Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
17.11.01
COLUMNA
El canciller alemán, Gerhard Schröder, el líder más sólido
de la socialdemocracia alemana desde Helmut Schmidt y Willy Brandt, demostró
ayer que es un estadista. Sabe arriesgar cuando se juega la credibilidad de
Alemania como aliado y tiene unos principios con los que nadie puede jugar, ni
en la calle ni en el Parlamento.
Schröder ganó ayer la votación en la moción de confianza que
había planteado él con 336 frente a 326 votos, tres más de los que necesitaba.
Parece un resultado escaso. No lo es. Porque él sabe, como lo sabe la
oposición, que el apoyo a su propuesta de colaboración militar con Estados
Unidos y otros miembros de la coalición antiterrorista goza del apoyo de casi
toda la Cámara. Los cristianodemócratas y liberales han votado en contra de
Schröder, pero sus portavoces han tenido que acercarse al estrado para explicar
que votaban contra el Gobierno estando a favor de lo que el Gobierno pretende y
hará. Difícil tarea la de quienes votan contra aquello que pretenden.
Schröder ha demostrado tener carácter, esa misma firmeza en
sus percepciones que muchos le han negado durante años y que él ha sabido
confirmar en una de las situaciones políticas más inciertas que se puedan
imaginar. Pese a todos los amagos de pacifistas diversos en la socialdemocracia
y ante todo en Los Verdes, el canciller ha dejado claro que tiene todas las
cartas. Schröder crece en la crisis porque lanza los órdagos con la frialdad de
quien no tiene miedo a sufrir pérdidas.
A muchos les sienta mal este despliegue de liderazgo de un
hombre al que creían fácilmente abatible. Es lógico. Porque atacan todo aquello
que los acosa a ellos y que los tiene perfectamente inermes. Nunca, desde la
creación de la República Federal de Alemania, había estado tan postrada la
democracia cristiana.
Nunca el SPD, ni bajo su adorado Willy Brandt, había gozado
de este enorme abanico de posibilidades que le ofrece el liderazgo de Schröder.
Puede pactar con quien quiera, verdes y liberales, ex comunistas orientales y
píos cristianodemócratas. El SPD tiene hoy dos baluartes inexpugnables que son
el canciller y su ministro de Asuntos Exteriores, Joschka Fischer, que, dicho
sea de paso, es de otro partido. Al menos de momento. Fischer es el político
más apreciado en toda Alemania. Schröder le sigue.
Los Verdes saben que, si deciden en su asamblea de Rostock
del fin de semana que viene la ruptura de la coalición y su salida del
Gobierno, jamás volverán a acercarse al poder. Y saben que Schröder no tiene
ninguna dificultad en lograr una nueva coalición con los liberales del FDP, que
pactarían, como Los Verdes, cualquier reforma fiscal y nuevas leyes de
seguridad con tal de auparse a tareas de gobierno.
El mundo es muy distinto a lo que era antes del 11 de
septiembre. Quien no entienda esto no entiende nada. Y parece que las bases de
Los Verdes siguen manejando criterios ya definitivamente obsoletos. Fischer
sabe mucho más de lo que sucede e intenta infundir cierta sensatez en quienes
le han aupado al poder pero son incapaces de entender el momento de inflexión
histórica en que vivimos.
Los Verdes son ya una fuerza prescindible. El compromiso con
el poder ha sido para ellos una prueba demoledora. Los liberales han salido de
una crisis que parecía abocarlos al abismo. Los cristianodemócratas no saben
dónde están ni adónde van. Y los ex comunistas orientales del PDS recogen
ansiosos los votos decepcionados de los ecopacifistas, pero no son alternativa
para un pacto de gobierno en Berlín en un futuro previsible.
En cierto sentido tienen razón quienes acusan a Schröder de
chantajear a sus socios e imponer la disciplina en su propio grupo
parlamentario, en el que existen voces presas de ese rictus pacifista de la
mala conciencia que siempre ha perseguido a la política alemana. Pero Schröder
ha demostrado, con su compromiso de cooperar en la intervención militar
internacional en Afganistán, que Alemania ha dejado de ser ese enano político
disfrazado de gigante económico. Además de dejar claro que la socialdemocracia
alemana tiene conceptos para combatir a favor de la seguridad, la libertad y la
sociedad abierta. Schröder ha ganado, y no por el estrecho margen que sugiere
la votación del Reichstag. Es bajito, pero adquiere estatura por momentos.
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