Por HERMANN TERTSCH
El País, Belgrado,
29.07.01
REPORTAJE
En Belgrado, la ciudad que se levantó hace casi un año
contra Milosevic, comienzan a aflorar sentimientos de culpa y también de alivio
por su entrega al Tribunal de La Haya
Belgrado, avenida Kneza Mijailova, en julio. Hace el mismo
calor que un año antes. Pasean por allí los mismos hombres, mujeres,
estudiantes y esos niños invariablemente contentos. Algún anciano pide limosna.
Algún otro busca y rebusca en un cubo de basura. Un joven mutilado se arrastra
sobre los muñones de sus muslos, cosechados en cualquiera de las guerras. Nadie
le pregunta. Blande una caja de latón ante las miradas apenadas y huidizas de
las gentes sentadas en las terrazas.
¿Qué tienen estas miradas nuevas? Se intuye un atisbo, quizá
un abismo, de culpabilidad. El paisaje apenas ha cambiado. La infraestructura,
técnica y humana es la misma. ¿Todo igual, casi un año después de irse al
basurero de la historia la era de Slobodan Milosevic, el supuesto renacimiento
nacional serbio que acabó sumiendo en sangre y miseria a todos los Balcanes,
Serbia incluida? ¿Es la misma esta ciudad tras erigirse en punta de lanza del
levantamiento que derrocaría al sátrapa, después de asistir a su encarcelamiento
y entrega al Tribunal Penal Internacional de La Haya para la ex Yugoslavia?
No. La ciudad ha cambiado más de lo que cualquier visitante
y gran parte de los propios ciudadanos pudieran creer viendo las tremendas
dificultades a que se enfrentan los belgradenses en su vida cotidiana.
Indicios de cambio
Primer indicio: los altavoces del quiosco
del vendedor de copias más o menos legales de discos compactos no llaman ya a
la lucha contra enemigos de Serbia con canciones evocadoras de batallas medievales
y míticas leyendas que exigen venganza eterna. Suena, por el contrario,
suavemente, una extranjera poco combativa: Nina Simone. Después toma la vez
otra foránea no menos tierna si cabe: la cantante italiana Mina.
Segundo indicio: la librería cercana, frente al museo
nacional, ha cambiado el aspecto de sus escaparates no menos que la Kneza
Mijailova su ambiente musical. Kraj Srpska Bajke (se acabó el cuento
serbio) es el ilustrativo título de uno de los libros más presentes, escrito
por Slava Djukic. En la portada aparecen los protagonistas, Milosevic y su
mujer Mirjana Markovic, Mira. Han desaparecido casi por completo los
libros y publicaciones que cubrían las estanterías y escaparates clamando
venganza contra el pasado. Fueron el arma principal para lanzar dicho 'cuento
serbio', las leyendas medievales serbias, los relatos sobre las traiciones
albanesas, los decálogos de comportamiento del buen patriota, los documentos
sobre atrocidades croatas y otros textos con vocación de odio.
Han sido sustituidos por libros publicados en estos meses
sobre la 'década maldita' desde que se desató la primera y muy breve guerra en
Eslovenia en junio de 1991 hasta que los serbios lograron deshacerse de uno de
los más siniestros flautistas de Hamelín que ha dado el siglo XX,
verdaderamente prolífico en este tipo de personajes.
Vivir con Milosevic, Tito, la tecnología del poder, Camino
de Rambouillet, El enigma Broz, De la Gran Serbia a la pequeña, Resistencia,
aquí Serbia llamando, son algunos de los innumerables títulos aparecidos.
Inevitablemente algunos de los travestís eternos de la política yugoslava han
demostrado su proverbial falta de vergüenza apresurándose a escribir su libro
crítico hacia un régimen ahora caído al que sirvieron con sumisión tan perruna
como a los anteriores y como se disponen a hacer con el nuevo.
Velimir Curgus Kazimir no los ha leído pero se ríe cuando se
le habla de ciertos camaleones inasequibles al pudor. Escritor y ensayista
siempre crítico y valiente, uno de los pocos intelectuales que ha sido parte
del núcleo duro de la resistencia desde el principio, ni siquiera se irrita
ante la osadía de estos adictos a la servidumbre que pretenden medrar y reptar
bajo Kostunica o Djindjic como lo hicieron bajo Tito o Milosevic. 'Es cierto
que últimamente surgen resistentes y sufridores en las esquinas más
insospechadas', reconoce.
Esos personajes son eternos pero irrelevantes, considera. Lo
importante es el proceso general en la sociedad serbia, ya no belgradense sólo
y eso es un dato importante. Porque Belgrado siempre fue, hasta verse
intoxicada en gran parte por el mensaje nacionalista, una isla de ilustración,
ironía inteligente y raciocinio en la turbulenta historia de los Balcanes. En
Belgrado se mantuvieron los islotes de los que habla Velimir Curgus,
subsistieron en sus guettos de ciudadanos libres de pensamiento,
hasta que lograron, dice en un magistral ensayo en el libro La pasada
década, llevar a cabo la conquista del continente que es el país entero.
Lo importante es que la sociedad sane después de los enormes
sufrimientos de la pasada década y del sentimiento de culpa que muchos tienen y
aún muy pocos pueden reconocer ante un extranjero. 'Están aflorando los
sentimientos. Se han dado ya muchos pasos. Antes sólo se hablaba de ello en la
intimidad absoluta. Ahora ya es un debate de la sociedad serbia. El paso a
tratarlo con extranjeros llevará aún un tiempo'. Belgrado ya no es la misma.
Tercer indicio: no hay ya apenas
interlocutores en Belgrado que lamenten la extradición de Milosevic. Hasta quienes
se sintieron algo heridos en su orgullo nacional y querían juzgarlo en casa.
Hoy se muestran aliviados por el hecho de que esté lejos. Y muchos deseaban que
su mujer se quedara también en La Haya aprovechando la visita que le hizo
recientemente a Slobo. Son pocos los que lamentan la extradición. Pero existen.
Entre los más destacados y cualificados está Aleksa Djilas,
el hijo del legendario líder partisano y después disidente y célebre preso bajo
Tito. En la casa que heredó de su padre, aquel incorruptible luchador
montenegrino, muerto en 1995, Djilas dice que la deportación de Milosevic ha
sido contraproducente, primero porque quedó claro que se hacía por dinero pero
también 'porque evita a los serbios la necesidad de la reflexión'. La entrega
de Milosevic a La Haya facilita, según él, que los serbios no tengan que
plantearse su propia responsabilidad. 'Se le entrega a La Haya y aquí muchos
piensan que ya hemos cumplido y no pasa nada'.
Aleksa Djilas es muy crítico con el tribunal de La Haya y
con la política occidental en general hacia Serbia. Considera que Milosevic y
Occidente han estado prácticamente juntos en su maltrato a la nación serbia y
que el acoso y el aislamiento impuestos desde fuera han sido tan perversos como
la propia represión de Milosevic. Está convencido de que, tal como han sucedido
las cosas desde la caída de Milosevic el 5 de octubre pasado, la sociedad no se
ha enfrentado aún a su pasado y puede estar en camino de cometer los mismos
errores.
Sin intelectuales críticos
'Volvemos a estar sin oposición.
La subsistencia de Milosevic se debió en gran parte a la responsabilidad de los
intelectuales y de los líderes de la oposición de entonces. Hoy una vez más
estamos sin intelectuales que critiquen al poder, al actual. La oposición [otrora
el partido de Milosevic] no tiene credibilidad, no tiene proyecto y no tiene
dinero y a cualquiera que critique al poder actual, ya sea a [Vojislav]
Kostunica o a [Zoran] Djindjic es muy fácil tacharlo de aliado de Milosevic',
sostiene Dijlas.
Es evidente que al perder los resortes del poder, su acceso
privilegiado al dinero público y su dominio sobre la red mafiosa creada por el
matrimonio Milosevic, los socialistas se han derrumbado y dispersado. Para la
movilización de protesta contra la extradición de su líder, los socialistas
apenas pudieron concentrar a unos pocos miles de manifestantes. Había más
miembros del partido fascista de Vojislav Seselj que del PSS. Ya no tiene
dinero de las fábricas y los ayuntamientos para traerlos a Belgrado. La ciudad,
la única urbe realmente cosmopolita de los Balcanes, se ha liberado del yugo
rural.
Porque la irresistible ascensión de Milosevic comenzó con un
asedio político a la ciudadanía desde el monte, desde el ultranacionalismo
montaraz, culpablemente asumido por los intelectuales de la Academia de
Ciencias Serbia. El nacionalismo estigmatizó de traidores a los ciudadanos que
no estuvieran dispuestos a odiar como auténticos patriotas. Patria, tierra y
sangre contra ciudadanía, diálogo y tolerancia, pureza de la violencia contra
la duda del afecto y el mestizaje. Eran los dos bandos que se enfrentaron en
los años noventa y los belgradenses aún no saben pero comienzan a preguntarse
por qué su ciudad tomó partido en contra de la ciudad. Para muchos fue un
proceso inadvertido, para otros fue una opción dictada por el miedo. Para todos
fue no ya un cuento sino una pesadilla. Y ahora comienzan a despertar. 'Pensar
sobre la culpa es imposible sin pensar sobre el pasado', dice Curgus en Kuce
(Casas). La memoria selectiva es el mejor método de popularizar el victimismo,
añade. Pero Curgus escarba además en la mente de su pueblo y diagnostica que
'la culpa no es una enfermedad y una obsesión de artistas decadentes
determinados sino el estado de ánimo en el que viven millones de personas'.
'Cuando lloras no piensas en la venganza. Quien sufre realmente el luto, quien
evoca con pena, no tiene fuerzas de lanzarse a la venganza'.
Belgrado fue bombardeada con palabras y mensajes de venganza
y crimen preventivo, inducido por el miedo. Por exigencias de lealtad total al
mito patriótico. Fue el primer ensayo logrado de lo que después sería el
bombardeo real de Sarajevo por parte del nacionalismo serbio en Bosnia y los
intelectuales resentidos que odiaban aquella ciudad porque ésta no los había
aceptado nunca como es el caso de Radovan Karadzic. Belgrado ya ha cambiado.
Cuarto indicio: queda en la Knez Mijeilova un solo vendedor
de pegatinas y banderines cetnik y fascistas. Había decenas haciendo
sonar sus sones bélicos. El que queda es un marginado que evoca a aquellos que
en la calle Preciados de Madrid vendían llaveros con la imagen del golpista
Tejero. Vende cromos con las caras de Karadzic y del otro gran carnicero de
Srebrenica, el general Ratko Mladic. Está solo. Los transeúntes pasan indiferentes
ante su puesto y él, allí apoyado en una columna, tiene que soportar las
melodías de Nina Simone.
Por eso hay esperanza, pese a la culpa, la necesidad y el
infinito cansancio de quienes han perdido siempre ante los demás y ante sí
mismos. Dice Curgus que 'muchos de los que se fueron (al exilio bajo Milosevic)
no quieren siquiera enseñar a sus hijos la lengua del país que dejaron atrás,
la lengua de sus antepasados. Como si no pudieran esperar para erradicar todo
vestigio y vínculo con su patria'. Muchos llevan la culpa que los verdugos no
son capaces de sentir y que en esta ciudad está despertando como acto
voluntario o involuntario pero en todo caso digno de vocación de conciliación
de tantos ciudadanos que durante 10 años, también voluntaria o
involuntariamente, dejaron de serlo. 'Algún día, estoy seguro', dice Curgus,
'los padres comenzarán a contarles a sus hijos de dónde son'. Porque el
recuerdo, esa fibra tejida por la memoria, es imposible de romper.
Manifestantes ondean una bandera serbia frente al Parlamento
de Belgrado tras la insurrección contra Milosevic. AP
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