Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
31.03.01
PERFIL | SLOBODAN MILOSEVIC
A Milosevic sólo le importaba el poder y engañó a Occidente
durante años
Cumplirá los sesenta el 20 de agosto en la cárcel si el
proceso que comenzó ayer sigue su camino, por lo que sería muy posible que no
saliera de ella vivo. Todavía no se sabe dónde esperará juicio ni dónde
cumpliría la sentencia de ser condenado. Dentro de poco casi todos aquellos
miles de entusiasmados delegados que le vitoreaban en los congresos de su
Partido Socialista Serbio (SPS) pretenderán haber sido resistentes al régimen
de su otrora reverenciado Slobo, Slobodan Milosevic, por fin detenido
en su casa del barrio residencial de Dedinje por la policía serbia. Atrás
quedan una carrera de aparatchik en la Liga de los Comunistas de
Yugoslavia, 12 años ejerciendo como máximo líder serbio, cuatro guerras y un
aterrador mar de sangre.
En el pasado los personajes de similar catadura y
trayectoria morían en la cama o en un confortable exilio. Milosevic se había
preparado concienzudamente para la eventualidad de pasar una vejez cómoda lejos
del país que hundió en la miseria. Se le calcula un patrimonio cercano a
decenas de millones de dólares escondidos en diversas partes del mundo. Pero
los últimos años han demostrado que los tiempos de la impunidad para los
sátrapas de un signo ideológico u otro están tocando a su fin. Aunque hay quien
dice que el deterioro psíquico de esta personalidad de por sí enfermiza se
había disparado en los últimos años, que pasaba día y noche saturado de
fármacos y whisky y algunos creen que en realidad estaba añorando el castigo.
Pero la única persona que sabe lo que puede estar pasando
por la cabeza de Slobodan Milosevic es Mirjana Markovic, su mujer, quien también
podría tener que responsabilizarse de no pocos crímenes cometidos durante su
satrapía bicéfala. Nacida como Milosevic en Pozarevac, hija de una familia de
comunistas influyente pese a que su madre fuera ejecutada por los partisanos
por su supuesta colaboración con los nazis, ha compartido todo con su marido
desde la adolescencia y su influencia ha sido determinante en el ascenso al
poder de Slobo, en su política y en la conversión de Serbia en una cleptocracia
político-mafiosa.
La familia de Milosevic tiene un pasado al menos tan
desgarrado como el de Mirjana Markovic. Sus padres, montenegrinos establecidos
en Pozarevac, se suicidaron ambos, primero el padre, que según algunas fuentes
era un pope ortodoxo. Se disparó un tiro en la cabeza cuando el joven Slobodan
tenía 21 años. Diez años después se ahorcaba su madre. Antes ya se había
suicidado un tío suyo. Milosevic estudió derecho en Belgrado y en 1969 ingresó en el partido, en el que fue un aparatchik clásico que fue subiendo
escaños y trabajó en Estados Unidos con el Banco de Belgrado, Beobanka, donde
aprendió ese inglés que tan útil le fue muchos años para engañar a los líderes
occidentales durante la pasada década. Fue presidente de Beobanka gracias a
Ivan Stambolic, presidente de la Liga Comunista de Serbia, a quien en 1986
habría de arrebatar el puesto. Pero no fue aquella revuelta palaciega la peor
experiencia que el mentor de Milosevic tuvo con su protegido. En septiembre del
pasado año, Stambolic desapareció sin dejar rastro. Pocos dudan de que la orden
de secuestrarlo y asesinarlo partió de Milosevic o de su mujer.
Milosevic vio pronto el potencial que ofrecía el
nacionalismo para sustituir como referencia ideológica al comunismo en pleno
desplome ya en Europa Central. En 1989, ya como presidente serbio y con el
entusiasta apoyo de la inmensa mayoría del pueblo serbio, Milosevic abolió las
autonomías de Kosovo y la Vojvodina establecidas en 1974 por Tito y organizó
una revuelta en Montenegro para poner a sus hombres en la dirección de esta república.
Como las autonomías tenían un voto del mismo valor que las seis repúblicas
yugoslavas, Milosevic se hizo así con cuatro de los ocho votos de la
presidencia colectiva, con lo que podía bloquear todas las reformas que las
septentrionales Eslovenia y Croacia demandaban.
En 1991, bloqueó así la rotación constitucional del
presidente de la presidencia que desde la muerte de Tito se había instituido.
Meses después en junio, las dos repúblicas del norte proclamaban su
independencia y comenzaba el rosario de guerras que habrían de anegar de sangre
los Balcanes. A Eslovenia, que logró su independencia con una guerra de apenas
una semana, siguió Croacia, mucho más cruenta, y Bosnia-Herzegovina, que se
convirtió en una carnicería no vista en Europa desde las matanzas nazis en
Europa oriental. Todas estas guerras las perdió Milosevic. En 1997, ante la
imposibilidad legal de renovar mandato como presidente serbio, se hizo elegir
presidente yugoslavo. Y poco después estalló el conflicto en Kosovo, donde él,
en 1987, el 28 de junio, 600º aniversario de la legendaria batalla de Kosovo,
había comenzado su cruzada nacionalista, que ha incendiado hasta hoy toda la
región. También esa guerra la perdería, y finalmente en septiembre del pasado
año perdía incluso las elecciones. Volvió a calcular mal y volvió a intentar
que otros pagaran su error, con la sumisión o la muerte. Pero ya eran
demasiados los errores, excesiva la miseria, absoluta la corrupción y
enajenación de su régimen y general la indignación por sus fraudes.
Así llegó finalmente la revuelta de los serbios contra el
caudillo al que habían encumbrado y que los había llevado como un flautista de
Hamelín al precipicio económico, político, militar y moral. Milosevic nunca ha
sido nacionalista. Las vidas de los serbios le importaban tan poco como las de
albaneses, croatas o musulmanes bosnios. Ha sido un demagogo que engañó durante
mucho tiempo a Occidente y más aún a su pueblo. Su cinismo y falta de
escrúpulos han sido proverbiales. Solo le importaba el poder. Lo perdió. Ayer
perdió la libertad. Ahora se abre un proceso que quizás aclare algunas de las
muchas incógnitas sobre la psicopatología de este último gran sátrapa europeo
del siglo XX.
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