Por HERMANN TERTSCH
El País, Jerusalén,
07.10.2000
GOLPE AL PROCESO DE PAZ
Difícil es ver, salvo en el bombardeo de una ciudad, tantas
mujeres llorando y niños aferrados a los faldones de sus madres como ayer en
Jerusalén. Casi imposible es percibir mayor odio entre colectivos humanos que
el demostrado ayer por jóvenes musulmanes y fuerzas israelíes en la pequeña
guerra que ayer libraron, en la explanada de Haram El Sharif después de la
oración musulmana del viernes y hasta la noche en sus inmediaciones. Y triste
es concluir que las decenas de jóvenes palestinos heridos ayer junto a la
Puerta de los Leones en Jerusalén Este, los diez muertos a sumar a los casi
ochenta de la semana, son un mero balance provisional que habrá de revisarse
día a día, nadie sabe hasta cuando. En París, en Washington y en El Cairo se
buscan soluciones para retornar a un proceso de paz que ayer en
Jerusalén nadie recordaba entre la Puerta de los Leones y el arco de Bab Hutta,
donde comienza lo que el mundo conoce como la Vía Dolorosa, el trayecto
recorrido según los Evangelios por Cristo con la cruz. Las piedras volaban
hacia las posiciones tomadas por la policía israelí, las granadas de gases
lacrimógenos, las balas de caucho y las otras lo hacían en sentido contrario.
Las ambulancias hacían cola, como en atasco dominical, para recoger heridos. Y
el suelo de roca blanca estaba cubierto de piedras convertidas en armas por los
inermes, hierros torcidos, cristales y manchas de sangre. Durante cerca de ocho
horas, las fuerzas israelíes, jóvenes en servicio militar pero también fuerzas
especiales, armados hasta los dientes, fueron incapaces de dispersar a unos
centenares de palestinos aun menores que el recluta más bisoño.
Es posible, según los biempensantes, que intentaran causar el
menor daño posible. Puede que el Gobierno se resienta ante tanta crítica
interior y exterior por la disparatada desproporcionalidad entre los medios de
los jóvenes palestinos y las armas a que han recurrido las fuerzas israelíes.
Pero además es imposible evitar la impresión al ver a niñas de 19 años
uniformadas con su fusil de asalto y su porra animando a compañeros a disparar
más, a un soldado que tiene que ser castigado por su superior por darle una
patada ante testigos a un chico musulmán herido y a jovencitos de paisano
ostentando el poderío que confiere una pistola ametralladora Uzi ante
adolescentes desarmados, que Israel debiera estar más interesado que nadie en
hacer concesiones para la paz porque es su propia sociedad la que está
enfermando con esta espiral.
El balance del Día de la Ira tiene así el balance
acostumbrado: muertos y heridos palestinos y mayor obsesión de este pueblo por
conseguir que los israelíes también celebren pronto funerales. ¿Comenzó la
tragedia de ayer cuando jóvenes palestinos lanzaron piedras desde la explanada
hacia el Muro de Lamentaciones? ¿Comenzó cuando hace ocho días el sumo
sacerdote del odio que es el político derechista israelí Ariel Sharon entró con
centenares de policías en dicho recinto sagrado musulmán de Haram El Sharif
provocando los primeros incidentes que han llevado a la semana más trágica de
sangre, violencia y odio desde que existe el Estado de Israel, guerras
excluidas? ¿O cuando entraron en 1967, precisamente por la puerta de los
Leones, las tropas israelíes en Jerusalén oriental? Ayer, los palestinos
quemaron allí la comisaría israelí. Una columna de humo alta y oscura ascendía
sobre el cielo de Jerusalén. Fue su victoria simbólica del día. Pero en
realidad todos perdieron. Unos a sus hijos, otros el alma. Todos un poco más de
su futuro.
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