Por HERMANN TERTSCH
El País Martes,
27.03.01
COLUMNA
Han ganado los socialdemócratas hasta en lo que llamamos, se
llama, el Patio de Carlos Marx. Allá, lejos del centro, en Floridsdorf. Era una
gran fortaleza de sus tiempos, en los años veinte. Allí todos eran comunistas o
socialistas entonces. Y era aquello una magnífica fortaleza urbana contra el
fascismo emergente, el de Dollfuss o el posterior de Hitler.
Después, hace unos años llegaron los nacionalistas austriacos
y la derecha inane, es decir un perfecto absurdo. Pero esta vez, el domingo, en
el Patio Karl Marx, han ganado los bisnietos de Viktor Adler, los nietos de
Bruno Kreisky, los hijos de una forma de hacer política que tiene más que ver
con la intención intelectual de combinar idea con subsistencia, de una forma de
socialismo que intenta deshacerse de sus miserias pero reivindica su grandezas
en el espíritu constructivo durante más de un siglo. Tiene que ver con la
miseria y la crueldad del fascismo insurrecto y mucho también con la miseria
intelectual que gente como Haider intenta inocular al pueblo.
Con más de un 70% de los votos del Karl Marx-Hof, siete de
cada diez habitantes del celebérrimo patio, con sus nidos de ametralladora de
la insurrección obrera, repletos de gran ejemplo de la arquitectura social
europea, han decidido volver a votar lo que han votado siempre, a los
socialistas. ¿Qué pasó hace unos años cuando el cinturón rojo de Viena votaba a
los liberales xenófobos, votaba a los fascistas? ¿Cómo pueden los vieneses que
tanto saben y han visto, votar a quienes desprecian al prójimo?
Viena vuelve a ser roja, rotundamente roja, esencialmente
roja, sin saberlo, pero haciendo como siempre un gran favor a este pequeño país
que es mucho mejor de lo que muchos dicen y mucho más civilizado de lo que
creen algunos, dentro y fuera, con las piezas imaginarias ridículas y de
caricatura que se suelen hacer. Su cinturón rojo de siempre le ha dado, ahora
una vez más, la mayoría absoluta a quienes tienen mucho que enmendar pero
parten de la gracia de las ideas bellas. Kreisky podía ser un judío antisemita,
pero era un estadista que abarcaba la suerte de nuestras vidas con grandezas y
miserias.
La fiebre parda ha pasado de momento. Retornará o lo
intentará hacer, pero de momento ha perdido. Haider ha sido todo lo
repugnantemente antisemita que ha podido en esta campaña -no le ha servido-, ha
insultado a todos y cada uno de los judíos que ha encontrado y sin embargo ha
perdido más de la cuarta parte de sus votos en Viena.
Viena ha sido una capital del antisemitismo bajo su alcalde
Lueger hace muchas décadas y también después. Pero esa gran ciudad europea que
es Viena también es, pese a la cobardía de gobernantes cristianodemócratas y
liberales, una ciudad de la más amplia cultura. Sabe detestar al detestable.
Karl Kraus lo demostró y describió. Viena es más la gran Europa que la miseria
rural y antisemita, el folklorismo canalla, nuevo rico y subagrario de Jörg
Haider. Viena ha vuelto a demostrar que puede ser lo mejor aunque tambien lo
peor como urbe. El fascismo y el racismo siempre se equivocan de plaza. A medio
plazo seguro. Siempre que haya quienes les hagan frente. Seguro, querido lehendakari.
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