Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
26.05.01
COLUMNA
Está claro que hay capacidades que no se improvisan y
talentos que no se conquistan ni con perseverancia u obcecación. Los viajes de
nuestros 'grandes timoneles' del Gobierno español son una prueba convincente de
algo que ya nos confirmaban los clásicos. Resulta que se nos va Josep Piqué, el
ministro de Asuntos Exteriores, de viaje por Oriente Medio y nos cosecha una
comparación de propia boca entre la resistencia palestina y las actividades
nazis de ETA y su gente. ¡Vaya por Dios, que desacierto! El jefe de la
diplomacia, tan prometedor él, consigue patinar por superficies perfectamente
ignotas y decide articular su peor idea en el peor momento y en el peor lugar.
El Gobierno aquí intenta después limitar daños. 'Malamente', como dirían en el
Rastro madrileño.
Pero está harto demostrado que todo es susceptible de
empeorar. El presidente del Gobierno, José María Aznar, se nos lanza a la
aventura del estadista global en su visita a Rusia. Va con la sana intención de
buscar inversiones y un poco de seguridad jurídica para las empresas españolas
en el reino del zar del KGB, Vladímir Putin. Muchas compañías se han retirado
de ese mercado porque la omnipresente mafia extorsionadora convierte una
inversión en un programa de Al filo de lo imposible.
Pero a nuestro presidente le encantan las compañías con
cierto peso, llamémoslo 'histórico'. Y sin duda Putin lo tiene. Ha conseguido
con más abstemia, convicción y contundencia que su antecesor, Boris Yeltsin,
acabar con los últimos vestigios de la apenas nacida libertad de prensa y
pluralidad informativa; ha llenado los pasillos del poder de funcionarios
formados en la Liubianka como admiradores de Félix Dzershinski, fundador de la
Cheka, y ha instaurado un culto a la personalidad, a la suya, que sería una
mala broma si tras él no se hallaran abismos de coacción, miedo y de la
tradicional necesidad perentoria de obediencia obligada de los mejores tiempos
soviéticos.
Pero, en fin, allí estaba José María Aznar, este hombre
castellano que ha defendido con cierta coherencia la lucha de centenares de
miles de compatriotas suyos en contra del terrorismo, la intimidación, el miedo
y la muerte en el País Vasco. Aunque no entienda lo que allí pasa. Pero no
entender España en sí es un problema íntimo de todos los españoles, incluidos
los vascos. Nos ha pasado y nos pasará. Pero, al parecer, para el pensamiento
pucelano los problemas al respecto se multiplican. Y la falta de recursos de
esta escuela mesetaria cuando tiene enfrente al irresistible espía ruso,
convertido en nueva divinidad democrática, resulta alarmante.
El presidente Putin, que ha bombardeado ciudades enteras,
arrasado pueblos, enterrado en fosas comunes a una buena parte de la población
civil chechena, que todavía tiene que explicarnos a todos quién puso las bombas
en Moscú y otras ciudades rusas que sirvieron de pretexto para su política de
tierra quemada en Chechenia, se muestra públicamente satisfecho de la comprensión
de Aznar y lo explica diciendo que el jefe del Gobierno español tiene problemas
similares en el País Vasco.
La intolerable comparación hecha por Putin no puede
sorprender a nadie. Este hombre ha sido formado para la intoxicación, la
manipulación y el ejercicio de la presión y violencia sobre sus semejantes. A
Putin la vida de un checheno le importa más o menos lo mismo que la de un ruso.
Es decir, nada.
Pero el silencio vergonzoso y vergonzante del presidente del
Gobierno español ante esta comparación, supuestamente en aras de la armonía
existente con el presidente ruso, es un insulto a los vascos, a las víctimas en
el País Vasco y a todos los españoles. Tiene razón Putin: los españoles
entendemos mejor las matanzas llevadas a cabo por su Ejército de jovencitos
malnutridos y maltratados por sus oficiales y su Gobierno porque sabemos de la
crueldad gratuita de los terroristas en nuestro país. Pero sólo por eso. Que
Putin se confunda es comprensible. Que Aznar calle ante esta afrenta no lo es.
Se nos han hecho viajeros, pero, por favor, que no posen de estadistas.
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