Por HERMANN TERTSCH
El País, Madrid,
01.07.01
El ex presidente prometió la supremacía a los serbios para
romper el equilibrio de la antigua Yugoslavia
Otra treta más de la historia. Ha tenido que ser un 28 de junio, Vidovdan, día
de San Vito, la fecha en que Slobodan Milosevic, otrora omnipotente presidente
de Serbia y los restos de Yugoslavia, cruzara esposado el umbral de la entrada
de la cárcel de Scheveningen, en La Haya. Es probable que no vuelva a salir en
la vida. Ha sido un Vidovdan de peso histórico. Como tantos otros
para el pueblo serbio. Un 28 de junio, en 1389, el Ejército otomano aniquiló a
las tropas del zar Lazar en Kosovo Polje. Supuso aquello la desaparición del
reino serbio y el principio de siglos de dominación turca. Un 28 de junio, en
1914, el joven serbobosnio Gavrilo Princip mataba al archiduque austrohúngaro
Francisco Fernando y se convertía en la chispa del gran incendio histórico que
fue la Primera Guerra Mundial, la consiguiente desaparición de los imperios
continentales, el auge del comunismo y el fascismo y la Segunda Guerra Mundial.
Un 28 de junio, en 1989, en el 600º aniversario de la
batalla de Kosovo Polje, Slobodan Milosevic, el hombre enfermo de sí mismo que
ya habita una celda en Scheveningen, en Holanda, era el triunfador total. Era
más que un caudillo, era un mesías nacional. La mayoría de los serbios ya
habían sustituido la antes obligada foto de Tito por la suya. Se había
consumado la transformación del funcionario comunista en santo ortodoxo
redentor. Ante un millón de serbios llegados de todos los rincones de lo que
aún era Yugoslavia, Milosevic dijo que su pueblo había sido maltratado y que
jamás volvería a serlo. Dijo que los serbios siempre habían ganado en la guerra
y perdido en la paz. Y prometió un pueblo unido, puro y bueno, no contaminado
por influencias perversas y dominador pleno de su tierra sagrada, emponzoñada
aún por la presencia de unos seres inferiores, los shiptar (albaneses),
que llegaban de fuera y se multiplicaban dentro como una plaga de langostas.
Milosevic el esperado. Las masas serbias gritaban que querían morir por él.
Muchos han cumplido con la promesa sin quererlo.
Diplomáticos y estadistas coinciden ahora en que nunca han
conocido a nadie que mintiera con tanta sangre fría tamizada de amabilidad. Y
son legión los estudiosos que buscan fórmulas para analizar el comportamiento
de este hombre y consideran que ha sido uno de los fenómenos más estremecedores
de la segunda mitad del siglo XX. Muy pronto dijeron algunos, como el escritor
Predrag Matvejevic, que el problema era más psicopatológico que político. Cabe
suponer que muchos problemas políticos son ante todo psicopatológicos. Pero
Milosevic es, con Hitler desde luego, un caso paradigmático de cómo una
cuestión de estructura enfermiza de personalidad de un individuo puede
convertirse en tragedia multitudinaria, en horror continental.
Slobodan nació ya con mala estrella, para él y los demás, el
20 de agosto de 1941, en plena ocupación nazi de Yugoslavia, en la triste
localidad de Pozarevac, al sur de Belgrado. Su padre era profesor de Teología;
su madre, una maestra comunista. El padre dejó a la familia cuando Slobo era
aún un niño y se suicidó poco después. Diez años más tarde sería la madre quien
se suicidara.
El adolescente Slobodan conoció en Pozarevac a una
jovencita, Mira Markovic, que habría de ser su destino en el sentido más
intenso de la palabra. Aunque la madre de ella había sido ejecutada por los
partisanos por presunta colaboración con los nazis, la familia Markovic formaba
parte ya en los cincuenta de esa aristocracia comunista que una década después
habría de retratar tan magníficamente Milovan Djilas en su libro La nueva
clase. Quienes los han tratado y conocen coinciden en que Mira es la clave
de la mente de Slobo. Fue ella la que le convenció de que algún día sería 'más
que Tito' y 'más que nadie'. Y él la creyó. La influencia de Mira sobre Slobo
habrá de ser escrutada en el futuro por historiadores y psiquiatras. Claro está
que muchas de las acciones criminales del político le fueron dictadas por su
mujer.
Milosevic hizo al amparo de sus muchos protectores, en el
tramo final de su irresistible ascensión nada menos que el presidente de la
Liga de los Comunistas Serbios, Ivan Stambolic, una carrera fulgurante. A
Stambolic se lo pagaría haciéndole desaparecer. La viuda de Stambolic está
convencida de que fue Mira Markovic quien mandó asesinar a su marido. Milosevic
utilizó Kosovo como detonante para la gran explosión nacionalista serbia. Como
reacción, dinamitó un Estado, la República Federativa de Yugoslavia.
Que la sangre anegara toda la región tiene ante todo un
responsable, que es Milosevic, el cual lanzó aquel 28 de junio de 1989 la
perversa idea de la supremacía étnica y nacional de los serbios sobre todos los
demás pueblos que habían convivido en un delicadísimo e impuesto equilibrio
hasta entonces. Impuso el apartheid en Kosovo, y la reacción de las
repúblicas centroeuropeas de Eslovenia y Croacia fue proclamar la independencia
antes de que les sucediera lo mismo. Después vinieron las guerras, cuatro, que
Milosevic perdió para mayor tragedia de los serbios. Han pasado 12 años desde
aquel 28 de junio. Desde su celda en La Haya, Milosevic seguramente seguirá
clamando por su inocencia. Pero ya tiene muchos compañeros de cárcel que no le
otorgarán la lealtad del silencio.
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