Por HERMANN TERTSCH
El País Martes,
17.10.2000
TRIBUNA
El entusiasmo fue general en el mundo. En directo, por CNN,
se veían en las pantallas de todos los rincones del globo las imágenes soñadas,
retransmitidas desde Belgrado. Había gloria y había significado. El pueblo
serbio tomaba el templo de los usurpadores, de quienes en su nombre sembraron
de cadáveres toda la región de los Balcanes y de ese poder arrogante y mafioso
de quienes se habían enriquecido con procacidad extrema, sumiendo a la nación
serbia en la miseria, la cara oscura de la historia. Cuando se supo que el
Tribunal Constitucional yugoslavo constataba una mayoría absoluta del candidato
de la oposición, Vojislav Kostunica, cuando dos días antes había confirmado una
mayoría relativa y, en un principio, estaba decidido a dar la victoria a
Slobodan Milosevic, la gran revolución democrática, decían, había triunfado.
Hoy sabemos algo más y no todo parece tan épico como aquellas imágenes. Ni ha
muerto el perro ni se acabó la rabia.
No hacía falta, en realidad, pirueta tan prodigiosa de los
máximos órganos judiciales del régimen para saber qué tipo de instituciones
existían en Serbia. Como tampoco habrían sido necesarios tanto tiempo, tantos
muertos, tanta impotencia y dolor para que la población serbia y los políticos
europeos y norteamericanos hubieran tomado conciencia de la naturaleza de la
organización criminal que había secuestrado al país y a la región. Pero el
asalto al Parlamento tornó las farsas en épica pura. Las miserias, la moral y
la económica, ambas tan cotidianas en la sociedad serbia durante tantos años,
incuestionadas salvo por algunos valientes, dieron paso a la imagen del supremo
esfuerzo común de la bondad liberadora.
El humor de los seres humanos es caprichoso. En Serbia más
que en otros lugares. Quienes vitorearon a Milosevic por proclamar la necesidad
de la guerra y el odio étnico piden a su antiguo caudillo que se suicide.
Quienes, como Vuk Draskovic, Zoran Djindjic o Vojislav Seselj, han sido
cómplices de Milosevic piden ya su nuevo papel en la política serbia. Las leyes
yugoslavas y serbias exigen, salvo bajo Milosevic, mucho equilibrio. Pero el
ahora demostrado es tal que amenaza con no mover demasiado.
El gran peligro para la catarsis serbia, para que la nación
asuma los crímenes cometidos en su nombre y una nueva actitud, no está, empero,
en las miserables operaciones de supervivencia de dirigentes de la oposición
cómplice. El peligro está en la inexistencia de ese estado de conmoción,
reflexión e introspección imprescindibles para que Serbia sea capaz de
restablecer una salud social y una ética que rompan la tradición criminal que
ha infectado a la nación bajo Milosevic. Porque ahora parece que todo lo
sucedido es un error de gestión. Han pasado más cosas.
Los acuerdos de ayer para las elecciones en diciembre son un
ejemplo. Son fruto de una negociación entre quienes mendigan poder a cambio de
impunidad para asesinos. Si los vencedores han de buscar acuerdos así, la Unión
Europea debiera pensárselo antes de abrazar con cariño y dinero a quienes han
ganado las elecciones, pero sólo eso. En casi dos semanas, desmovilizada la
oposición, el aparato de Milosevic ha tenido ocasión de destruir
archivos, borrar pruebas y esconder, en suma, información que es poder. Parece
que se hace todo por evitar que lo sucedido sea poco más que un revolcón para
los serbios implicados en los crímenes más odiosos cometidos en Europa desde la
caída del nazismo.
Mal está gestionando su victoria Kostunica y su débil
alianza. Más que posibilismo, lo suyo comienza a parecer compadreo entre
quienes quieren combinar sin principios sus intereses. Peor lo harán si siguen
creyendo que pueden poner una vela a Dios y otra al diablo. No se puede pedir
la incorporación a la Europa democrática y proclamarse santuario de asesinos
negando la cooperación con el Tribunal de La Haya. Como no se puede contruir
una democracia bajo la tutela de una satrapía supuestamente jubilada.
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