Por HERMANN TERTSCH
El País Miércoles,
19.09.01
COLUMNA
El primer acto de la tragedia se ha consumado: entre 5.000 y
6.000 muertos y el centro y símbolo de Occidente y de la sociedad abierta
convertido en una escombrera es el trágico balance, el inicial. A nadie debería
escapársele que el 11 de septiembre del año 2001 puede tener consecuencias tan
profundas para la humanidad como el 28 de junio de 1914, día detonante de la
Primera Guerra Mundial y el principio del fin de un orden político, cultural y
social, de una civilización que no sobrevivió a aquellos cuatro años de guerra.
Entonces sólo afectó a Europa; ahora, en la era de la globalización, nadie
dude de que afectará al mundo entero.
En estos momentos de profunda conmoción e inquietud,
conviene imaginarse siquiera la luz al final de un túnel que va a ser largo, y
además, para todos. Salvo entre los propios terroristas, los países que los
apoyan financiera, militar y logísticamente y los firmantes de los repugnantes
mensajes que saturan las páginas chat españolas de comprensión o
satisfacción más o menos encubierta ante este castigo al imperio, debería
imponerse la convicción de que, con inmensos riesgos, ya inevitables, y costes
muy altos, existe una gran oportunidad de que de esta terrible prueba emerja un
mundo más seguro, más solidario y más justo. Para lograrlo habrá que pagar con
'sangre, sudor y lágrimas', como ya dijo Winston Churchill que habría que hacer
para vencer al nazismo. Lo dijo en una situación mucho más desesperada que la
actual. Y se hizo. Gracias primero a la vocación de libertad de la democracia
más antigua del mundo, el Reino Unido, y después, a la alianza de éste con la
Unión Soviética y Estados Unidos.
El mayor obstáculo en la campaña militar que se avecina está
sin duda en la dificultad de identificar a enemigos que, aunque autoproclamados
como tales a diario en sus llamamientos al odio a Occidente y su constante
agitación a la guerra de civilizaciones por todos los medios, niegan tener nada
que ver con los atentados de Nueva York y Washington. Pero tanto los talibán
como Sadam Husein y algunos otros son, sin lugar a dudas, parte de una inmensa
red que en la última década ha aprovechado la confusión de esta transición
desde la guerra fría a un nuevo orden mundial para formar un frente bélico no
convencional de un totalitarismo enemigo de las mismas libertades que en 1939
salió a defender Churchill en solitario. Entonces Roosevelt tuvo enormes
dificultades para vencer las veleidades del aislacionismo norteamericano. Lo
consiguió después del ataque a Pearl Harbor por fuerzas japonesas.
Con la nueva Administración, Estados Unidos tendía de nuevo
al aislacionismo, y, por tanto, al unilateralismo que tanto daño ha hecho a las
relaciones atlánticas: desde Kioto a Durban, pasando por el Tribunal Penal
Internacional, soluciones negociadas en Oriente Próximo y tantas otras
iniciativas internacionales de las que Estados Unidos se ha ido automarginando
desde la ingenuidad de creerse invulnerable. Ya sabe que no lo es. Y sus
aliados de la OTAN han demostrado una rapidez de reflejos admirable al recurrir
por primera vez en la historia de la alianza al artículo del Tratado del
Atlántico Norte que considera que un ataque contra un miembro lo es contra
todos. Y por primera vez también puede decirse que Estados Unidos, Europa,
Rusia y China están de acuerdo en que hay que tomar medidas rápidas y efectivas
para poner fin a una amenaza común. Para Washington, la tragedia del día 11
puede convertirse en el punto de inflexión y enmienda de muchos errores,
especialmente en Oriente Próximo, en la política de desarrollo del Tercer Mundo
y en su desprecio a las Naciones Unidas. Es ilusorio creer que en el mundo
actual algunos países afortunados pueden garantizar su seguridad cuando
regiones enteras se convierten en pozos negros de miseria y frustración; como
lo es que Estados Unidos siga propagando la idea absurda de que está llamado a
ser la única potencia mundial para siempre. Para que el nuevo totalitarismo
difuso sea derrotado, es necesario no cometer errores. Existe el riesgo cierto
de desestabilizar amplias regiones del mundo. Y, desde luego, habrá víctimas,
civiles y militares: lamentablemente, es previsible que no sean pocas. Pero,
después de la 'sangre, sudor y lágrimas' que nos esperan, existe la posibilidad
real de un mundo en el que todos los grandes protagonistas hayan reajustado sus
relaciones en un orden que evite los agujeros negros de miseria y los
movimientos que se alimentan de ellos en su cruzada contra las libertades de la
sociedad abierta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario