Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
24.02.01
COLUMNA
Realmente no parece muy ortodoxo que un jefe de Estado y su
primer ministro discutan sobre sus competencias a gritos y tirándose un
ejemplar de la Constitución por encima de la mesa ante la cúpula militar y
otras autoridades integrantes del órgano máximo estatal. Pero es eso
exactamente lo que sucedió el pasado lunes en Turquía en una reunión del
Consejo de Seguridad Nacional. El presidente Ahmet Necdet Sezer le lanzó el
volumen al primer ministro Bulent Ecevit y un ministro se lo relanzó al
presidente con el comentario de 'a ti te hemos puesto nosotros y, si queremos,
te quitamos'. Del cargo, se supone. Las consecuencias del altercado fueron
inmediatas y pueden calificarse de cataclismo financiero: hundimiento de la
Bolsa, vertiginosa escalada de los tipos de interés y caída libre de la lira
turca.
Puede parecer sorprendente que semejante rifirrafe
desencadenara una crisis de confianza que se convirtió pronto en pánico y llegó
a amenazar a los mercados financieros también fuera de Turquía. Los efectos
sociales del desastre de esta semana son aún incalculables. En tres días se iba
al traste gran parte de los no pocos éxitos alcanzados por el Gobierno Ecevit,
especialmente en el primer año después de llegar al poder en 1999. Pero en
realidad la crisis viene gestándose desde hace tiempo y tiene mucho que ver con
los problemas endémicos de este gran país que son la corrupción y la falta de
división de poderes propios de un Estado de derecho tras ocho décadas de
tutela, cuando no dictadura militar. Las reformas necesarias para hacer de
Turquía un Estado moderno de derecho chocan una y otra vez contra los muros de
la corrupción y el Ejército. Así, después de un comienzo de legislatura
prometedor, las reformas legales, la privatización de empresas públicas y la
liberalización no avanzan o lo hacen en sospechosa parsimonia. Para reformar
las empresas públicas, privatizar y liberalizar hay que aclarar cuentas. Y en
Turquía hay pocas cuentas claras y muchos interesados en que no se aclaren
jamás.
Ésta fue la causa del violento enfrentamiento de Ecevit con
el jefe del Estado, antiguo presidente del Tribunal Constitucional y muy poco
dado a cambalaches políticos. El viejo Ecevit se equivocó de hombre al elegir a
Necdet Sezer para sustituir al incombustible Suleiman Demirel. Le ha salido
respondón. El lunes, en la reunión del Consejo de Seguridad Nacional, el jefe
del Estado atacó al Gobierno por su pasividad general ante la corrupción, y en
especial por lo que calificó de obstrucción en las investigaciones al respecto
en los sectores de la banca y la energía. Ecevit se enfureció y abandonó la
reunión.
Lamentablemente, Ecevit, considerado un hombre de profunda
honestidad, tiene muchas razones para evitar que las investigaciones vayan
demasiado lejos. Porque tiene ciertas compañías en la variopinta coalición que
dirige a los que podría causar serios problemas. Véase al presidente del
Partido de la Madre Patria, Mesut Yilmaz, sin cuyo apoyo no puede gobernar el
viejo socialdemócrata Ecevit.
Desde un principio era improbable que la clase política de
Turquía, la única de toda Europa que sigue siendo la misma que gobernaba
durante la guerra fría, fuera a afrontar unas reformas que les restan poder,
privilegios y formas de financiación de sus inmensos aparatos de clientelismo.
Lo malo es que estas estructuras que nutren a la clase política y a sus
mesnadas son un obstáculo para la modernización y para objetivos declarados
como la eventual integración en la UE, pero además generan cada vez más
indignación popular. La inmensa mayoría de los turcos han tomado partido por el
presidente en su conflicto con el Gobierno. Así, Turquía se halla en su mayor
encrucijada desde la fundación del Estado por Kemal Atatürk. Sin un mínimo de
limpieza y decoro en la administración no hay programa de modernización y
adaptación a Europa que valga. Y sin reformas, con deudas y nuevos reveses
económicos, Turquía camina a paso firme hacia su desestabilización política. Mientras,
los tutores castrenses observan y callan. Todavía.
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