Por HERMANN TERTSCH
El País Viernes,
04.05.01
NUEVA DOCTRINA MILITAR EN LA CASA BLANCA
Esta vez por lo menos no ha enfadado a todo el mundo nuestro
nuevo presidente norteamericano, George W. Bush. Antes de anunciar que va a
olvidarse también de la firma que estampó Estados Unidos en el acuerdo sobre
Sistemas Balísticos Antimisiles (ABM), tuvo la deferencia de llamar a unos
cuantos aliados europeos y al presidente ruso, Vladímir Putin, para
comunicárselo. En su lento aprendizaje del manual de la cortesía, parece haber
caído en la cuenta de que a los demás Estados les sienta mal enterarse por la
prensa de decisiones unilaterales norteamericanas que les afectan, y mucho,
como la de despreciar el Protocolo de Kioto o poner patas arriba el sistema
mundial de seguridad sin proponer más que abstrusas ideas pergeñadas por su
industria privada.
Que la reacción al anuncio de Bush decretando la muerte del
Tratado ABM y la puesta en marcha de un proyecto de sistema antimisiles haya
cosechado reacciones moderadas se debe en parte a ese gesto, pero también a la
certeza en Europa y en Moscú de que las protestas serían inútiles. Bush tenía
prometido este plan a los máximos beneficiarios del mismo, no la seguridad de
los norteamericanos, sino los receptores de los 60.000 millones de dólares que
-pronto serán 200.000, se dice- se destinarán a un proyecto que nadie sabe
cómo, cuándo y si acaso funcionará. Airados sólo se muestran los chinos, a los
que Bush ha logrado convencer de que les profesa una hostilidad que raya en la
temeridad.
Europeos y rusos optan por limitar daños. La Administración
norteamericana promete coordinación. Dice Washington que escuchará sus ideas y
sugerencias. Nuevo alarde de cortesía. No se dude de que se escucharán las
opiniones europeas. Dúdese mucho de los efectos de la atención prestada. La
decisión está tomada; los contenidos, también. Quizás alguien pueda influir en
el empaquetado retórico. Nadie espera más. Se intuye que reaccionar ante un
desafuero de Bush sólo conduce a otro mayor.
La inmediatez parece ser la gran divisa de esta nueva
Administración, que considera las dudas europeas, la preocupación rusa y el
temor chino como debilidades ñoñas que se curan con el tiempo y los hechos
consumados. Washington no entiende que el desprecio a los intereses ajenos
genere malestar. Parece creer que es lo que se espera de EE UU y que llaman
'liderazgo', sea imponiendo su Asociación de Libre Comercio Americano (ALCA) a
los países latinoamericanos o enviando comisiones para comunicar lo decidido.
En otras partes cabe la duda; en Washington, no.
En cambio, sí cabe la confusión, como se ha demostrado con
el patético resbalón del anuncio de ruptura total de las relaciones militares
con China, que tuvo que ser desmentido tres horas después. Resulta poco
tranquilizador, si no escalofriante, el hecho de que el mando de la mayor
potencia del mundo juegue con tanta ligereza con cosas que no son siquiera sólo
de comer.
Cuentan colaboradores del ex secretario de Estado James
Baker que este otro tejano ilustre creía que Alejandro Magno y Carlomagno eran
padre e hijo. Puede que el actual inquilino de la Casa Blanca crea que eran
hermanos. En todo caso, parece que en Washington el triunfalismo y las vacas
gordas -que adelgazan- han hecho olvidar no ya la historia del mundo antes
del Mayflower, sino el valor histórico de acuerdos de la posguerra,
muy especialmente el ABM. Que éste pueda y deba ser revisado 28 años después de
firmado es probable. Pero ésta hasta ahora última guinda demostrativa de la
forma y el talante desplegados por Bush en sus primeros cien días nos auguran
años de mucho sobresasalto. Esperemos que queden en eso.
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