Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
22.12.01
COLUMNA
Mandoble y cimitarra siguen en alto, pese a la visita del
eterno sonriente del socialismo español a la corte del rey joven alauita.
Aunque vuelva el embajador marroquí a la calle de Serrano como regalo
envenenado del monarca a la oposición española. La historia de despropósitos en
las relaciones hispano- marroquíes podría tener gracia si no fuera por las
consecuencias graves, muchas dramáticas, que acarrea y los peligros con que
amenaza. Todos los protagonistas de esta especie de tragedia bufa han
hecho aportaciones insólitas para enrevesarla.
El presidente del Gobierno, José María Aznar, nada ducho él
en percibir, no ya respetar, sensibilidades ajenas, no ha perdido ocasión de regañar
a Rabat y dejar en bandeja del entorno del bisoño monarca argumentos para su
francofilia no precisamente cultural sino manifiestamente pecuniaria. París es
buena, Madrid mala. En la mala Madrid, el Gobierno es muy malo y la oposición a
los malos, al parecer muy buena. El presidente tiene derecho al mal humor como
cualquier ciudadano, pero no a manifestarlo con tanto desparpajo cuando puede
afectar negativamente a unas relaciones que afectan al trabajo, al bienestar y
a la seguridad de muchos españoles.
Como también es cierto que el Reino de Marruecos tiene mucho
por lo que ser regañado y su nuevo monarca ha hecho poco más que algún brindis
al sol en eso que algunos llaman proceso de democratización en curso y que
quedó someramente demostrado en presencia de Rodríguez Zapatero cuando su
amable anfitrión, el primer ministro, Abderramán Yussufi, impidió hablar a un
periodista de la oposición. También es cierto que el periodista no está en la
cárcel y pudo incluso acceder a la conferencia de prensa. A eso se debe referir
el líder socialista español cuando dice que 'Marruecos va por el buen camino'.
Porque la 'sensibilización' que descubrió en el monarca hacia la emigración
ilegal de sus súbditos no ha tenido mayor efecto sobre la industria del tráfico
de seres humanos y estupefacientes del que vive gran parte del aparato del
Estado marroquí en el norte y el oeste del país. Por no hablar de las razones
profundas que llevan a millones de marroquíes a soñar todos los días con poner
mucha tierra y algo de estrecho de mar por medio entre ellos y su rey.
Los socialistas españoles, tan entusiastas en su defensa de
la bandera de la República Democrática Árabe Saharaui (RASD), que no existe ni
existirá, rinden ahora pleitesía a un rey que está demostrando tener todas las
debilidades de su padre y ninguna de sus virtudes, que las tenía el viejo
zorro. Nadie duda de la buena fe de Rodríguez Zapatero. Pero hay motivos para
hacerlo respecto a la invitación marroquí. El líder de la oposición fue
recibido por cuatro ministros, vio a ocho y tuvo una larguísima entrevista con
el rey. Que no objetara a la intimidad del vis a vis cuando el rey ordenó al
embajador marcharse durante la misma puede ser una falta de reflejos. Pero no
alegra el panorama general.
Marruecos es un vecino incómodo y, por mucho que cambiase
por una súbita vocación humanista y demócrata de un rey educado en todo lo
contrario, nunca dejará de serlo. Pero es un vecino, hay que hablar con él y,
sin duda, se puede. Siempre que se deje. Incluso de Ceuta y Melilla, antes de
que pase otro siglo. Aznar no puede en todo caso dedicarse en su política
marroquí a despreciar a los discrepantes ni a exigir una lealtad perruna en
política internacional. Entre otras cosas porque jamás la ejerció. A Zapatero
el tiempo le dirá si su visita ha supuesto algo más que la versión
norteafricana del abrazo del oso.
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