en Bonn el
próximo lunes para negociar la creación de un Gobierno de unidad nacional. Las
mujeres urbanas se van liberando lentamente del burka, suena la
música, abren los cines y emite la televisión. Pese al caos lógico en un país
tribal que ha pasado casi un cuarto de siglo en guerra permanente y la cultura
de la violencia está profundamente arraigada, los convoyes de ayuda humanitaria
ya pueden llegar a casi todo el país, salvo a los frentes en torno a los
últimos dos bastiones de los talibanes.
Todo indica que el cerco en torno a Osama Bin Laden se
estrecha día a día y decenas de campos de entrenamiento e instalaciones de su
organización Al Qaeda han sido destruidos y jamás volverán a servir para la
formación terrorista de decenas de miles de hombres como ha sucedido durante
años, generando inmensas redes aún ignotas de gentes capaces y dispuestas a
generalizar el terror en el mundo democrático.
Los caudillos afganos ven la necesidad del diálogo,
probablemente por primera vez en muchas décadas. El salvajismo con que en
Afganistán se ha tratado siempre al vencido ha sido menor que en anteriores
derrotas y victorias. No son, por supuesto, ni la Alianza del Norte ni los
líderes pastunes, ni ninguna de las fuerzas presentes, afganas o invitadas árabes
o chechenas a esta terrible tragedia, comparables a unos oficiales británicos
con acento Oxbridge, expertos en Adam Smith, el Derecho internacional y la
Convención de Ginebra, impecables gentlemen de la guerra, que hablan
de usted al cautivo que minutos antes disparaba contra ellos. Los que tratan a
los prisioneros de guerra son combatientes encanallados desde la infancia. Pero
nadie ha enterrado en esta guerra, como en otras anteriores en Afganistán, a
batallones enteros de enemigos, encerrados en contenedores, bajo las arenas del
desierto, para que murieran de sed, angustia o terror. La barbarie es mínima
comparada con anteriores y los muertos civiles pocos, aunque bien promocionados
por aquellos que elevan la anécdota a regla.
Balcanes y Afganistán. Dos escenarios diferentes, dos
intervenciones exteriores lideradas por Estados Unidos o la OTAN, dos
evoluciones positivas ante alternativas terroríficas y dos casos de silencio
culpable por parte de quienes tanto han gritado y augurado la catástrofe en el
caso de que las sociedades occidentales asumieran su derecho y obligación de
autodefensa y de protección de las víctimas. Anunciaban la revuelta musulmana
global contra el Gran Satán. Las manifestaciones contra la intervención se han
desinflado en el mundo islámico como las antiglobalizadoras en el mundo de los
niños biempensantes del bienestar.
La cohesión y la voluntad de autodefensa de las sociedades
libres ha aumentado. Su determinación queda clara para disuasión de potenciales
caudillos como Milosevic y Bin Laden. Los peligros siguen siendo ingentes,
desde fuera y dentro de las sociedades libres. Pero las buenas noticias son
ciertas, por mucho que frustren a quienes las ignoran porque rebaten sus
interesadas advertencias. Armageddon no ha llegado, por mucho que disguste a
nuestros agoreros.
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