Por HERMANN TERTSCH
El País Martes,
24.04.01
ELECCIONES EN MONTENEGRO
Quien oyera el domingo al presidente Milo Djukanovic
prometer la 'ansiada' y supuestamente inminente independencia a todos los
montenegrinos y a su máximo rival, Predrag Bulatovic, el socialista, panserbio
y ex entusiasta de Slobodan Milosevic clamar victoria, podía llegar a la
conclusión de que todos los montenegrinos estaban contentos con el resultado de
las elecciones. En realidad, nadie lo estaba. Ni en la capital actual,
Podgorica, antes Titogrado. Mucho menos en el bastión intelectual del
independentismo montenegrino de la antigua capital, Cetinje.
Los montenegrinos siempre han tenido el corazón partido por
dos convicciones no en sí contradictorias, pero muchas veces enfrentadas: la de
ser los serbios mejores, más puros, por tanto, distintos -con derecho a la
secesión-, y la de ser el pueblo necesitado por el hermano grande y poco
afortunado y, por tanto, comprometido por siempre en su responsabilidad por la
suerte de los serbios. En las elecciones ha quedado claro que son muchos más de
lo previsto, aquellos que son leales a una Yugoslavia que, sin Montenegro,
dejaría de existir hasta como la ficción que es hoy, esa alianza mínima y desigual
entre Belgrado y Podgorica, que nada tiene que ver con la Yugoslavia
monarcofascista de entreguerras o la federación comunista y titoísta que la
sucedió.
Son muchos los factores que han podido influir en que la
diferencia entre la coalición independentista de Djukanovic Victoria para
Montenegro y la antisecesionista Unidos por Yugoslavia de Bulatovic sea de
menos de un 1,5% de los votos. Con el 42% la primera y el 40,6% la segunda,
Djukanovic tiene posibilidad de convocar un referéndum, pero no de acceder a
los dos tercios de la cámara para imponer la secesión. Y, aunque cuente con los
votos de los independentistas radicales que son los Liberales, con su 8%, es
evidente que resulta del todo disparatado lanzarse a una carrera hacia la
independencia con casi la mitad del voto montenegrino en contra. Esto
obligaría, además, a Djukanovic a contar para sus planes con el minoritario
voto albanés montenegrino, asunto harto impopular y muy peligroso. Y con la
oposición de la comunidad internacional, que, una vez desaparecido Milosevic,
ha dejado de agasajar y necesitar a Djukanovic como quintacolumnista en
la piccola Yugoslavia. Una independencia de Montenegro dejaría sin
argumentos a los que mantienen otra gran ficción como es la posibilidad del
retorno pacífico de Kosovo al regazo de Serbia.
Se ha estado peor. Hace un año pocos descartaban una guerra,
que habría sido muy cruenta y para la que estaba preparado el VII Ejército
Yugoslavo, desplegado en Montenegro. El boicot de Serbia a su vecino
tampoco existe ya, y Belgrado se declara dispuesta a aceptar los resultados de
un plebiscito, aunque no renuncie a influir en él. En Montenegro está la única
salida al mar de Serbia y nadie en Belgrado quiere dejársela en exclusiva a
Djukanovic, su partido y sus clanes que, sin desplegar la crueldad de otros
caudillos balcánicos, no es explícito cuando se le pide que aclare sus
conexiones con tráficos ilegales de todo tipo en la región. Podgorica no es
menos campo mafioso que Belgrado. Y, además, tiene costa.
Yugoslavia, el Estado artificioso creado en el siglo XX por
los vencedores de la I Guerra Mundial, ha desaparecido, se independice o no
Montenegro de Serbia. ¿Necesita Podgorica un ejército y una plaza en la ONU? Es
muy discutible. Muchos montenegrinos creen que sus experiencias con Serbia
recomiendan romper todos los vínculos. Pero los lazos habrán de restaurarse
entre todos los países en la región si ésta ha de tener cierta paz, seguridad y
bienestar en las próximas décadas. En este sentido, el resultado no es ni bueno
ni malo. Exige realismo por parte de todos y, siempre que fuera posible, un
poco de buena voluntad y talante democrático. Y, por si no fuese suficiente,
atenta y determinada vigilancia exterior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario