jueves, 4 de mayo de 2017

LA GRAN RUSIA DE FUNGAIRIÑO

Por HERMANN TERTSCH
El País  Sábado, 16.12.2000

TRIBUNA

Seguramente hay infinidad de razones para que Vladímir Gusinski tema a unos tribunales, incluso a los más impecables y garantistas. La inmensa mayoría, acaso quizás la totalidad, de los nuevos millonarios rusos han ganado sus fortunas por medio de irregularidades, abusos y manipulación de las leyes y huecos legales en el caos de la economía rusa. Cuando no por medio del robo directo o la extorsión. El magnate de la prensa ahora encarcelado por el juez Baltasar Garzón a requerimiento de la Fiscalía General de Rusia es todo menos inocente en el sentido general del término. Nadie lo es en la danza de tiburones del poder económico y político ruso. Que la policía lo detuviera es perfectamente lógico, y que Garzón lo encarcelara, probablemente también. Le acusan nada menos que de estafar 40.000 millones de pesetas. La mayoría de los que comparten patio con él en la cárcel de Soto del Real están allí por bastante menos. Ahora la fiscalía rusa tiene 40 días para formalizar la denuncia de acuerdo con el Convenio Europeo de Extradición, firmado tanto por España como por Rusia. Dice la fiscalía en Moscú que ya lo ha hecho. Es tremenda la diligencia de esta institución cuando se trata de Gusinski y lo cuesta arriba que se le ponen las cosas cuando se trata de investigar otros casos.
Pero si la fiscalía de Moscú ha demostrado esta insólita agilidad, nada comparable con la desplegada por el inefable fiscal jefe de la Audiencia Nacional española, Eduardo Fungairiño, que, un día después de la detención tenía ya todo claro y quiere entregar a Gusinski mejor hoy que mañana. Con lo melindroso que fue en el caso de Pinochet. El fiscal Fungairiño tiene ya todo perfectamente claro y sabe que la justicia rusa bajo Vladímir Putin es una exquisitez; Rusia, un Estado de derecho impecable, y no hay posibilidad alguna allí para que el poder persiga a alguien por algún interés político.
Fungairiño demuestra una vez más su sensibilidad conmovedora, además de un profundo seguimiento de la actualidad rusa. Si llega a toparse León Trotski con un Fungairiño, Stalin se habría ahorrado el viaje de Ramón Mercader a México. Gusinski no es Trotski, sino un magnate de poco escrúpulo, y Putin tampoco es Stalin, aunque, por ejemplo, muchos chechenos tienen a veces razones para dudarlo. Ni Fungairiño es un fiscal que no patine en sus juicios con asiduidad.
En esto último reside la esperanza de Gusinski, de la oposición democrática, de la prensa independiente y de los intelectuales que se han movilizado contra la extradición. Que el señor Gusinski ha hecho negocios muy poco ortodoxos está meridianamente claro. Pero también lo está el hecho de que la fiscalía rusa abre y reabre casos contra Gusinski como el de la supuesta estafa a la compañía Gaszprom, que ya había sido solventado. Y que lo hace para ejercer presión sobre los medios de comunicación del grupo Most, que son los únicos que aún osan criticar al poder del presidente Putin, que tiene tan entusiasmados a algunos políticos occidentales, pero que no otorga a sus adversarios políticos un trato precisamente "occidental".
Si la Fiscalía General de Rusia hubiera tenido el interés ahora demostrado en cazar a Gusinski en la investigación de los atentados que provocaron varios cientos de muertos en Moscú y otras ciudades rusas que sirvieron como pretexto para la guerra de Chechenia quizás hoy sabríamos más de los famosos terroristas que los provocaron. Y si los periodistas en Rusia pudieran investigar muchos casos de corrupción y crímenes sin tener que temer por sus vidas y las de sus familias quizás la Fiscalía General de Rusia -incluso Fungairiño- tendrían más pruebas sobre delitos cometidos por gentes que no están precisamente en Soto del Real.

En todo caso, cabe esperar que no se produzca el sarcasmo de que, como decía el líder opositor Grigori Yavlinski, un juez que persiguió a Pinochet entregue ahora a Gusinski al émulo del dictador y enfermo imaginario chileno.

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