Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
17.02.01
COLUMNA
Hay ocasiones en que la política en las democracias
mediáticas da especial náusea. Sin duda ayer fue una de ellas. Resulta que la
fiscalía de Francfort acepta encantada unas turbias denuncias de falso
testimonio contra el ministro de Exteriores, Joschka Fischer, y se apresura
-¡Dios, qué premura!- a pedir el levantamiento de su inmunidad parlamentaria.
¿Qué habrá hecho este ministro? Dicen que prestó falso testimonio bajo
juramento en el juicio contra Hans Joachim Klein por la participación de éste
en el asalto de la sede de la OPEP en Viena en 1975. Klein fue condenado el
jueves a nueve años de prisión. Fischer había declarado en este juicio como
compañero de Klein en la oposición extraparlamentaria en Francfort años antes
de que Klein, como otros, optara por el terrorismo.
Fischer nunca ha ocultado sus orígenes políticos. Tampoco
podría, por lo notorios que fueron desde aquellos años turbulentos que van
desde 1968 hasta el trágico y sangriento 1977 en que la Fracción del Ejército
Rojo sumió a Alemania en el espanto. Pero si a principios de los setenta, aún
conviven muchos sectores antisistema en Alemania, para mediados de la década,
el factor terrorismo había cambiado el espectro. Estos detalles no importan
mucho a quienes están alimentando lo que ya se perfila como una auténtica caza
de brujas contra quienes han osado arrebatar el poder a una derecha
cristianodemócrata perfectamente corrupta por la era Helmut Kohl y
que ahora está haciendo gala de una impotencia humillante e inanidad política
alarmante en la oposición. La CDU y la CSU están en la perfecta miseria. Es un
hecho diariamente comprobable. Intentan salir de ella con recursos que no son
propios. Y sólo son más miseria.
Resulta que una terrorista jubilada, Margit Schiller, afirma
que vivió varios días en casa de Fischer en 1973. Y Fischer no se acuerda de la
tal Schiller. Y Fischer no se acuerda de muchas cosas de entonces. Quien
conociera las comunas izquierdistas de Francfort en aquellos años, el
movimiento de gente en las mismas, la promiscuidad, el clásico saludo matinal a
la desconocida o desconocido que yacía en la cama con cualquiera de los
miembros de la WG (comuna), las cenas políticas, los autoinvitados y todo ese
trasiego, saben que es un absurdo, cuando no una canallada, el intentar 25 años
después, acusar de perjurio a alguien porque no se acuerda de alguien.
Lo que empezó como una excentricidad y un frívolo recurso a
las malas artes por parte de una oposición postrada, se ha convertido ya en una
campaña de perversión comparable a la que los antecesores de estos
cristianodemócratas lanzaron contra Willy Brandt, al que acusaban de 'traidor'
por haber sobrevivido al nazismo fuera de Alemania. Con sus ataques contra
Fischer, Otto Schilly y Jürgen Trittin, la derecha y sus medios quieren
compensar su propia inexistencia. Se trata de un ataque coordinado para
criminalizar a toda una generación política crítica que es la que ha hecho de
Alemania, entonces y ahora, un país muy distinto. La CDU que llevó a la cúpula
del Estado a nazis notorios como Filbinger o Kiesinger, magistral ella en
ocultar pasados realmente tenebrosos, busca ahora huecos en la agenda
mnemotécnica de Fischer para desequilibrar a este Gobierno. Llegados a este
punto es ya difícil saber si lo lograrán o no. Pero sí es de esperar que
quienes se apunten a este misérrimo carro de pugna política lo paguen muy caro.
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