Por HERMANN TERTSCH
El País Miércoles,
27.09.2000
TRIBUNA
El candidato de la oposición, Vojislav Kostunica, se
asegura, ha ganado las elecciones presidenciales en Yugoslavia. No hay
resultados reales. Pero habría que ser más consciente de que toda cifra es aquí
pieza de una mísera pantomima electoral. Y nadie debiera llamarse a engaño
sobre lo que es capaz de hacer Slobodan Milosevic para no suicidarse y
desobedecer así a la tradición familiar y a la insistente petición de los
manifestantes del lunes en Belgrado. Muchos se esfuerzan por darle consejos a
Milosevic sobre cómo salir de este entuerto con cierta gallardía. "Acepte
el veredicto de las urnas y váyase", le dicen. Para nada. Slobo ha
encontrado remedio para sus cuitas inmediatas. A última hora de ayer asumió que
Kostunica había sacado más votos que él, un 48% frente a un 40% pero que era
necesaria una segunda vuelta en las presidenciales. Todo después de un
sospechoso periodo de reflexión. Se vuelven a repartir las cartas. Tenía que
hacerlo. El hombre tiene compromisos. Está su hijo con su nuera y sus
necesidades. Y sus cómplices, que no amigos, que tanto saben y podrían saber en
el futuro ante el Tribunal de La Haya. Está ahí, inquieto ante la posibilidad
de pagar su obediencia si el régimen se lanzara de forma insensata a la
autoinmolación, un aparato de funcionarios que en una década él ha convertido
con paciencia y constancia en una banda de asesinos. Y está, ante todo, su
mujer, que carece de las tendencias autodestructivas que siempre acompañan a
este canoso Prometeo del crimen. Todos saben que Milosevic se ha vuelto a
equivocar con esta convocatoria, estúpida a la postre, de elecciones. Pero
siempre ha destacado por equivocarse, en Eslovenia, Croacia, Bosnia y Kosovo y
finalmente en Serbia. Cierto que las víctimas de sus errores siempre fueron los
demás. Pero nadie podía pensar que fuera así eternamente. Pocos en la historia
se han equivocado nunca tanto y siempre y han asomado después la cabeza vivos
para repartir culpas y sobrevivir.
En su residencia de Dedinje, Slobodan y su mujer Mirjana
Markovic, no están pasando con seguridad los mejores días de su vida. Pero no
se ilusionen aquí ni el Pentágono, ni Kostunica, ni Bruselas y ni siquiera la
mayoría del pueblo serbio que parece haber votado por echar a quien apoyaron en
sus mayores infamias. Es un enfermo Milosevic, pero no un hombre sin recursos.
En marzo de 1991, algunos no se quieren acordar porque después tuvieron que
darle la mano muchas veces, abrazarle incluso, y sonreírle mucho, Milosevic
sacó los carros de combate a las calles para dejar claro quién mandaba. Ahora,
para las elecciones, hizo detener a unos cientos de valientes militantes de
Otpor (resistencia), mató a algún cómplice poco fiable e hizo desaparecer a
Ivan Stambolic, un honesto comunista viejo y gris que siempre cargará con la
culpa de haber aupado al poder al que ha supuesto la peor plaga sufrida por el
pueblo serbio en siglos.
Ahora Vojislav Kostunica ha ganado, dicen, en las urnas.
Pero está lejos, como todos los demócratas, de ganar la libertad para este
pueblo. Puede haber guerra, represión, golpe o insurrección. En todo caso queda
parte de lo peor porque Milosevic sigue organizando el calendario.
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