Por HERMANN TERTSCH
El País, Copenhague,
01.10.2000
Soberanía
"Nos quieren subir a un avión a todos juntos, pero aquí
sabemos muchos, la mayoría al parecer, que no saben dónde pueden aterrizar. Y
yo, desde luego, no me monto voluntariamente". Quien así habla en la plaza
interior del Folketing, del Parlamento danés en Copenhague, es Klaus
Michaelsen, un taxista que observaba el jueves divertido y satisfecho el
frenético ir y venir, escaleras arriba y abajo, de políticos y periodistas
daneses y extranjeros. Ya se había consumado lo que tantos temían en Europa y
en la propia Dinamarca: los daneses habían rechazado por una muy sólida mayoría
la propuesta de su Gobierno socialdemócrata-liberal de adherirse al euro, la
moneda común europea. Michaelsen ya se había sentido bien por la mañana cuando
vio al primer ministro, Poul Nyrup Rasmussen, llegar al colegio electoral y
declarar "que estaba preocupado" por los primeros sondeos a pie de
urna que se inclinaban hacia el no. Pues esas encuestas no fueron nada
comparadas con los resultados reales que después habría de digerir el primer
ministro. Allí, en el Parlamento, Rasmussen, con un tono que intentaba ser
enérgico, pidió una silla y se subió a ella como el inolvidado Borís Yeltsin solía
hacer con los carros de combate. Pero con otro discurso. Dijo que había
fracasado, que asumía la responsabilidad, que los daneses son buena gente y que
lo haría saber en Europa. Después se puso a cantar el himno socialdemócrata
danés y se le llenaron los ojos de lágrimas.
Prejuicios
Michaelsen no pudo verlo en directo, pero no se habría
conmovido a pesar de que es votante socialdemócrata. Porque, como la mitad de
los votantes de ese partido, se había decidido por darle el disgusto al
correligionario mayor y ya había votado en contra del euro. ¿Por qué? Entonces
es cuando surgen uno tras otro todos los tópicos que declamaría un aristócrata
británico afectado en sus fincas por alguna directriz medioambiental de la
Unión Europea. "No queremos un macroestado europeo. Queremos seguir siendo
soberanos, existir como nación y que nos gobierne quien nosotros elijamos, no
una sarta de burócratas en Bruselas". El internacionalismo no está de
moda. Ni entre los tories ni en el taxi de Klaus. Unas horas más tarde
se congregan ante el mismo edificio unos 200 jóvenes con banderas al viento y
botellas bien sujetas. Celebran "no ser vasallos de Bruselas". Por el
entusiasmo y el griterío cualquiera diría que los acaban de hacer hombres
libres. Pero no es eso. Son, dicen, "comunistas libertarios".
"Mierda la Unión Europea", grita uno con aspecto de ser de los
teóricos del grupo. Otro saca, nadie sabe de dónde, una bandera de la Unión
Europea y comienza a quemarla por una esquina. No arde bien. Como no son expertos
se les había olvidado la gasolina. Eso en Teherán no pasa. Al final llegan más
mecheros y consiguen que arda un poco y, lo que es más importante, llegan las
cámaras de las televisiones extranjeras y los fotógrafos. Ya es famoso el memo
pelirrojo con la banderita.
Si el Ministerio del Interior decidió que se podían publicar
sondeos a pie de urna durante toda la jornada, hecho insólito, no debe extrañar
que los militantes de ambos bandos siguieran haciendo campaña. De ahí que,
hacia el mediodía, Mari Oleson, una chica guapa de Mors, predicaba el no junto
a la catedral de Copenhague, ese sobrio edificio luterano al que los ingleses
volaron la torre en 1807 cuando los sentimientos de afinidad en el odio a
Bruselas no habían cuajado aún entre ambas naciones. Mari estudia Sociología y
sus dos hermanos, Martin y Arni, Ciencias Políticas. Es un dato. Los tres
llevan varias semanas recorriendo toda la geografía danesa llamando a la
resistencia contra el monstruo de Bruselas que quiere doblegar y después
engullir a los valerosos resistentes del Norte.
Cambio de escenario: Club Kakadú, calle de Colbjornsens, 6,
vísperas del referéndum. Un lupanar con la solera de más de medio siglo. Todas
las chicas fuera de la barra consultadas se declaran a favor del sí. Da
igual porque no votan. Son rusas, dominicanas, extranjeras. La encargada, no.
Ella es danesa. Anuncia su voto en contra. "Bruselas nos quiere imponer su
política. Los daneses tenemos nuestras costumbres y carácter que nada tienen
que ver con esa Europa". Las extranjeras se encogen de hombros. Da la
impresión de que a lo único que no tienen miedo ellas es a lo que aquí temen
tanto, a Bruselas.
En Cristiania, la legendaria comuna que se instauró hace
ahora 29 años, para cambiar el mundo, las relaciones humanas y la percepción de
la realidad no hay celebraciones el jueves por la derrota del euro. Aunque hay
ambiente. Las tiendas abiertas por la noche ofrecen todas lo mismo. El hachís
afgano a 70 coronas el gramo, la marihuana colombiana algo más y el hachís
marroquí, según índice de tetrahidrocannabinol (THC). El euro les trae al
pairo, pero si hay que tomar posición, tendrá que ser en contra. "Contra
la Europa de los mercaderes, cualquier cosa", dice uno mientras manosea su
mercancía. Por desgracia para los partidarios del sí como Annita
Bundegaard, redactora jefa del diario Politiken, la mayoría de los
adversarios al euro y a la integración europea no proceden de estos ámbitos
caricaturescos. Son daneses muy normales que tienen miedo a perder lo que
tienen y no confían en ganar nada. Hay un problema de identidad en esta orgía
de miedos y prejuicios, pero también de egoísmo y mucha falta de honestidad por
parte de políticos y sociedad en debatir realmente lo que supone la histórica
empresa de hacer de Europa un continente unido en el que la guerra sea
imposible. Dinamarca ha dicho no y los daneses han demostrado sin
quererlo que ellos, que tan estupendos se ven, son vasallos no de Bruselas,
sino de las supersticiones.
Pero no es un drama. Como decía Klaus Michaelsen, el
socialdemócrata antieuropeísta, esto "no es una tragedia. Peores cosas
pasan en Kosovo".
No hay comentarios:
Publicar un comentario