Por HERMANN TERTSCH
El País Jueves,
22.03.01
COLUMNA
Hay esperanzas que hay que truncar cuanto antes para que no
alimenten a más monstruos de los que ya se nutren de las mismas. En Macedonia
hay que frustrar para siempre la ilusoria ambición de ciertos grupos
nacionalistas albaneses de romper el Estado existente. Lo tiene que hacer la
OTAN ayudando a las fuerzas de seguridad y al Ejército de Skopje, pero sobre
todo con su propia presencia en la frontera, ejerciendo la fuerza e
intimidación necesarias y acabando con una pasividad que se debe al pánico de
sus mandos y Gobiernos a asumir siquiera la posibilidad de alguna baja. Si los
Gobiernos occidentales siguen sin fijarse otra prioridad que evitar un
enfrentamiento armado sobre el terreno -como ha sido el caso durante diez años
de conflicto en los Balcanes-, estamos ante una seria posibilidad del rebrote
general de la guerra.
Es cierto que causar alguna víctima a la soldadesca mafiosa
albanesa que se ha encaramado a los montes en torno a Tetovo no facilitará la
labor de las fuerzas de la Kfor en Kosovo. Pero tampoco parece una opción
entusiasmante para la mayor alianza militar del mundo el convertirse
definitivamente en el pito del sereno ante unos grupos cuyos objetivos son mucho
más la expansión de las redes de influencia e intereses perversos de ciertos
clanes y bandas en Kosovo y Albania que la igualdad de derechos de los
albaneses con los macedonios eslavos en la propia Macedonia. Y todo retraso en
ello sólo puede producir mayor tensión entre las comunidades albanesa y
macedonia y liquidar los esfuerzos reales de los demócratas de ambos pueblos en
esta República por convertirla en un Estado de ciudadanos.
Que existe desconfianza e incluso hostilidad entre grupos de
ambas comunidades es cierto. Pero también lo es que la mayoría en las dos
partes sabe que su Estado sólo es viable en un futuro común, y que la
alternativa es la catástrofe. Hay sectores de la juventud albanesa de Kosovo
con seguidores en Macedonia que sólo se creen capaces de vivir y medrar en la
catástrofe permanente. Son fruto de una década en la que la enorme base de la
columna demográfica albanesa sólo pudo alimentarse de odio y de un Estado sin
otra ley que la opresión y el bandidaje bajo el apartheid de la satrapía
de Slobodan Milosevic.
La UE y la OTAN parecen conscientes esta vez de lo que
sucede, y la respuesta ha sido rápida. Pero tiene que ser también contundente
antes de que se dinamite definitivamente la convivencia en Macedonia. Y las
fuerzas occidentales no pueden delegar esta labor. La irresponsable decisión de
dejar al Ejército serbio entrar en el corredor de seguridad de Presevo para que
haga lo que la Kfor no quiere hacer para evitarse cualquier percance puede ser
popular entre las madres de los soldados occidentales; pero, si los soldados no
están allí para hacer ese trabajo y asumir unos riesgos razonables, que
desplieguen unas ONG: tendríamos pronto la guerra asegurada.
La Kfor y Macedonia tienen la fuerza necesaria para quebrar
la esperanza de quienes quieren vivir continuamente de la guerra y el
bandidaje. Gentes así las ha habido siempre en los Balcanes. Arriba, en las
lomas de Tetovo, tenemos a lo peor de ciertos clanes y mafias y a algunos
engañados. Con contundencia por parte de la OTAN, bajarán los engañados y
huirán los demás.
En esto sí que se puede establecer un paralelismo entre una
situación allende las fronteras de España y la existente en Euskadi, un
paralelismo mucho más razonable que las grotescas comparaciones entre el País
Vasco e Irlanda o Palestina, que insultan a toda inteligencia. Quebrar la
esperanza de quienes quieren quebrar el Estado es una necesidad y un deber para
todos los que creen en una vida de dignidad, pluralidad, democracia y respeto.
Allí y aquí.
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