jueves, 4 de mayo de 2017

DE VIRTUDES Y MISERIAS

Por HERMANN TERTSCH
El País  Sábado, 04.11.2000

TRIBUNA

Cambios políticos traumáticos, como golpes de Estado, revoluciones y derrocamientos, palaciegos o no, suelen ofrecer magníficas oportunidades para reflexionar sobre la naturaleza humana. Virtudes y miserias, en la vida cotidiana atemperadas, brotan nítidas de las actitudes de los individuos. La caída de Milosevic tras la victoria electoral del candidato presidencial de la coalición Oposición Democrática de Serbia (DOS) no es en este sentido una excepción. En Belgrado, políticos y militares, policías y periodistas, funcionarios e intelectuales están en plena lucha por adaptarse a la nueva situación. Unos lo tienen más difícil que otros; hay muchos casos trágicos, pero proliferan los grotescos. Son muchos hoy en Belgrado los interlocutores a los que devora las entrañas la necesidad de justificar su conducta. En su mayoría son gentes que ahora sufren pensando que fueron excesivamente sumisos o demasiado entusiastas en su adhesión a Slobo. Quienes vivieron los cinco o seis años de mayor frenesí pro Milosevic a partir de 1987 saben que tal sentimiento puede ser compartido por la inmensa mayoría de los serbios adultos. Y, según se van confirmando en los medios de Belgrado las verdades sobre los crímenes cometidos en nombre de la nación serbia por el aparato del régimen de Milosevic, se refuerza el sentimiento de la mala conciencia en aquellos que genuinamente habían creído la propaganda. Hoy ya saben todos que los generales Krstic y Mladic asesinaron a más de 7.000 hombres musulmanes desarmados en Srebrenica y que el Ejército mataba a civiles en Kosovo y no sólo luchaba contra la guerrilla. Otra cosa es que, como sucedió en Alemania después del nazismo, una mayoría recurra a mecanismos psicológicos para paliar o reprimir por completo dichos sentimientos.
A los serbios les costará sin duda salir de la cultura del victimismo nacionalista que los lanzó a la trágica aventura liderada por Milosevic. Paradójicamente puede ser su nuevo presidente, Vojislav Kostunica, el hombre ideal en el momento correcto para afrontar esta ingente tarea de forjar una nueva cultura política y sacar a la sociedad serbia del narcisismo enfermizo que la ha llevado a ignorar hasta ahora todos los sufrimientos que no fueran los propios. Kostunica es, como dice Ivan Vejvoda, el director de la Fundación Sörös en Belgrado, un nacionalista en el sentido en que podía serlo De Gaulle, pero sus convicciones democráticas, liberales y humanistas prevalecerán siempre a todas las demás. En este sentido y en referencia a Kosovo, Vejvoda recuerda que también De Gaulle dijo en su día que Argelia era Francia y luego le otorgó la independencia. Kostunica puede ser el hombre profundamente honesto, modesto e íntegro que necesita como ejemplo una sociedad tantos años secuestrada por un grupo político-mafioso en el que la falta de escrúpulos era su mayor mérito.

Pero lo realmente conmovedor, cuando no hilarante, son los denodados esfuerzos de siniestros personajes del régimen, en su día lacayos del régimen comunista, después entusiastas defensores de la hegemonía racial, el expansionismo y el lema de muerte al musulmán, por presentarse como impecables demócratas. Cierto que eso sucede en todas las transiciones y que la indignidad de estos individuos favorece la caída de las resistencias a la reforma democrática. Pero la procacidad con que ostentan su supuesto pedigrí de resistentes ante un interlocutor al que conocen desde hace lustros y que saben que les conoce es inaudita incluso para quien ha visto las conversiones en masa en Rumanía o la RDA. Tras cinco años de ausencia forzada de Belgrado, el visitante es recibido con desagradables abrazos de complicidad y apelaciones a la amnesia por aquellos que lo difamaron y tanto hicieron por que le fuera impuesta la prohibición de entrada en el país. La limpieza en el aparato de Estado serbio ya ha comenzado, y, a más tardar a medio plazo, será el propio Milosevic el que se siente en el banquillo. La mayoría de los interlocutores se inclinan a pensar que será en La Haya. Pero estos despreciables aparátchik que aún andan sueltos por las redacciones de algunos periódicos, seguro que encuentran acomodo bajo el nuevo poder.

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