Por HERMANN TERTSCH
El País Miércoles,
07.11.01
COLUMNA
Acaba de publicarse en Alemania Cartas desde la guerra, la
correspondencia del escritor Heinrich Böll con sus padres y su mujer durante
los cinco años que pasó en diversos frentes. Son un largo grito, poético,
desgarrador y siempre indignado, contra la guerra, 'ese asunto de tristeza
infinita'. Böll se convirtió en pacifista. Llegó a serlo con tal obsesión que
en sus últimos años predicaba la rendición ante una amenaza como preferible al
recurso a la defensa. Por fortuna para todos, las decisiones en Alemania no las
tomaba este gran escritor y mejor persona, sino un canciller socialdemócrata,
Helmut Schmidt, sin vocación de ofrecer ambas mejillas a amenazas. La OTAN se
rearmó y una década después la amenaza, el Pacto de Varsovia, había
desaparecido.
Schmidt no se dejó influenciar por Böll y los millones que
le seguían. Es de esperar que suceda lo mismo ahora que surgen de nuevo las
voces que piden el fin de la intervención militar en Afganistán cuando aún no
se ha logrado ninguno de los muchos objetivos de la campaña. O que quieren
interrumpirlos piadosamente para el Ramadán, cosa que, por cierto, jamás han
hecho los musulmanes durante sus guerras, como los talibanes tampoco hacen
pausa en sus ejecuciones durante el mes de ayuno. Permitiría la reagrupación de
los talibanes, retrasaría el fin de los combates en Afganistán, y con ello, la
entrada segura de la ayuda para millones de desplazados. Los líderes
occidentales habrán de demostrar las cualidades de estadista de Schmidt ante el
creciente síndrome Böll que atenaza a parte de sus opiniones públicas
y periodísticas. Viendo, leyendo y oyendo ciertas cosas, hay que recordar que
los líderes occidentales ni querían esta guerra ni encargaron la demolición de
las Torres Gemelas.
Todos sufrimos con las imágenes de niños muertos. Un
inocente muerto ya es un muerto de más. Aunque toda la operación actual, con su
inmensa maquinaria, haya causado menos muertos civiles que un día de represión
talibán durante la toma de Kabul. Toda persona decente desea que esta guerra
acabe cuanto antes. Pero tiene que acabar con la derrota de quienes la
provocaron. Al Qaeda no es una camarilla de fanáticos, sino una inmensa
organización vinculada a diversos Estados, aparte de Afganistán, donde ya es
casi el Estado en sí. Si la comunidad internacional no acaba con ella, el mundo
libre será objeto de chantaje. Esto supondría el fin de las libertades y, poco
a poco, de nuestra civilización. De todas las civilizaciones, también de la
milenaria, rica y culta civilización del islam. Su voluntad totalitaria es
incompatible con toda civilización. La sociedad abierta en la que vive y goza
hoy de derechos y libertades más gente que nunca en la historia no es un estado
natural, sino fruto de un continuo y muchas veces sangriento esfuerzo por
conquistar y defender dichos derechos y libertades. Civilizaciones avanzadas y
libres sucumbieron ante enemigos primitivos porque en su bienestar, que creían
inmutable, con miedo al conflicto, habían perdido su capacidad de defensa. Las
libertades y la democracia hay que defenderlas dentro y fuera. Ante Al Qaeda,
ETA o el nazismo, también con las armas.
En las democracias, los ciudadanos tienen derecho a gritar
porque los que más gritan no mandan. Es de esperar que los que mandan no caigan
bajo la coacción de los que más gritan. Todos se impacientan porque no quieren
ver más niños muertos en la televisión. Es lógico. Pero en un estado de
excepción mundial como el actual, se debe exigir a quienes rigen los destinos
de las sociedades libres que mantengan su curso hasta lograr los objetivos, que
no son otros sino la seguridad indivisible de todos. La campaña militar habrá
de intensificarse. El tiempo juega en contra de la suerte de los desplazados y
del apoyo popular a la guerra. Pero la volatilidad de la opinión pública no
cambia el hecho de que se trata de una guerra tan justa como sólo lo puede ser
una guerra en defensa de la sociedad libre contra el totalitarismo. Será larga
y dura, quizás tanto como la de Heinrich Böll.
No hay comentarios:
Publicar un comentario