Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
28.07.01
COLUMNA
Le ha faltado tiempo al presidente norteamericano George
Bush, a su regreso de la cumbre de Génova, para darle otra bofetada al mundo y
dejar claro que las amables y campechanas palabras dirigidas a los otros
líderes asistentes al G-8 eran meros excursos del ejercicio consecuente del
desprecio a las inquietudes de las sociedades que éstos representan. A Silvio
Berlusconi probablemente no le importe mucho la decisión de Washington de
bloquear el tratado para el control de la prohibición de fabricar armas
químicas. Está claro que comparte las sensibilidades de su huésped del pasado
fin de semana. Pero casi todos los demás líderes europeos y del mundo en
general que hayan alabado con ligereza en los últimos días la gran capacidad de
Bush de 'aprender y entender los intereses de los aliados', se arrepienten hoy
de no haberse mordido la lengua. Sin haber cumplido aún siete meses en la Casa
Blanca, Bush ha logrado imponer un resultado constante en sus relaciones con el
resto del mundo, en Naciones Unidas y fuera de la organización: 186 a 1. Los
resultados sugieren que el concepto de negociación y cooperación está al menos
algo torcido junto al Potomac.
Siete años de arduas negociaciones para elaborar mecanismos
de verificación del cumplimiento del compromiso de no fabricar armas biológicas
establecido en 1973 han quedado en nada, por apenas unas frases jactanciosas
del representante de la Administración norteamericana en la ONU. Dice Washington
que el acuerdo pondría en peligro la confidencialidad de su industria
farmacéutica y de la investigación biológica, y que además no crea un
instrumental suficiente para evitar que algunos países violen los acuerdos.
El bloqueo al Tribunal Penal Internacional, la dilapidación
del Tratado de Kioto, el trato sistemáticamente humillante hacia China, la
magnífica operación diplomática de lograr reavivar el eje entre Moscú y Pekín,
gesta diplomática que sólo Mao y Stalin habían logrado forjar, resucitado el
escudo antimisiles en violación del Tratado ABM, y ahora el acuerdo sobre armas
biológicas, son algunas de las bofetadas, las más sonadas por el momento, con
las que Bush ha iniciado su mandato y abre 'el periodo de consultas con
nuestros aliados y amigos'. Esto es lo que se llama una ofensiva de afecto.
Con amigos como Bush, nadie necesita enemigos ficticios como
una Corea del Norte que tanto miedo nos da a todos, ni a terroristas
fundamentalistas agazapados en recónditos valles afganos. La visión del mundo
de Washington es la de Austin, célebre capital de las pistolas gracias a las
novelas de Marcial Lafuente Estefanía, y todo nos hace temer que ésta varíe muy
poco en la legislatura del hombre afable. El suelo bajo la cúpula del capitolio
de Austin, Tejas, aparece junto a las banderas borbónica francesa, la
confederada y la norteamericana la de Castilla. Recuerdan a todos los estados a
los que en su día perteneció este Estado tan especial en la historia del nuevo
continente.
Pero ahora ha surgido en Bush un líder electo de forma
especial, muy especial en algún estado decisivo como Florida, que parece
obsesionado con romper los vínculos de cooperación y solidaridad entre EE UU y
Europa. Al ritmo que lleva, es posible que lo consiga incluso si se convierte,
como su padre, en un presidente de legislatura única. Producen ya vértigo los
abismos de desconfianza y resentimiento que está creando en una alianza a
través del Atlántico que no sólo es herencia histórica, sino necesidad política
y estratégica actual y futura. Hay quien dice que Bush aún aprenderá que el
mundo no depende sólo de sus donantes en la industria energética,
tecnológica-militar o farmacéutica. Que llegará a convencerse de que el mundo
existía antes que dichos donantes y de que el 99,9% de la humanidad espera que
siga haciéndolo después. Pero puede que sea demasiado tarde para convencer, no
ya a los gobernantes, sino a las opiniones públicas, de que es preciso
colaborar con quien te desprecia día a día. Y, posiblemente, muchos
norteamericanos se den entonces cuenta de que Bush los ha dejado solos,
demasiado solos, en un mundo muy pequeño en el que sin nadie con quien
cooperar, puedes ser potencia cierto tiempo, pero no un sitio seguro durante
mucho más.
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