Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
10.03.01
COLUMNA
El presidente yugoslavo, Vojislav Kostunica, comienza a
mostrar esa tendencia tan manifiesta en los líderes balcánicos de equivocarse
tanto que al final sólo un disparate mayúsculo parece ofrecerles la salida del
entuerto autoinfligido. Puede llorar hoy Kostunica cuanto quiera por la
supuesta incomprensión de Occidente o la comunidad internacional hacia su
política y actitud respecto a los criminales de guerra que viven en el barrio
residencial de Dedinje, pasean por las aceras de Terazije en Belgrado o pastan
aún en su Administración. Pero los demás no podemos compadecernos de actitudes
adolescentes como sus últimas pataletas contra dichas supuestas
incomprensiones. Los Balcanes vuelven a complicarse, y en gran parte por
Kostunica y su actitud, políticamente perezosa, mojigata y, para muchos,
cobarde, además de éticamente muy dubitativa. Todo esto se ve agravado por el
hecho de que sus discrepancias con los políticos más lúcidos en Serbia no
acaban de ser más que meros intercambios de acusaciones.
Kostunica, y si él no es capaz, Zoran Djindjic, primer
ministro serbio, tiene que entregar cuanto antes a Slobodan Milosevic a La
Haya. El hecho de que Milosevic no esté ya preso fuera de los Balcanes es uno
de los factores que más envenenan todo el escenario. Los croatas nacionalistas
en Bosnia-Herzegovina claman ahora por la secesión después de que nadie
impidiera un 'tratado especial de asociación' entre la Republika Srpska en Bosnia
y la propia Serbia. Dayton deriva hacia el naufragio. En el sur, los albaneses
radicales siguen con su política de hostigamiento y crimen contra los serbios
en Kosovo y se lanzan a una ofensiva en la muy vulnerable región occidental de
Macedonia poniendo en peligro un país que tanto ha ayudado a que los kosovares
no fueran víctimas del genocidio y éxodo planeado por Milosevic. Albania está
paralizada e inane. Montenegro, aunque fuera de las noticias estos días, sigue
debatiéndose entre guerra de secesión y agravio continuo. Las fuerzas militares
occidentales, en Bosnia y Kosovo, parecen tener como único objetivo no sufrir
una baja en su estancia. Y ahora aceptan que fuerzas serbias entren de forma
incomprensible a crear cordones sanitarios entre albaneses de Macedonia y
albaneses de Kosovo. Todo es un inmenso disparate.
¿Dónde está la clave? Está en que todas las fuerzas
implicadas consideran que la guerra no ha acabado. Para demostrarles que esa
guerra ha concluido y nadie puede sacar beneficio de su continuación, Milosevic
ha de presentarse ante el Tribunal Penal de La Haya. Cuando él, su general
Ratko Mladic, su sicario Radovan Karadzic y otros varios -pero especialmente
ellos- aparezcan en televisión en las salas de La Haya con o sin auriculares, el
mensaje será definitivo. Quien a partir de entonces, y especialmente los más
activos hoy, los radicales albaneses, mueva pieza de agresión debiera saber que
tendrá encima a todas las fuerzas militares que en su día los salvaron a ellos
y a sus familias. Pero la señal es imprescindible. Kostunica debería llorar
menos y actuar de acuerdo con tantos serbios que saben que, si Milosevic fue la
clave de la guerra, también lo es, como reo, de la paz. Mientras no entregue a
Milosevic, la guerra no ha acabado.
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